Llegó el momento de volver a intentar la Emmona. Ultra trail esperada durante dos largo años (‘Si te caes, te levantas y sigues‘). A priori abordaba el reto con menos volumen de entreno del deseado, aunque mucho más específico. La sensación es que la afrontaba algo justo físicamente, pero sin molestias y mentalmente bastante más fuerte que en cualquier otra carrera anterior. O sea, sin excusas. A posteriori, soy consciente que para sufrir algo menos (todo el mundo sufre) hay que entrenar más desnivel y adelgazar un mínimo de cinco quilos.
Esta edición de la Emmona la he vivido con mucha intensidad por varias razones. Porque el itinerario se había endurecido en kilómetros (+4km), en desnivel (500metros +/- adicionales), en tecnicidad y en mayor altitud. Y porque colaborar con la dirección de carrera, aunque con una dedicación ridícula respecto a los cuatro miembros del equipo de dirección, sin duda te da una perspectiva distinta y valoras extraordinariamente la experiencia vivida. Chapeau por ellos y los más de 300 voluntarios.
La salida de StJoan dirección Puig Estela fue menos dura de lo esperado. Los 0,5km extras “suavizaron” el ascenso. La bajada justo lo contrario. Campo a través hacia Pardines, por una fuerte pendiente inclinada de hierba húmeda que provocó numerosas caídas. Tuvo un punto cómico, todo el mundo andaba fresco y las risas fueron mayoría.
El avituallamiento de Pardines (km 17) fue excesivamente ligero. Me sentí fuerte y lleno….y lo pagué caro. Salimos rápidos, Toni marcaba un ritmo alto. El calor apretaba con intensidad. A los 30 minutos no podía seguir su ritmo. Lo iba perdiendo de vista, mientras me quedaba sin fuerzas. Todos me adelantaban. Era incapaz de dar más de cinco pasos seguidos sin parar. Empezaba a tener calambres musculares. La situación era desesperante ¿Tanto tiempo para esto?
Me senté, bebí y comí. Llegué como pude al avituallamiento de la Serra de la Canya (km 23,7), donde volví a coincidir con Toni. Me esperó unos minutos y salimos juntos. Incapaz de seguir su ritmo decidí relajarme. Deseaba llegar al Coll dels Tres Pics para iniciar la bajada hacia Coma de Vaca.
Empecé el trote ligero y en pocos minutos estaba en el suelo retorciéndome de dolor por un fuerte calambrazo en la pierna derecha. Después de unos minutos maldiciendo mi suerte, un corredor me ayudó a estirar y ponerme en pie (gracias amigo).
Continué caminando mientras me iba avanzando todo el mundo. Los prados de Coma de Vaca me permitieron recuperar buenas sensaciones.
La subida a Coll de la Marrana recuperé fuerzas y cogí cierto ritmo. Llegué al Coll de la Marrana y comí lo que pude. A partir de este punto, empezaba el espectáculo, con la subida al Bastiments (km 37 y 2.881metros), cima que alcancé a las 14h. La travesía hacia Pic de l’Infern es entretenida y técnica, en un espectacular ambiente de alta montaña que impresiona.
Con la travesía había recuperado fuerzas. El tramo de bajada hacia Nuria (km 48) ya puede trotar sin dolor muscular. Once horas después, el plato de pasta que comí en Nuria, me sentó perfecto. Las caras del resto de corredores de la Ultra reflejaban la dureza de la prueba. Las risas, habían sido sustituidas por cansancio y concentración pensando en lo mucho que nos quedaba por delante.
En menos de veinte minutos estaba enfilando el tramo de Coll d’Eina. A media subida la sensación de frío aumentaba con el intenso viento. En el coll d’Eina (2750 metros de altitud) el ambiente era duro. Los voluntarios del control me parecieron super héroes.
La travesía hacia el Puigmal (2.914 metros de altitud) siguiendo el recorrido de l’Olla de Núria, espectacular y frío, aunque no extremo. Me lo estaba pasando bien.
Todos los corredores manteníamos un ritmo similar lo que no impidió alcanzar el último tramo del Puigmal oscureciendo, en soledad y con la sensación de frío aumentando por momentos. En la cumbre control de chip en el que no paré más de cinco segundos.
