Estas últimas semanas ha explotado definitivamente la noticia de la fuga de talento. Una confirmación (más) que nuestro modelo económico actual no es capaz de asimilar nuestra prolífica fabricación de talento. Una paradoja de nuestro sistema universitario, muy capacitado para producir licenciados, pero que sigue sin tener una calidad reconocida a escala internacional que les permita atraerlo y retenerlo.
No estamos ante un fenómeno puntual, es un fenómeno que viene sucediendo desde hace años. Leyendo las conclusiones del informe ‘Las tendencia mundiales y los grandes impactos en las grandes metrópolis’ impulsado y dirigido por el Pla Estratègic Metropolità de Barcelona, constata que el decrecimiento, las “shrinking cities” o fenómeno de implosión urbana, o la misma fuga de talento, son amenazas reales y estructurales. No son fruto de la crisis. La situación económica les ha dado más relevancia, pero es un fenómeno que sufren los países y ciudades que se quedan fuera de las nuevas “rutas de la seda del Siglo XXI”.
A pesar del panorama, más que añadir una preocupación adicional a la pesada mochila colectiva, es el momento de aprovechar las circunstancias. Me explico:
- Aprovechar ese talento emigrado más allá de las fronteras, favoreciendo y alimentando la conexión internacional. No solo no hay que sentarse a esperar que regrese ese talento, debemos ir activando desde ya mismo, canales de interacción internacional que se abran con cada emigrante talentoso en el extranjero. Un complemento, quizás no buscado, pero necesario para retroalimentar y enriquecer las propias dinámicas locales gracias al intercambio de información. La conexión en red, favorece la economía en red. El ejemplo de los inmigrantes indios altamente formados, hacia Silicon Valley, que han establecido vínculos fundamentales para dinamizar el tejido emprendedor a sus ciudades de origen.
- Y por supuesto, entender la fuga del talento como síntoma de una enfermedad más grave. Recetar “creación de empleo” no resuelve el problema de fondo tan solo puede aspirar a maquillarlo un poco.
En realidad, y tal como señala el informe, es una excelente excusa para:
- Incrementar -en serio- la apuesta por el capital humano, de alto valor añadido y abierto al cambio, en lugar de distraernos con la tentación de seguir construyendo infraestructuras carísimas (redes de transporte, centros tecnológicos,…) que mueren antes de nacer.
- Plantear un relevo generacional serio para evitar los “Peter Pan obligados”
- Superar la economía posibilista, aquella que busca la seguridad y el confort de un “puesto de trabajo”, que huye del riesgo y abandona cualquier actitud inquieta. Algo que puede acabar convirtiendo nuestras ciudades en polos de atracción del “mínimo riesgo… y esfuerzo”.
Todo apunta que la sociedad del conocimiento, aquella que apuesta por el capital humano, la creatividad, la apertura, la tolerancia es condición imprescindible para sobrevivir. Tendremos que reinterpretar y reinventar muchos sectores, especialmente la educación. A todos los niveles, puesto que todo educa, no solo hay que revisar la enseñanza primaria y secundaria, a menudo secuestrada con su vinculación a la política, también la esclerotizada educación universitaria, la profesional…
De momento, se me ocurre que en lugar de marear tanto la perdiz con las contiendas partidistas, toca sacudirse el polvo y la naftalina. Creo que ya no es el momento del thinking, ahora toca el doing. La educación es un excelente territorio para ello, @JuanManfredi lo demuestra (‘Cuatro disrupciones educativas’).