El Leviatán: La materia, forma y poder de un estado eclesiástico y civil de Thomas Hobbes, publicado en 1651, es una obra fundamental en la filosofía política moderna. En un contexto histórico marcado por la Guerra Civil Inglesa y la inestabilidad política, Hobbes propuso una teoría del Estado que sigue siendo relevante en la actualidad. Su visión del contrato social y la necesidad de un poder soberano fuerte para evitar el caos y la guerra civil resuena en un mundo contemporáneo donde la estabilidad política y la cohesión social son temas de constante preocupación.

Hobbes argumenta que en el estado de naturaleza, la vida humana es «solitaria, pobre, desagradable, brutal y breve», debido a la ausencia de un poder común que mantenga el orden. Para escapar de esta condición, los individuos deben ceder algunos de sus derechos a un soberano, el Leviatán, que tiene el monopolio de la fuerza y la autoridad para garantizar la paz y la seguridad.

En la actualidad, la obra de Hobbes es especialmente relevante por varias razones:

  • Crisis de gobernabilidad: En un mundo donde muchos estados enfrentan crisis de gobernabilidad y conflictos internos, la idea de un poder central fuerte que pueda mantener el orden y la estabilidad es más pertinente que nunca.
  • Debate sobre la soberanía: La globalización y la interdependencia económica han llevado a debates sobre la soberanía nacional y la capacidad de los estados para controlar sus propios destinos. El «Leviatán» ofrece una perspectiva sobre la importancia de la soberanía y el poder centralizado.
  • Seguridad y libertad: La tensión entre seguridad y libertad, un tema central en el «Leviatán», sigue siendo un dilema en las sociedades modernas, especialmente en el contexto de la lucha contra el terrorismo y la vigilancia estatal.
  • Fundamentos del Estado moderno: Hobbes es considerado uno de los fundadores de la filosofía política moderna. Su obra proporciona una base teórica para entender la naturaleza del Estado y la justificación del poder político, conceptos que siguen siendo fundamentales en la teoría política contemporánea.

En resumen, el Leviatán de Hobbes no solo es un texto histórico de gran importancia, sino que también ofrece valiosas lecciones y reflexiones para abordar los desafíos políticos y sociales del mundo actual.

El lenguaje: Piedra angular de la comprensión del Mundo

La correcta asignación de palabras a nuestras percepciones sensoriales constituye la base de nuestra comprensión del mundo. Imaginemos un día soleado y radiante, con los rayos solares calentando nuestra piel. Si tuviéramos que describir esta escena a un amigo, elegiríamos palabras para retratarla, no intentaríamos danzarla.

El lenguaje y los significados que puede evocar son los que nos permiten aprehender nuestro entorno. Pero ¿cómo logra esto exactamente? Primero debemos comprender el funcionamiento de nuestros sentidos. A través del tacto, el sonido y la vista, adquirimos una comprensión del entorno como resultado de la «presión» sobre los nervios del cuerpo. Únicamente los objetos con una «corporeidad» física, como una roca que podemos tocar, música que podemos escuchar o luz que podemos ver, tienen la capacidad de estimular nuestros nervios y provocar sensaciones.

Tras un impulso sensorial, nos queda una imagen mental de un objeto, y podemos elaborar nuestra comprensión del mismo y su contexto. Por ejemplo, al mirar las manecillas de un reloj, procesamos la imagen para entender que forman parte de un dispositivo para medir el tiempo. La capacidad de asignar las palabras correctas a una experiencia es esencial para el razonamiento. Sin el lenguaje adecuado, sería imposible explicar con precisión objetos o conceptos. Imaginemos si el único número que conociéramos fuera «uno». ¿Qué diríamos cuando un reloj diera una segunda campanada?

Sin embargo, tener las palabras correctas no es suficiente; debemos unirlas de manera lógica. El orden de las palabras nos ayuda a crear patrones de razonamiento para determinar qué sigue normalmente a cierta acción. En otras palabras, el razonamiento nos muestra la correlación entre las cosas. Si sabemos que un huevo se romperá al caer, esta secuencia lógica de palabras nos indica que también es cierto que todos los huevos se romperán al caer. Entonces, cuando veamos un huevo rodando cerca del borde de una mesa, podremos predecir lo que sucederá después.

La búsqueda incesante de poder en un mundo acechado por la violencia

La asignación adecuada de palabras a nuestras percepciones sensoriales nos permite comprender la relación de causa y efecto que rige el mundo. Si bien esto puede parecer sencillo, conlleva un concepto más profundo: nuestra capacidad de discernir las causas y sus consecuencias da lugar a la noción del deseo.

Toda aspiración humana está impulsada por el deseo y se fundamenta en la necesidad primordial de poder. El anhelo de reputación, honor y riqueza se reduce a un gran anhelo: la voluntad de poder.

