En un mundo cada vez más polarizado y fragmentado, la búsqueda de un terreno común y de principios morales compartidos se ha vuelto más urgente que nunca. Morality: Restoring the Common Good in Divided Times de Jonathan Sacks emerge como una obra esencial que aborda esta necesidad imperiosa. Publicado en un momento en que las sociedades enfrentan divisiones profundas, este libro no solo diagnostica los problemas contemporáneos sino que también ofrece una visión esperanzadora de cómo podemos reconstruir un tejido social basado en valores compartidos (ver Una Historia de los valores de las sociedades humanas según Ian Morris).
Jonathan Sacks, un respetado líder religioso y pensador público, explora en su libro cómo hemos llegado a este punto de crisis moral y qué se puede hacer para remediarlo. Argumenta que hemos externalizado la moralidad al mercado y al estado, entidades que por sí solas son incapaces de enseñarnos cómo vivir de manera ética y conjunta. Sacks invita a los lectores a un viaje desde la antigua Grecia hasta la Ilustración y hasta nuestros días, mostrando que no puede haber libertad sin responsabilidad ni libertad sin moralidad.
La obra de Sacks es una llamada a revalorizar la moralidad colectiva (ver La humanidad y la gran amenaza de la moralidad) sobre el individualismo exacerbado, proponiendo que la verdadera libertad y el bienestar social se encuentran en el compromiso con el bien común. En «Morality», Sacks no solo reflexiona sobre los principios éticos, sino que también insta a cada individuo a participar activamente en la reconstrucción de una base moral común, esencial para enfrentar el futuro sin miedo.
Este es importante para cualquier persona interesada en las cuestiones de ética pública y responsabilidad social. En una época donde el discurso público a menudo se ha vuelto tóxico y donde la vida familiar y comunitaria se enfrenta a múltiples desafíos, «Morality» ofrece una perspectiva renovadora y profundamente necesaria sobre cómo podemos vivir juntos, respetando y valorando nuestras diferencias, pero unidos por valores morales compartidos.
Principales ideas de Morality de Jonathan Sacks
- Revalorizando la colectividad: Un enfoque más humano y conectado en la sociedad moderna
- El impacto de las redes sociales en la moralidad y las relaciones sociales
- Armonizando el interés propio con la ética en la economía
- Códigos morales compartidos: Clave para la cohesión social
- La verdad como fundamento de la moralidad comunitaria
- Avanzando hacia una comunidad moral: La lección de resiliencia y perdón
- La esencia de la moralidad: Elección y creación de significado en la vida humana
- Compromiso con un código moral en un mundo diverso
- La esencia de la moralidad: Elección y creación de significado en la vida humana
- Fortaleciendo la moral social a través de la colaboración comunitarias
Revalorizando la colectividad: Un enfoque más humano y conectado en la sociedad moderna
En la sociedad contemporánea, se ha intensificado notablemente el enfoque hacia la individualidad, dejándonos en una posición de aislamiento y vulnerabilidad. Ejemplo de ello es la música de grandes compositores como Beethoven, Bach y Brahms, quienes, a pesar de su inmenso talento y dedicación, dependieron de la colaboración de orquestas enteras para dar vida a sus sinfonías. Sin este esfuerzo colectivo, las majestuosas obras que conocemos hoy simplemente no existirían.
Este principio de interdependencia se refleja en muchos aspectos de nuestra vida, no solo en la música. Sin embargo, en las últimas décadas, hemos sido testigos de un cambio cultural significativo hacia el individualismo, evidenciado incluso en las letras de la música pop, que han pasado de celebrar el «nosotros» a enfocarse en el «yo», según estudios de la Universidad de Kentucky.
Este auge del individualismo ha transformado también nuestros estilos de vida. Las personas tienden a vivir de manera más aislada, casándose más tarde, teniendo menos hijos y participando menos en grupos sociales. En Estados Unidos, por ejemplo, el porcentaje de personas que viven solas se ha duplicado en los últimos 50 años, y en las grandes ciudades, casi la mitad de la población vive sola.
