¿Las causas? las habituales. “El empeoramiento de la situación económica y la búsqueda de una reducción de costes…” y –atención- “…medidas para incrementar la calidad del servicio y la atención a los clientes”. Hay que suponer que estos 1.300 empleados eran un impedimento para la calidad y la atención a los clientes ¡Menuda deslealtad!
El otro caso, es de una amiga despedida recientemente, que al igual que media plantilla (40 personas) no tenía ni idea de las dificultades de la empresa. Una conocida compañía internacional dedicada al mundo del turismo, con recorrido de poco más de un año. La sorpresa de mi amiga fue mayúscula. Más teniendo en cuenta que hace pocos días, se había realizado el lanzamiento de un proyecto que ella misma había liderado con éxito.
Su enojo es evidente. Tal como me apuntaba ella “había provocado que en casa no me vieran prácticamente el pelo los últimos tres meses”. No sufro por su futuro. Es una excelente profesional, mejor persona y curtida en numerosas batallas. Pero entiendo su tremenda decepción. Estaba entusiasmada (creo que demasiado) con la empresa, con el proyecto.
Lo curioso es que mi amiga era la responsable de fidelidad de la marca ¿toda una ironía?
En pleno otoño, las lluvias se lo llevan todo, preludio de un largo y frío invierno. Queda claro que no es tiempo de poesía, ni de buenas maneras, ni de lealtades.
La lealtad -al parecer- es algo que se espera de los clientes…y de nadie más. Cuando las cosas van mal, a determinadas empresas se les exime de todo, incluso de tratar con respeto a sus empleados o de tener clientes satisfechos ¿Así esperan sobrevivir?
Desde luego conozco pocas formas más efectivas de firmar tu sentencia. La lealtad de los clientes, empieza por los propios empleados. Es mejor no olvidarlo…