Sin ánimo de caricaturizarla, mi amiga y sus compañeros de trabajo la definen como una persona lo más parecido al personaje de “Victoria” (de la popular serie de Tele5, Cámara café) pero en su versión más borde.
Según su definición es una mujer de cuarenta y pocos años. Con un excelente físico (a juicio de mi amiga, claro), intransigente, con exceso de autoestima…y algo misándrica. Vamos, una mujer 10…
El caso es que se ha empecinado a que mi amiga adelgace. Ella que es una persona muy competente y además feliz de ser como es, nos confesaba en una cena con varios amigos y delante de una fantástico plato de pan con tomate y jamón de Jabugo, que la presión a que empezaba a someterla le producía auténticas pesadillas por la noche.
Yo en general he tenido bastante suerte. Salvo un corto –afortunadamente- episodio que me intentaron asignar un asesor espiritual nunca he tenido problemas con ninguno de los jefes que he tenido.
La verdad es que no soy psicólogo, y no quiero parecer machista y mucho menos misógino, entiendo lo justo a las mujeres, pero que tu jefa te traiga Biomanán, te pregunte acerca de las calorías ingeridas en tu última cena o te prohíba coger algún caramelo que hay en las mesa de sala de reuniones,…
Normal, normal, no es ¿verdad?