Las consecuencias de este aislamiento son profundas. La soledad crónica, por ejemplo, no solo afecta nuestro bienestar emocional, sino que también tiene serias implicaciones para la salud física, comparables a los riesgos de fumar 15 cigarrillos al día. Además, esta tendencia ha impulsado la industria de la autoayuda, que promueve la autosuficiencia en detrimento de la conexión humana.
Frente a este panorama, es crucial reconsiderar nuestro enfoque. En lugar de perpetuar el individualismo, deberíamos esforzarnos por fortalecer los lazos comunitarios y actuar en servicio a los demás. Esto implica evaluar nuestras acciones no solo desde una perspectiva personal, sino considerando cómo afectan a quienes nos rodean. Este cambio de perspectiva, de un enfoque en el «yo» a uno en el «nosotros», no solo es un acto de despersonalización, sino un fundamento esencial para una moralidad compartida y una sociedad más cohesionada y saludable.
En las siguientes secciones, exploraremos más a fondo por qué este enfoque colectivo no solo es necesario, sino también cómo puede implementarse efectivamente en nuestra vida diaria para reconstruir un tejido social más robusto y empático.
El impacto de las redes sociales en la moralidad y las relaciones sociales
Desliza tu dedo por tu feed de Facebook, Instagram o Snapchat. ¿Cuántos amigos y conexiones tienes? Según un estudio de 2018, si te comparas con el adulto británico promedio, probablemente tengas alrededor de 500. Pero ¿en cuántos de esos contactos podrías confiar realmente en caso de emergencia?
Lamentablemente, ese número es probablemente mucho menor. De hecho, el mismo estudio reveló que el adulto promedio solo tiene cinco «verdaderos amigos», es decir, amigos que harían algún tipo de sacrificio por ellos. Los demás amigos en línea simplemente no son lo mismo.
Es difícil subestimar el alcance e impacto de las redes sociales. En 2019, más de seis mil millones de personas usaban dispositivos conectados a Internet en todo el mundo. De ellos, más de dos mil millones eran usuarios activos de Facebook. Al incluir otras formas de redes sociales, ese número aumenta aún más.
Esta vasta red de conexiones tiene un gran potencial para el bien. Es maravilloso que las personas puedan mantenerse en contacto con sus seres queridos y acceder a todo tipo de información. Sin embargo, también tiene su lado negativo. El adolescente promedio ahora pasa de siete a nueve horas al día en dispositivos electrónicos. Y a medida que aumenta el tiempo que las personas pasan frente a una pantalla, disminuye el tiempo que pasan interactuando cara a cara.
Este exceso de tiempo frente a la pantalla crea problemas. Las redes sociales, por ejemplo, son ineficaces para construir relaciones completas y bien redondeadas. En línea, las personas tienden a mostrar solo sus mejores lados y a interactuar solo a un nivel superficial. Estas relaciones pueden sentirse más como transacciones que como encuentros de apoyo mutuo.
Esta forma de interactuar puede debilitar los lazos sociales, dificultando que pensemos de manera desinteresada. Un estudio reciente de la Universidad de California incluso encontró que el uso excesivo de las redes sociales se correlacionaba con niveles más bajos de empatía y niveles más altos de depresión.
Además, la estructura familiar también ha cambiado drásticamente. Desde la década de 1960, la tasa de matrimonio ha disminuido significativamente en muchos países. En 1968, el 56 por ciento de los estadounidenses menores de 30 años estaban casados. Hoy, ese número está más cerca del 23 por ciento. Para Sacks, esto es un problema. Asegura que el matrimonio tradicional es una valiosa institución social que promueve valores importantes como el apoyo mutuo y la responsabilidad.
Así que, a medida que las personas dependen menos de las estructuras familiares tradicionales y tienen menos interacciones cara a cara, se vuelve difícil pensar más allá del yo. En la siguiente sección, exploraremos las consecuencias de este cambio.