La bajada a Fontalba (km 62) fue al trote. Necesitaba perder altura rápidamente y sentirme algo más confortable. El fuerte viento se había llevado la carpa de la organización en Fontalba y el avituallamiento lo hice dentro de un remolque de ganado. Muy precario pero recibiendo la atención y mucho cariño de la gente –senior- del avituallamiento. Allí conocí a Raimundo y Marc, otros dos corredores. Nos enfriábamos con rapidez por el viento. El riesgo de hipotermia era demasiado evidente así que nos activamos, iniciando el camino hacia Planoles temblando como hojas.
Ya con las luces de los frontales iniciamos el descenso ligero. En pocos minutos supe que tenía buenos compañeros de viaje. Su currículum ultrero me dejaba a mí como el aprendiz del trío. El camino se hizo eterno. En el peor momento, primera torcedura de tobillo derecho (el bueno). Unos segundos sentado para recuperarme del dolor…. No podía quedarme allí. Me dolía solo con pisar el suelo. Mis compañeros bajaron el ritmo pero la ruta era la que era. De noche notaba el dolor a cada pisada, calculando con la luz del frontal donde ponía los pies. Tenía el tobillo muy débil y volví a torcérmelo otra vez, que no fue peor gracias a los bastones.
La llegada a Planoles (km 72) fue agónica, aunque el buen avituallamiento, cambio de ropa, recambio de compeed y el largo descanso, fueron un auténtico reset. Pasaba de medianoche y las fuerzas eran muy escasas. Raymundo decidió abandonar. Salí con Marc dirección al refugi de Prat con la temible subida a la Covil (2.004 m) y la bajada hacia Ribes. Tercera torcedura del tobillo, del que me recuperé en unos minutos mientras Marc se recuperaba de una pájara monumental. Ahora ya me costaba andar mientras amanecía.
La bajada hasta Ribes (km 92) se hizo larga, muy larga. A las 6:20 tenía que comer algo pero solo fui capaz de tomar tres vasos de caldo y una chocolatina con relleno sabor a fresa. Extraña combinación para un estómago revuelto.
Salimos con determinación a encarar el tramo más duro. Iba fuerte, tirando de las últimas reservas de energía. Me vacié antes de tiempo. Los últimos 300 metros de desnivel (de los 1100) fueron en modo “slow-motion” hasta la cumbre del Taga (km 90,9). Atalaya perfecta a 2040 metros de altitud, desde donde hay una espléndida perspectiva de gran parte de la ruta. Precioso.
Solo quedaban 12 kilómetros para StJoan…. Que fueron los más largos de mi vida. Marc aumentó el ritmo, deseando llegar cuanto antes. Mi tobillo no daba más de sí, y si quería llegar, tocaba bajar –todavía más- el ritmo. Insistí que tirara solo. Nos despedimos.
Los últimos diez kilómetros ya fueron en solitario. Iba extremadamente lento, solo me preocupaba llegar justo antes de la entrega de premios (a las 12h). El calor apretaba mucho, bebía todo lo que podía. El tramo de sube y baja siguiendo el río, parecía una gincana, hasta el punto que llegué a pensar que estaba en un bucle. Apreté los dientes e incluso pude trotar en algunos tramos. Faltaba poco, se intuía StJoan a lo lejos y bajo un sol de justicia realicé el último tramo.
Me crucé con las primeras personas del público que animaban. Iba al trote y no sabía si reír o llorar. La llegada a meta fue como estar en una nube. El vaso de cerveza Emmona que me entregó Jordi, a los pocos instantes de cruzar la llegada, me supo a gloria.
La satisfacción fue en aumento cuando supe que había conseguido rebajar el objetivo de sub30. Una intensa aventura de 29horas y 55 minutos, con 110km y 8460metros de desnivel positivo y otros tantos negativos.
Y sí, dos días después todavía sigo mentalmente enganchado a la Emmona. Una prueba mucho más dura de lo esperado. La calificaría de extrema aún con unas condiciones meteorológicas normales. Recomendable con una preparación a conciencia. Una experiencia única, inolvidable… ¿irrepetible?