El poder puede entenderse como la capacidad de un individuo para obtener aquello que desea. Esta capacidad puede ser innata, como en el caso de una mente o cuerpo vigoroso. O bien, puede ser instrumental, cuando una persona dispone de herramientas que le permiten adquirir o mantener el poder, como el dinero, la reputación o una red influyente.

Nuestro deseo de poder puede suscitar rivalidades, las cuales a su vez pueden conducir a enfrentamientos, situaciones que generan temor, siendo el mayor de ellos el miedo a la muerte.

Ahora bien, ¿por qué nuestros deseos desencadenan este ciclo de violencia? Cuando dos personas anhelan lo mismo pero solo una puede obtenerlo, la competencia es inevitable. Por naturaleza, todos los seres humanos somos iguales y, como tales, cualquiera puede «ganar», por lo que el miedo a perder es igualmente agudo en ambas partes.

Esta igualdad se basa en la combinación de nuestros poderes naturales e instrumentales. Incluso la persona más pequeña podría dar muerte a un hombre físicamente más fuerte mediante el engaño o la alianza. Saber que alguien podría matarte y arrebatarte lo que es tuyo crea un mundo plagado de desconfianza y miedo.

Esta competencia perpetua por el poder conduce naturalmente a un estado constante de guerra. Entonces, ¿cómo evitamos como sociedad tal destino?

La paz social se basa en la cesión de derechos individuales para garantizar la equidad

Si nos dejamos llevar por nuestros propios impulsos, como sociedad podríamos encontrarnos sumidos en un conflicto perpetuo, incluso en una guerra abierta. ¿Cómo resolvemos este lamentable estado de cosas?

La solución radica en comprometernos con un contrato social, acordando el derecho de hacer a los demás solo lo que permitimos que otros nos hagan a nosotros.

Para asegurarnos de que nuestros miedos de ser heridos o asesinados no se conviertan en realidad, como individuos necesitamos renunciar a nuestro derecho de herir o matar a otros.

Si a nadie se le permite ejercer violencia, se puede mantener la paz. En esencia, son nuestros miedos los que nos llevan a ceder derechos para garantizar nuestra propia seguridad.

Sin embargo, esto solo es posible si confías en que los demás harán lo mismo. Si la amenaza de lesión aún existe, ciertamente no te sentirías cómodo renunciando al derecho de defenderte.

Por lo tanto, mantener un pacto de derechos mutuamente sacrificados es la base de la justicia, y cualquier desviación de este pacto debe considerarse injusta. Si una sola persona teme que su vecino romperá el contrato, esa persona sin duda lo romperá y otros seguirán su ejemplo.

Es fácil ver cómo esto podría llevar al caos, ya que cada ciudadano se aparta como una costura de una prenda hasta que todo lo que queda son hilos sueltos y tela desgarrada.

Así que, para mantener el tejido social bien unido, es esencial que cada individuo cumpla con el contrato social, cediendo mutuamente algunos derechos.

Pero, ¿cómo asegurar que un contrato social se mantenga intacto?

Mantener un contrato social es más fácil si cada individuo hace su mejor esfuerzo para encajar con las normas de la sociedad, ya que la homogeneidad reduce la sospecha y el miedo. Si estás construyendo una casa de piedra, descartarías las piedras de forma irregular y áspera, guardando las lisas y uniformes para construir tu base.

Lo mismo ocurre con las personas en la sociedad. Para que la sociedad funcione de manera justa, cada individuo necesita ser una parte bien ajustada del todo.

El Leviatán: El soberano necesario para sostener el contrato social

Para que todos los individuos de una sociedad se sientan seguros, cada uno debe ceder mutuamente algunos derechos. Pero, ¿a quién se entregan tales derechos?

La respuesta es una fuerza soberana fuerte: un Leviatán.

Sin embargo, un Leviatán no necesariamente implica un gobernante despótico u omnipotente. Para que un gobernante soberano sea lo más fuerte posible, es mejor considerarlo como un solo cuerpo, compuesto por todas las personas. La fuerza combinada de cada individuo en la sociedad es lo que le da poder al Leviatán.

En esencia, cualquier acción injusta cometida contra el cuerpo soberano es también un crimen contra toda la sociedad, la comunidad, incluso contra el propio perpetrador.

Si imaginamos que la comunidad adopta una forma humana, entonces el Leviatán es su cabeza. El resto del cuerpo está compuesto por cada individuo dentro de la comunidad, y cada uno tiene un rol que desempeñar.

Como el gobernante soberano es la cabeza, sus ministros son sus extremidades y su milicia, los fuertes músculos dentro de esas extremidades. Por esta razón, el poder del Leviatán no puede dividirse.

Al igual que los órganos del cuerpo humano, la comunidad realiza funciones vitales que requieren nutrición para sostenerse.