Armonizando el interés propio con la ética en la economía
La economía moderna ha obrado maravillas, extrayendo a millones de personas de la pobreza y elevando nuestra calidad de vida. Este notable progreso se atribuye, en parte, a nuestro individualismo. Las personas adquieren nuevas habilidades, desarrollan productos y lanzan negocios, motivados por su propio interés.
No obstante, este sistema solo es efectivo cuando se toman en cuenta también las necesidades de los demás. De lo contrario, emergen complicaciones significativas. Un claro ejemplo de esto es la crisis financiera de 2008. Este desastre, originado por acciones humanas, comenzó cuando bancos y empresas crearon productos financieros inestables, confiando en obtener ganancias incluso a costa del sufrimiento ajeno. Vendieron estos productos a sabiendas de su inestabilidad, enriqueciendo a unos pocos mientras millones en Estados Unidos y Gran Bretaña perdían sus hogares.
Este tipo de codicia, desprovista de restricciones morales, desgasta la confianza y cooperación necesarias para el funcionamiento de una sociedad. Esto es particularmente alarmante en nuestra búsqueda de la felicidad. Históricamente, la felicidad se derivaba de hacer el bien. Filósofos como Aristóteles sostenían que la verdadera felicidad, o eudaimonía, emanaba de vivir una vida virtuosa.
Actualmente, sin embargo, la felicidad se ha reducido a meramente sentirse bien. Se centra en experimentar sensaciones placenteras, despojada de cualquier dimensión moral. Esta concepción es peligrosa porque incita tanto a individuos como a empresas a perseguir satisfacciones inmediatas, como el placer o el beneficio, en lugar de aspirar a metas más elevadas como la equidad o la justicia.
A nivel personal, podemos esquivar esta trampa siendo más conscientes de la fuente de nuestra felicidad. Comparemos la efímera alegría de adquirir un nuevo objeto material con la profunda satisfacción que surge de mantener una amistad significativa. Evidentemente, lo segundo proporciona un contento más duradero. En este sentido, la búsqueda de la felicidad también puede convertirse en un esfuerzo profundamente moral.
Códigos morales compartidos: Clave para la cohesión social
Las noticias actuales están plagadas de disturbios, terrorismo y opresión política, mientras que los estantes de las librerías se llenan de títulos que pronostican el fin de la democracia y el fracaso del liberalismo. Este panorama sombrío nos lleva a preguntarnos cómo hemos llegado a este punto de desconfianza y desilusión hacia las instituciones políticas y sociales.
Históricamente, filósofos como John Locke y Jean-Jacques Rousseau debatieron sobre el papel del estado y los derechos individuales. En tiempos recientes, la visión de Rousseau, que aboga por un estado proveedor del bien común, ha prevalecido. Sin embargo, cuando el estado no logra satisfacer todas las expectativas, desde la seguridad financiera hasta la felicidad personal, surge la desilusión. Una encuesta de 2018 reveló que solo el 18% de los británicos confía en sus partidos políticos, lo que puede conducir a la búsqueda de soluciones en líderes autoritarios o movimientos populistas.
Además, la política de identidad ha exacerbado las tensiones, enfatizando las diferencias demográficas sobre las similitudes y fomentando el conflicto en lugar de la cooperación. Para contrarrestar esta tendencia, podríamos aprender de las religiones como el judaísmo, que promueven códigos morales compartidos y tradiciones, ofreciendo consuelo en la comunidad en lugar de en el populismo o el gobierno.
Los problemas contemporáneos a menudo se remontan a la década de 1960, cuando se abandonaron los valores tradicionales en favor de la expresión personal y la experimentación social. Si la sociedad hubiera mantenido un enfoque más conservador hacia el cambio, como lo hace la religión, algunos de los desafíos actuales podrían haberse mitigado. La adopción de un código moral compartido es esencial para la estabilidad social, ya que fomenta la confianza y la cooperación, elementos cruciales para una sociedad funcional y armónica.
