No voy a aburrirte con detalles del viaje- todo parece que está en su sitio- pero me quedo con dos detalles sorprendentes (para mí).
El primero es la sensación del “gran hermano” que te vigila. Recuerdo pocos sitios en el centro de Londres que no estuvieran vigilados con cámaras de seguridad. No sólo en tiendas, museos o el metro, sino también en infinidad de calles, tanto a coches como a transeúntes.
El súmmum de esa “sensación” de sentirse vigilado fue un… control policial en pleno Trocadero Street en dirección a Picadilly Circus a las 21 h de un sábado por la noche. Docenas de policías instalaron dos arcos de seguridad portátiles y hacían pasar por el detector a todos los transeúntes, sin excepción.
Dejando de lado esa cara B del fin de semana, contaré la otra anécdota. La primera misión especial una vez llegamos a Londres, mi esposa y yo, además del check in en el hotel, fue salir disparados a pasear, almorzar y… de tiendas. ¡Gran novedad! Pensarás.
No, esta vez era peor. Mi esposa llevaba en un papel apuntado la situación en el mapa de una tienda donde debíamos hacer un encargo, petición de Berta, mi hija adolescente. Gran error por mi parte. Me pilló estando fresco, con ganas de hacerlo todo y con pocos kilómetros en los pies. Para allá fuimos….
Os describiré la experiencia, literal. El aspecto exterior de la tienda pasaba un tanto desapercibido. Una vetusta casa en Burlington Garden. La primera vez pasé de largo. Ningún rótulo exterior, la música a tope (se podía oír perfectamente desde la calle) y a tope de jóvenes (veintipocos años) en la escalera de entrada. Vamos, lo típico de un bar musical.
Finalmente caímos que ese era el “sitio”. Entramos. En la puerta nos recibieron varios muchachos todos cortados por el mismo patrón. Super jóvenes, guapísimos (en opinión de mi esposa), excelente planta…y uno de ellos con el torso desnudo rodeado de jovencitas… Seguimos para dentro.
El local estaba abarrotado de gente. El interior de maderas nobles, clásico, un poco rollo biblioteca aristócrata, con varias plantas, pero que contrastaba con una ropa muy sport, escasa luz y una música muy alta que invitaba a bailar.
El personal muy atento, especialmente los chicos, aunque la mayoría estaban bailando, el resto atendiendo a alguna clienta preguntona y otros rechazando propuestas de ligue de alguna jovencita (y no tan jovencita).
Lógicamente es el último sitio en el que me compraría una prenda. No por la ropa, quizás por el precio, pero sobre todo por las enormes colas para probar y para pagar. Muy estresante. Obviamente tuve ocasión de comprobarlo. Por el encargo de mi hija y porque mi mujer, que también se animó con semejante cotarro…
Mi única queja es que el casting del personal femenino no estaba al mismo nivel –ni de lejos- que el personal masculino. No es que haya cambiado mis preferencias, es que saltaba a la vista.
La escena final no tiene pérdida. En la puerta de la tienda, una empleada haciendo fotos a un grupo de clientas abrazándose al del torso desnudo. La marca es
Abercrombie & Fitch y lo del torso desnudo lo aplican a rajatabla. Una experiencia de marca, singular. Y a juzgar por el entusiasmo de la clientela, muy eficaz.Desde luego aprovechan cualquier oportunidad para recordarlo, incluidas las bolsas, que todas van con una imagen semejante a la de la foto de este post (que está sacada de su web
www.abercrombie.com). Todo sea por vender, aunque sea con el torso desnudo.