Leo que este inicio de curso escolar hay más barracones y menos portátiles de los previstos. ¿Por qué será que no me sorprende?
Hace unos meses me invitaron a una mesa redonda para hablar sobre educación. De los invitados era el único que no estaba relacionado profesionalmente a esa industria. La conversación fue derivando hacia la raíz de los problemas y las dificultades de la enseñanza. Sin ninguna duda, una de las claves acerca del futuro de la educación, es la financiación. Bueno de hecho, la falta de ella.
Cuando puse encima la mesa un nuevo escenario en que la limitación de la aportación de dinero público, más aún en un contexto de recorte presupuestario, abocaría a la industria de la educación a contemplar la incorporación de patrocinadores y mecenas a parte de la financiación de la enseñanza, me miraron como a un hereje.
En el fondo esa ha sido una práctica encubierta de algunos grupos editoriales, durante muchos años, de cara a favorecer la elección de los libros de texto a favor de su catálogo en lugar de la competencia.
Lo vemos en aspectos más triviales de nuestra existencia. Desde unas canastas de baloncesto patrocinadas por una cadena de centro de fitness. Hasta unas televisiones que hasta ahora han sido parcialmente mantenidas con la inversión publicitaria. Pasando por un museo o un centro de la tercera edad pagados por una entidad financiera.
Creo que es engañoso mantener la pose anti-mercantilizadora de determinadas esferas de nuestra sociedad. Esa fe ciega en que la Administración lo ‘pagará todo’ es pura fantasí y autoengaño. Confiar que la esfera pública lo acaba pagando todo, equivale a ponernos la soga en el cuello de una creciente y eficiente presión fiscal.
Me temo que no hay muchas alternativas y apostaría a que en los próximos años veremos una participación más activa de las marcas comerciales en nuestra sociedad. Por nuestro bien, confiemos en que así sea.
Surgirán voces que nos avisarán del consumismo y el escenario apocalíptico que supone abrazarnos al patrocinio y al mecenazgo, especialmente si es explicado por activistas como Naomi Klein (‘No Logo’). Afortunadamente diez años después, tanto la propia responsabilidad social corporativa, como la tremenda fuerza que ejercen los social media, representan un doble dispositivo de seguridad para que las cosas se pueden hacer con criterio.
Algunos dirán que es un mal necesario. Quizás la pregunta adecuada es: ¿preferimos dejar de recibir determinados servicios y prestaciones para mantener alejadas a las marcas asumiendo una mayor presión fiscal? ¿O preferimos construir un modelo mixto y más equilibrado?