La verdad como fundamento de la moralidad comunitaria
En el año 1274 a.C., Ramsés II regresó a Egipto tras la batalla de Kadesh, proclamando una victoria que también fue reclamada por los hititas. Este antiguo dilema sobre quién ganó realmente ilustra cómo la certeza ha sido siempre esquiva, y en la era moderna, la desinformación se ha vuelto más prevalente que nunca. Políticos sin escrúpulos, medios de comunicación sesgados y las redes sociales han facilitado la propagación de falsedades, complicando aún más nuestra búsqueda de la verdad.
En la actualidad, vivimos lo que algunos denominan la era de la posverdad, donde las emociones y las creencias personales a menudo pesan más que los hechos objetivos (ver La arquitectura de la creencia: ‘Mapas de Sentidos’ de Jordan Peterson). Este fenómeno se vio claramente en eventos como las elecciones presidenciales de 2016, marcadas por una avalancha de desinformación en redes sociales. Según el pensador Sacks, este problema tiene sus raíces en el ascenso de la filosofía posmodernista, que promueve una realidad fluida y subjetiva, erosionando la base de creencias, valores y morales compartidos esenciales para el funcionamiento de la sociedad.
Históricamente, las universidades han sido bastiones de la verdad compartida, pero incluso estas instituciones enfrentan desafíos, ya que los debates abiertos y saludables han dado paso a «espacios seguros» donde se limita la expresión de ideas controvertidas. Este enfoque bienintencionado puede, sin embargo, sofocar el intercambio libre de ideas necesario para alcanzar verdades más profundas.
El judaísmo ofrece una perspectiva valiosa con su concepto de «argumento por el bien del cielo», donde el respeto mutuo y la escucha activa prevalecen sobre la censura. Este enfoque no busca la victoria, sino la verdad, incluso cuando esto implica enfrentar hechos incómodos o ambigüedades.
Reconocer y valorar la verdad es fundamental para construir una sociedad basada en la confianza y un marco moral sólido, esencial para nuestra cohesión y estabilidad social.
Avanzando hacia una comunidad moral: La lección de resiliencia y perdón
Yisrael Kristal, sobreviviente del Holocausto, perdió todo durante la guerra: su salud, su negocio y su familia. Sin embargo, tras salir de Auschwitz, no permitió que la adversidad definiera su vida. Se trasladó a Israel, fundó una exitosa compañía de dulces y, a los 113 años, celebró su bar mitzvah, convirtiéndose en la persona más vieja en hacerlo. Su historia es un poderoso recordatorio de que, para construir una sociedad moral, debemos mirar hacia adelante y no quedarnos anclados en el pasado.
La historia humana está llena de errores y abusos de poder que han causado sufrimiento a individuos y comunidades. Aunque es crucial corregir estos errores, es igualmente vital asegurarnos de que nuestras acciones apunten hacia la creación de un futuro mejor, en lugar de simplemente condenar el pasado.
Hoy en día, enfrentamos el desafío del escarnio público, especialmente potenciado por las redes sociales. Este fenómeno puede parecer una forma de justicia, permitiendo a los grupos sin poder señalar a los malhechores. Sin embargo, también conlleva riesgos significativos, como la eliminación del debido proceso y la imposición de castigos impulsados por la ira, más que por la justicia.
Para fomentar una comunidad moral, debemos contener nuestros instintos más vengativos. Cuando somos agraviados, es tentador responder con rencor. Sin embargo, esto solo perpetúa un ciclo de dolor. En su lugar, deberíamos aprender a perdonar y ofrecer a nuestros adversarios la oportunidad de enmendar sus errores.
Esto puede ser desafiante en una sociedad cada vez más polarizada y combativa. No obstante, mantener la civilidad y tratarnos unos a otros con amabilidad y respeto es esencial para construir un futuro moral inclusivo. En este camino hacia adelante, la historia de Kristal nos enseña que, incluso frente a las adversidades más extremas, es posible forjar un legado de esperanza y renovación moral.
