Los medios sociales han venido a completar el enorme puzzle de medios de comunicación de masas. La gente sigue siendo el punto de referencia y el espejo de la gente. Un narcisismo asimétrico. Se trata de un reconocimiento que confirma al individuo como centro de interés compartido, preocupado por la promoción de su diferenciación, de su individualidad, para dar fe de su existencia.
Para bien o para mal, nuestra biografía ya se construye por y a través de Internet. Recuerda el clásico “si no estás en Google, no existes”, De hecho para los millones de usuarios de la Red, a veces solo existen quienes son capaces de residir en ella. Hasta el punto que la realidad de cualquiera, dependerá de lo que la Red sea capaz de ofrecer sobre su persona.
Esa realidad cada vez más está sujeta no tanto al mérito individual, sino a una visibilidad social, a menudo mal entendida y cada vez más sobrevalorada.
A diferencia de los famosos, que en esta cultura masiva, no son tanto seres de cualidades admirables sino entes de características consumibles (el individuo percibido como objeto de consumo), reclamo democratizar esa situación. Que seamos todos los que nos expresemos. No solo como sujetos consumistas, sino admitiendo que somos lo que somos, fruto del mismo. O sea, un somos lo que consumimos. Lo cual no significa necesariamente que consumamos para ser. ¿O sí?
Vivimos en un contexto próximo al mercado del ego y del culto a la personalidad. La identidad y la apariencia se planifican y ejecutan en función de unos deseos y objetivos. Las industrias de la cosmética, la gastronomía, la moda, el deporte, etc… centran sus esfuerzos al diseño y producción del individuo perfecto. Algo así como “construye tu identidad propia a partir de este catálogo de referencias”. Estamos ante el éxito de la singularización y el reconocimiento del yo.
La paradoja es que la industria de los contenidos, la mayoría de las veces encargada de construir el corpus ideológico, encargada de sancionar o legitimar famas, esto es, marcar las normas y valores morales, era sujeto activo pero no pasivo.
Me explico. Tradicionalmente la industria de contenidos ha tenido la autoridad para marcar las directrices. Pero esa autoridad se ve claramente amenazada, y a veces ya superada, por el poder de la Red. Aquí, los medios sociales ha emergido como un polo diferente, a veces ejerciendo de contrapoder a la industria de contenidos y otras veces aliándose y retroalimentándose.
Pues bien, creo que ha llegado el momento de admitirlo abiertamente. Que en esa ‘cesta identitaria’ del “somos lo que consumimos” también tiene que incorporarse el consumo cultural como miembro de pleno derecho. ¿Acaso no pasamos gran parte de nuestra vida consumiendo productos culturales? Llámese música, series de televisión, conciertos o libros.
Reconozcámoslo, somos animales sociales… y culturales. El contenido audiovisual es una parte fundamental de nuestra cultura, de lo que somos. Consumiendo audiovisual hemos construido –y seguiremos construyendo- gran parte de nuestro sistema de valores y nuestra identidad. Ahora tenemos la ocasión de dar un paso más, gestionar y seguir construyendo nuestra identidad personal compartiendo lo que vemos, comentando, criticando, jugando (aka Karma Qvemos).
También, por primera vez, tenemos más poder para legitimar o sancionar el valor de un contenido u otro. Un hecho histórico porque lo hacemos de forma activa (p.e. haciendo un ‘visto’) y no exclusivamente pasiva (todavía existen audímetros).