Vivo en un país en el que puedes tirar piedras contra la policía, en pleno Paseo de Gracia, y largarte de rositas. O puedes desahogar tu mala leche -o simplemente tu imbecilidad- rompiendo mobiliario urbano, sin problema alguno. O asaltar comercios con total impunidad. O impedir a las buenas o las malas, que el que quiere trabajar, trabaje.
Es el mismo país en el que la Agencia Tributaria te acusa, saltándose aquello de la presunción de inocencia, y tienes que demostrar tu inocencia desenredando un lío burocrático creado por las ansias recaudatorias de nuestros gobernantes.
Es el mismo país en la que ‘nuestros líderes políticos’, aquellos que pisan moqueta oficial y viven de un sueldo pagado con nuestros impuestos, son capaces de manifestarse contra su propio gobierno. O ejercer de piquete cobrando un sueldo de 80mil euros al año. O declarar que tienes lo conciencia tranquila cuando los acontecimientos grabados en video durante el 29S, causan bochorno. O soportar atónito el hilarante debate público entre los responsables del Departament d’Interior y los jueces, sobre el desalojo del edificio Banesto en plena plaza Catalunya que encarnizó actos violentos de los grupo de ‘perroflautas’.
Por supuesto, nadie dimite. Es la demostración del declive del modelo político tradicional. La decadencia de un modelo basado en el poder, pero no en conocimiento, ni en capacidad ni con la actitud adecuada. Un poder sin liderazgo, que ha demostrado con creces su notable incapacidad para seleccionar a los mejores y para atraerlos.
Los políticos sólo son capaces de trabajar con buenos profesionales cuando se trata de orientar y engrasar, su maquinaria electoral. Exclusivamente para perpetuarse en el poder (o para intentar acceder a él), pero no para gobernar. Ni saben, ni les interesa, especialmente mientras siguen habiendo millones de personas que asumen en silencio sus deberes como ciudadanos.
Lo que se trata es que sigamos dándole al callo. A generar riqueza, la suficiente para pagar religiosamente toda la carga impositiva que nuestras anchas espaldas sean capaces de soportar y más. La factura es tan alta que no importa demasiado destinar una pequeña parte del dinero recaudado, a pagar los destrozos en el patrimonio de la ciudad de Barcelona, que por valor de 262.500 euros causaron la banda de ‘perroflautas’ que camparon a sus anchas durante el 29S, aprovechando el fantástico día de la ‘huelga no-general’.
Y luego se sorprenden del divorcio entre la clase política y los ciudadanos ¿Cómo no íbamos a desconfiar de esos vividores profesionales, que sólo son capaces, en su delirio irresponsable, de agitar la bandera de “al loro, que no estamos tan mal’?
Quizás, como me sugiere un amigo, nos falta un poco de acción. Por ejemplo, que los ‘otros ciudadanos’, los que no nos dedicamos a impedir que los otros trabajen, no somos ‘perroflautas’ ni gobernamos el país, formemos piquetes para recodarles a todos éstos que tienen que trabajar.