La esencia de la moralidad: Elección y creación de significado en la vida humana
Desde los albores de la historia, la humanidad se ha visto a sí misma en el centro del universo, una creación divina. Sin embargo, las revelaciones de Copérnico y Darwin transformaron nuestra percepción, relegando la Tierra a un planeta más y a los humanos a una especie más entre muchas. Este cambio, aunque desafiante, no disminuye nuestra singularidad.
A lo largo de la historia, diversas teorías han intentado explicar la naturaleza humana. La evolución sugiere que somos el producto de la selección natural, mientras que Freud nos describe como seres impulsados por instintos inconscientes. El marxismo, por su parte, ve nuestras acciones como determinadas por fuerzas económicas. Estos enfoques, aunque útiles, adoptan una visión determinista que omite un elemento crucial de nuestra experiencia: el libre albedrío.
Las tradiciones judías y cristianas nos recuerdan que no somos meras máquinas. Como agentes conscientes, tenemos la libertad de evaluar nuestro entorno y tomar decisiones, una capacidad que nos distingue del resto del mundo natural y fundamenta nuestra dignidad humana.
Esta libertad conlleva la responsabilidad de dar sentido al mundo. Debemos elegir los valores que valoramos, los principios que sostenemos y las aspiraciones que consideramos dignas. Esta tarea de significación nos enfrenta a una elección moral crucial: ¿optamos por crear significados puramente individuales o buscamos construir significados compartidos?
Optar por el individualismo puede llevar a un mundo dominado por el «yo», donde solo importan los deseos personales. En cambio, elegir significados compartidos fomenta un «nosotros» colectivo, permitiendo a las personas trascender sus deseos inmediatos en favor de un bien mayor.
Al compartir un código moral, podemos edificar comunidades basadas en la confianza, la cooperación y el respeto mutuo. Sin esta cohesión, la sociedad corre el riesgo de caer en el caos. La elección de un código moral compartido es, por lo tanto, fundamental para la estabilidad y el progreso social.
Compromiso con un código moral en un mundo diverso
En un experimento, se mostró a niños una imagen de una vaca, un pollo y pasto, y se les preguntó qué elementos iban juntos. Las respuestas variaron culturalmente: niños estadounidenses agruparon la vaca con el pollo, mientras que niños chinos la emparejaron con el pasto, ilustrando cómo la percepción del mundo puede diferir. Esta diversidad de perspectivas también se refleja en la moralidad.
El mundo es rico en diversidad cultural, con miles de idiomas y cientos de religiones, lo que conduce a una variedad de códigos morales. Lo que es correcto en un lugar puede ser ofensivo en otro. Para entender esta variación, se distinguen los códigos morales «gruesos» y «delgados». Los códigos delgados son principios abstractos universales, como no hacer daño, mientras que los códigos gruesos son reglas específicas y detalladas que varían según la cultura, como rituales y tabúes.
Por ejemplo, el código moral de la antigua Atenas valoraba servir a la ciudad y la valentía en la batalla, mientras que en China, influenciado por Confucio, se enfatiza la piedad y el respeto por los mayores. Es esencial comprender y respetar estos códigos diversos, pero también es crucial comprometerse con uno y compartirlo dentro de una comunidad. Este compromiso es similar a hablar un idioma: es más efectivo cuando se domina y se practica con frecuencia.
Históricamente, la religión ha jugado un papel clave en la difusión de códigos morales, facilitando la cooperación a gran escala. En Bali, por ejemplo, los rituales religiosos ayudan a gestionar sistemas de irrigación para el cultivo de arroz. Sin embargo, en Occidente, donde la religión organizada está en declive, surge la pregunta de cómo se mantendrán los códigos morales en el futuro.