Por lo tanto, lo que hace la comunidad es esencial para mantener al Leviatán funcionando. La sangre de la comunidad es su moneda y su comercio; y su nutrición proviene de los bienes y servicios producidos por la sociedad.

Es importante destacar que, como ceder los propios derechos no es una decisión fácil, las personas solo cederán su libertad a un poder fuerte y seguro. Un Leviatán, con la fuerza de todos los que lo componen, puede cumplir adecuadamente este rol.

Tal como el Leviatán bíblico, la criatura marina que se tragó a Jonás, el Leviatán que gobierna la sociedad es capaz de consumir el poder de cada individuo para aprovechar su fuerza para el conjunto.

Aunque existen tres modelos de gobierno, la monarquía es la mejor porque es la más consistente

De las tres formas básicas de gobierno – aristocracia, democracia y monarquía – la monarquía se erige como la mejor opción debido a su consistencia inherente.

Una aristocracia implica el gobierno de unos pocos selectos, mientras que una democracia representa el gobierno del pueblo. Por otro lado, una monarquía es el gobierno dirigido por un solo individuo. Si bien existen otros términos como oligarquía o régimen totalitario para describir gobiernos, estos no son formas distintas, sino simplemente denominaciones alternativas para las tres formas básicas. Incluso los gobiernos que parecen ser híbridos de estas tres formas pueden reducirse a una sola en esencia.

La superioridad de la monarquía radica en su capacidad para tomar decisiones de manera ágil y consistente, al emanar de una sola mente rectora. Esta consistencia es crucial, ya que contribuye a mantener el contrato social al brindar certidumbre a los individuos sobre lo que pueden esperar de la sociedad. Dicha consistencia genera un sentimiento de seguridad en las personas y refuerza el contrato social, disuadiendo así los conflictos.

Además, la monarquía es la mejor forma de gobierno porque los intereses del monarca se alinean con los de sus súbditos. La sucesión monárquica también resulta más sencilla, ya que solo una persona necesita nombrar a un sucesor, reduciendo el riesgo de disputas que podrían desembocar en conflictos o, peor aún, en guerras.

Para garantizar la seguridad de la comunidad, un monarca debe contar con herramientas específicas. Exploraremos estas herramientas a continuación.

El monopolio de la fuerza estatal: Garante de la paz y el contrato social

¿Cómo puede un gobernante soberano preservar la paz en la comunidad que gobierna? Manteniendo el derecho exclusivo de administrar castigos.

La razón por la que un monarca detenta el monopolio sobre la fuerza radica en que los acuerdos basados únicamente en palabras suelen ser ineficaces, y solo el riesgo de sanción evitará que las personas transgredan las normas de la comunidad.

Dada nuestra condición natural de luchar por el poder, y siendo la fuerza la vía más directa para obtenerlo, es esencial que un soberano salvaguarde el derecho al uso de la fuerza. Si los miembros de una comunidad ejercieran la fuerza a su antojo, luchando entre sí por ganancias personales, el contrato social se desmoronaría.

Irónicamente, es el temor de un individuo al castigo lo que resulta más efectivo para garantizar el cumplimiento del contrato social.

No obstante, no es necesario que el Leviatán castigue personalmente a cada infractor, ya que puede autorizar a otros bajo su mando para hacerlo. Un soberano tiene la potestad de nombrar personas para juzgar las acciones de los demás y aplicar sanciones.

Las fuerzas armadas, la policía y otros autorizados a portar armas bajo la supervisión del Leviatán son la fuerza mediante la cual un monarca hace cumplir las leyes de la comunidad. 

Existen límites a la capacidad punitiva del Leviatán. Por ejemplo, a ningún individuo se le puede obligar a dañarse a sí mismo, ya que ello violaría el derecho a la autopreservación por el cual el Leviatán fue creado para velar. Por lo tanto, forzar a una persona a castigarse a sí misma rompería el contrato social.

Las leyes y las sanciones por infringirlas deben ser establecidas por el soberano, pero su aplicación debería recaer en jueces, fuerzas armadas y policía, individuos que pueden mantener el orden y sostener el contrato social día a día.

La libertad en el Estado Leviatánico: Una perspectiva contraintuitiva

Contrario a la percepción común, la sociedad bajo el gobierno de un Leviatán fuerte no experimenta una disminución de la libertad, sino todo lo contrario. La condición natural de la existencia humana, caracterizada por la soledad, la miseria y la brevedad, está permeada por el temor constante a la lesión o la muerte. En este estado, la libertad, definida como la capacidad de actuar sin restricciones ni miedo, es esencialmente inexistente.

