Son tiempos de saludable introspección. Uno debería preguntarse ¿cuál es la última razón por la que estoy aquí? ¿Por qué hago este trabajo? Superado el tópico -y lícito- de “porque paga mis facturas” el abanico de intereses y sensibilidades es tan amplio como personas hay en el mundo.
Para algunos su íntima razón es crear y construir un proyecto importante, sea propio o no. Para otros, hinchar su ego. Algunos (o muchos) exclusivamente para enriquecerse, o para dar rienda suelta su avaricia.
Hace unos días hablaba con un amigo empresario que me comentaba, con convicción pero también con un punto de amargura, que sólo te haces rico “poniendo muchos cojones” al asunto. La cuestión no es saltarse la ley, sino estar en el límite de lo legal, prescindiendo –eso sí- de cualquier principio ético.
He estado en otras conversaciones dónde ha aparecido el mismo corolario: “otros que sí se atrevieron hoy tienen muchos millones en su cuenta corriente”.
Puede que en la nueva era 2.0, las grandes empresas y corporaciones se vean obligadas a ser mucho más permeables a la presión social. Aunque admitamos que hasta el momento, muchos profesionales, empresarios y corporaciones han demostrado una gran destreza en mantener intactos las responsabilidades hacia sus accionistas… y hacia sí mismos.
Han driblando con gran habilidad los controles (laxos) de las diferentes administraciones… y ninguneando abiertamente las “nuevas” responsabilidades nacidas bajo el foco de la creación de riqueza y de su protagonismo en la vida social. Vamos que se han pasado por el forro lo que denominamos como responsabilidad social corporativa.
A la vista del panorama, tengo que confesar una cierta contradicción. Por un lado cabe esperar que después los escándalos económicos se inicia una nueva era. El propio Barack Obama reclama una “nueva ética”. Se habla abiertamente de “reequilibrio”, de “capitalismo más humano”, de “prosperidad desde abajo” y que se compartan de manera más justa “los beneficios y las cargas”.
Pero no olvidemos que la incertidumbre actual, puede confundir, tentar o empujar, a profesionales y empresarios a juguetear (cuando no cruzar) la línea de lo ético.
Pero no nos equivoquemos. No hay que demonizar el hecho de enriquecerse. Ni convertir la creación de valor para el accionista, en una especie de pecado mortal. Reivindico que se puede ser un buen empresario o profesional, crear valor para el accionista, asumiendo tu cuota de responsabilidad social, sin caer en lo naïf. De la misma forma que se puede ser responsable defendiendo el libre mercado o criticando la frecuente sopa boba del estado del bienestar, sin necesidad de abrazar el buenismo oficial.
Pero de verdad lo que creo es que en el mundo de lo negocios hay que superar, es aquello de “ética o cojones” como un axioma válido.
¿Y tú qué opinas?