La esencia de la moralidad: Elección y creación de significado en la vida humana
Desde los albores de la historia, la humanidad se ha visto a sí misma en el centro del universo, una creación divina. Sin embargo, las revelaciones de Copérnico y Darwin transformaron nuestra percepción, relegando la Tierra a un planeta más y a los humanos a una especie más entre muchas. Este cambio, aunque desafiante, no disminuye nuestra singularidad.
A lo largo de la historia, diversas teorías han intentado explicar la naturaleza humana. La evolución sugiere que somos el producto de la selección natural, mientras que Freud nos describe como seres impulsados por instintos inconscientes. El marxismo, por su parte, ve nuestras acciones como determinadas por fuerzas económicas. Estos enfoques, aunque útiles, adoptan una visión determinista que omite un elemento crucial de nuestra experiencia: el libre albedrío.
Las tradiciones judías y cristianas nos recuerdan que no somos meras máquinas. Como agentes conscientes, tenemos la libertad de evaluar nuestro entorno y tomar decisiones, una capacidad que nos distingue del resto del mundo natural y fundamenta nuestra dignidad humana.
Esta libertad conlleva la responsabilidad de dar sentido al mundo. Debemos elegir los valores que valoramos, los principios que sostenemos y las aspiraciones que consideramos dignas. Esta tarea de significación nos enfrenta a una elección moral crucial: ¿optamos por crear significados puramente individuales o buscamos construir significados compartidos?
Optar por el individualismo puede llevar a un mundo dominado por el «yo», donde solo importan los deseos personales. En cambio, elegir significados compartidos fomenta un «nosotros» colectivo, permitiendo a las personas trascender sus deseos inmediatos en favor de un bien mayor.
Al compartir un código moral, podemos edificar comunidades basadas en la confianza, la cooperación y el respeto mutuo. Sin esta cohesión, la sociedad corre el riesgo de caer en el caos. La elección de un código moral compartido es, por lo tanto, fundamental para la estabilidad y el progreso social.
Fortaleciendo la moral social a través de la colaboración comunitaria
El 11 de septiembre de 2001 marcó un día inusual, especialmente para Gander, Newfoundland. Con el espacio aéreo norteamericano cerrado, más de treinta aviones con pasajeros aterrizaron en esta pequeña comunidad canadiense. Los residentes de Gander demostraron una humanidad excepcional, proporcionando comida, alojamiento y compasión a siete mil viajeros varados. En uno de los días más sombríos, mostraron que la bondad fundamental de la humanidad persiste.
En un mundo a menudo definido por el miedo, la ira y el aislamiento, donde la supremacía del mercado y el retroceso del estado han dejado a muchos sin suficientes servicios sociales o protecciones legales, no podemos simplemente esperar que las fuerzas del mercado o las intervenciones gubernamentales rectifiquen estos desequilibrios. La responsabilidad de cambiar el curso de la historia recae en nosotros.
Este cambio puede parecer desalentador, pero es alcanzable a través de actos individuales de bondad. Cuidar de quienes nos rodean es el primer paso hacia un cambio más significativo. Sacks, un joven rabino en su tiempo, solía preguntar en los funerales cómo deberían ser recordados los seres queridos. Invariablemente, las respuestas destacaban los actos positivos, el cuidado hacia sus familias y su impacto en la comunidad.
Para asegurar un futuro moral, debemos enfocarnos en lo que podemos hacer los unos por los otros, cambiando de una mentalidad individualista a una colectiva. Sacks describe esto como la «política del pacto», donde construir un pacto con otros reafirma nuestra responsabilidad mutua. En este marco, individuos, empresas y comunidades deben enfocarse menos en el interés propio y más en la cooperación.
Crear un mundo basado en pactos no es sencillo, pero es posible. Esta política de responsabilidad mutua ha logrado hitos históricos como la abolición de la esclavitud y la erradicación de enfermedades. Todo se reduce a que las personas se cuiden mutuamente y se comprometan con esta visión.