La instauración de un gobernante soberano que previene el daño mutuo entre las personas, por ende, se convierte en un garante de la libertad. Antes de la formación de la comunidad de Inglaterra en el siglo X, la lucha constante por mantener los derechos sobre las tierras limitaba severamente la libertad de las personas. La creación de una comunidad marcó un antes y un después, permitiendo a las personas cultivar en paz y mejorar su calidad de vida.

La idea de que solo la democracia constituye una forma de gobierno genuinamente libre, defendida por filósofos como Aristóteles, se revela como un error al observar el conflicto y la agitación que asolaron Atenas y el Imperio Romano. Estos ejemplos históricos demuestran que la democracia puede conducir a la injusticia y la violencia.

La base del Leviatán, el contrato social, no implica una renuncia a lo que las personas desean conservar. Aunque algunas leyes comunitarias pueden ser vistas como limitantes de la libertad, cada miembro de la comunidad ha consentido a estas normas. Así, la libertad individual se mantiene en tanto el individuo se adhiera al contrato social, permitiendo que decisiones fundamentales sobre la vida personal permanezcan en manos del individuo. La libertad, por lo tanto, emerge naturalmente dentro del marco del Estado Leviatánico.

La necesidad del Leviatán para gobernar la religión y evitar conflictos normativos

Dos padres que establecen reglas diferentes para su único hijo pueden causar serios conflictos familiares. Lo mismo ocurre con las reglas en una comunidad. Si existe más de un sistema de gobierno en la sociedad, hay un mayor riesgo de guerra civil.

Por lo tanto, todo en una comunidad, incluyendo asuntos de fe y doctrina, debe estar bajo el gobierno del soberano. La falta de control centralizado solo invita a la discordia.

Imaginemos, por ejemplo, que un monarca permite que otro grupo en su territorio determine los poderes de la religión. Inevitablemente habría desacuerdo entre los deseos de la iglesia y los deseos del monarca. Esto, a su vez, llevaría a conflictos y potencialmente a la violencia, perturbando la paz que la sociedad necesita para funcionar.

Ni siquiera el poder de «Dios» tal como lo define una iglesia debería presentar un desafío al poder del Leviatán. En este mundo, todo lo que existe es lo que percibimos a través de nuestros sentidos como resultado de la presión sobre los nervios de nuestro cuerpo. Las cosas necesitan tener sustancia física para ser percibidas; por lo tanto, las cosas incorpóreas, como los espíritus o los ángeles, no pueden existir.

Sin embargo, esto no significa que el reino de Dios no exista; sí existe, pero solo después del fin de nuestra vida en la tierra. Por esta razón, no se opone al reino del soberano, sino que simplemente lo sigue. Aunque Dios creó el mundo, solo existe fuera de él. Por lo tanto, es imposible decir que interviene en el mundo natural de alguna manera.

Aunque el reino de Dios puede ser real y poderoso, esto no significa que la sociedad deba tener dos conjuntos de reglas. Para que la sociedad permanezca estable y mantenga su contrato social, el gobierno de Dios debe estar subsumido bajo el gobierno del Leviatán.

Las leyes de la comunidad deben basarse en el conocimiento concreto del mundo real, no en la doctrina religiosa

Las leyes que rigen una comunidad, ¿deberían basarse en la religión o en el conocimiento empírico del mundo? Durante la redacción de «Leviatán», Thomas Hobbes identificó la influencia predominante de la religión en la sociedad y su papel en la orientación de los juicios morales. Sin embargo, Hobbes argumentó que las leyes civiles deberían fundamentarse en la comprensión sensorial y tangible del mundo, no en interpretaciones religiosas o filosóficas basadas en definiciones erróneas de palabras.

Históricamente, la coexistencia de leyes estatales y canónicas, estas últimas emanadas de la iglesia cristiana, presentaba un conflicto. Hobbes criticó la ley canónica, considerándola un error basado en supersticiones y creencias, en contraposición a hechos verificables.

Por tanto, Hobbes defendió que la única filosofía viable es aquella que se basa en el funcionamiento físico y real del mundo. La percepción y comprensión del mundo a través de nuestros sentidos debería, por ende, ser la base para la ley civil. Las leyes fundamentadas en conceptos de fuerzas malignas o reinos oscuros, promovidas por la iglesia, son intrínsecamente defectuosas, ya que no podemos percibir físicamente tales entidades. Las nociones de espíritus y otros fenómenos sobrenaturales son, por lo tanto, meras construcciones de la imaginación.

Hobbes argumentó en contra de la persecución de individuos por prácticas como la «brujería», sugiriendo en cambio sanciones por promover la creencia en tales fenómenos. En conclusión, la participación de un individuo en una comunidad se basa en su comprensión lógica de la causa y el efecto, derivada de su experiencia sensorial del mundo. Por lo tanto, las leyes que rigen la comunidad deben fundamentarse en esta comprensión empírica y tangible.