El interesante artículo de John Müller (“Aterrizan los mapas genéticos de la salud”) acerca las empresas que ofertan servicios que evalúan el riesgo genético ante diversas enfermedades, promete abrir un profundo debate acerca de su utilidad real y la ética. Desde luego éste no es un debate folklórico, ni mediático. Esto va muy en serio.
El mapeo genético, posible desde la decodificación del genoma humano hace unos 5 años, es un negocio potencial sobre el que muchas compañías se están apresurando para afinar y lanzar sus servicios de análisis de perfiles genéticos.
La aplicación comercial es evidente. La posibilidad de que cualquiera de nosotros pueda solicitar, con un precio entre 600 y 1000 €, y mediante una muestra de saliva, es un hecho. Se pueden efectuar diferentes análisis genéticos -convenientemente segmentados- por ejemplo: acerca del envejecimiento, la prevención de enfermedades de ejecutivos o el potencial deportivo y el riesgo de muerte súbita…
Hay numerosas empresas que ya operan desde hace tiempo: deCODEme, 23andMe (fundada por Anne Wojciki, esposa de Sergey Brin fundador de Google y que el gigante de Internet invirtió unos cuantos millones de dólares) o la española SabioBbi.
Una de las críticas más habituales, es el efecto que puede provocar información tan técnica y trascendental, en manos de personas sin esos conocimientos y sin preparación psicológica, cuando se les informe –con décadas de anticipación- el elevado riesgo de padecer una enfermedad frente a la que hoy no hay curación posible (p.e. Alzheimer).
Efectivamente, esto pone en una duda la utilidad real de un análisis genético y abre las puertas a posibles efectos secundarios… psicológicos.
En el transfondo de todo esto, hay el uso potencial futuro de estos perfiles genéticos. Pensemos en compañías aseguradoras, en médicas o incluso en futuras empresas empleadoras….
Como aficionado al cine de ciencia-ficción, recomiendo la película Gattaca, protagonizada por Ethan Hawke, Uma Thurman y Jude Law. La película presenta una visión distópica (una utopía negativa donde la realidad transcurre en términos opuestos a los de una sociedad ideal), donde se nos presenta una sociedad ficticia, en un mundo transhumanista donde es posible la selección genética extrema.
Una sociedad donde los hijos son convenientemente limpiados de taras y enfermedades. Ello implica que sólo los seleccionados tienen opción a determinados trabajos. Aunque no son súper humanos, “poseen lo mejor de los humanos: inteligencias superdotadas y físicos perfectos, y se les ha limpiado de toda tara como enfermedades hereditarias, obesidad, calvicie y otras muchas son eliminadas en la cocina genética”.
No estoy insinuando que las compañías que ofrecen esos perfiles genéticos tengan esa visión (Gattaca) del futuro, ni mucho menos. Soy optimista. Confío en que la ciencia y la tecnología nos hacen progresar. Aunque eso no significa ser tan ingenuo como para convertirme en un talibán materialista y pensar que todo se reduce a lo material (monista).
Sí creo, que este tipo de prácticas empresariales deberían estar sometidas a un estrecho código ético de conducta (como otras muchas industrias). Para algunos, la tentación es demasiado fuerte y ya hay demasiados –malos- precedentes para dejarlo a criterio libre…