Una amiga me preguntaba cómo definiría mi estado anímico actual. ‘Montaña rusa’, le contesté. Días más tarde, pensándomelo mejor, creo que lo que describiría con más exactitud es ‘navegando con un notable temporal’. Con un intenso viento, a menudo exactamente opuesto al rumbo en que nuestro barco pretende dirigirse como puerto de destino.
Sabíamos que no sería un viaje placentero, pero cuando estás en plena travesía compruebas la incomodidad de la experiencia. El viento somete al barco y su tripulación al vaivén de las olas, la tripulación se moja (unos más que otros), otros se marean. La exigencia física y mental es elevada.
En estas situaciones es esencial que cada cual sepa qué tareas, cómo y con qué frecuencia le corresponden. Debe cumplirlas y dejarse de escaqueos o quejidos variados. Hay momento para todo, de fiestas, de vacaciones,… y de arrimar el hombro.
Con el paso de los años, uno se conoce mejor. Aunque más tarde que pronto, descubres que no te gusta navegar en aguas tranquilas. Ya son demasiados años para ser casualidad. Me van las condiciones difíciles, con temporal. Haberlo hecho en barcos y tripulaciones diferentes tiene su punto de morbo. Evidentemente sólo apto para especimenes como el que escribe.
Llevo poco equipaje. Voy ligero. En forma de convicciones y creencias, que –por supuesto- no todo el mundo comparte. Tampoco lo pretendo. En el fondo son bastante simples y han ido evolucionando con los años. Por fortuna, soplar velas también tiene su cara buena.
A saber. Compromiso, perseverancia, retos, esfuerzo, rapidez, exigencia, honestidad, transparencia y humildad, son los ingredientes indispensables. Desde luego no nací con todos ellos. Para nada. La inmensa mayoría los aprendí a presión durante alguna travesía.
Cuando alguno se incumple, me incomodo. Depende de cual sea, se hace insostenible. Con dos, hay emergencia. Creo en los proyectos, pero fundamentalmente en quien los empuja. Y para nada creo que una empresa tenga que ser una democracia asamblearia.
A mí lo de esas prácticas me va poco. Mejor dicho, nada. Tampoco lo de los derechos adquiridos ‘porque sí’. Algunos dirán que soy de la línea dura. Poco dado a la familiaridad con el equipo, que comunico poco y que tengo poca paciencia. Discutible. El tiempo escasea y, ciertamente, algunos parecen olvidar que no estoy donde estoy para hacer amigos con los que salir de copas. Lo imprescindible lo sabe quien tiene que saberlo y quien suma. Los silencios hacen el resto.
El que busca encuentra. Quien quiere estar informado, lo está. No vale el “no me había enterado”. De la misma forma que abres la boca para exigir, también sirve para preguntar ¿Somos adultos o no?
La barca se mueve ¿Zozobra? Tranquilo, nadie quiere abandonarla apresurada y torpemente. A eso se le llama instinto de supervivencia. Se mueve porque el temporal sigue, y el oleaje es fuerte y peligroso. Cuando el viento viene de proa es necesario ceñir velas y modificar el rumbo para seguir navegando, aunque no sea en la dirección que habíamos previsto inicialmente. Pero eso sí -como dice Tornabell- “acercándonos al objetivo”.
Hay que ser incisivos para avanzar. La proa es la extremidad del barco, que afinada, va cortando las aguas para disminuir al máximo posible su resistencia al movimiento. Con rapidez, sin concesiones, atento a los cambios de viento y de ritmo, así debemos avanzar.
Si no te gusta el rumbo, los cambios de ritmo o emplearte a fondo, aprende a nadar, porque mojarte te vas a tener que mojar sí o sí. Por tanto, es recomendable preguntar o mejor -créeme- directamente seguir remando hacia donde toca.
Aunque tranquilo, siempre habrá una cadena de montaje, con sindicatos, en los que seguro que podrás apretar mucho las tuercas.