Hace unos días leía sorprendido la noticia, según un informe sobre precariedad laboral juvenil de UGT de Catalunya referente a 2009, en el que afirma que el 23% de los jóvenes entre 16 y 24 años de Catalunya son “ni-nis” (ni estudian, ni trabajan). La noticia es alarmante, por el hecho en sí y porque en 2007 este colectivo representaba un 14,3%. O sea, estamos ante un fenómeno en crecimiento. Para agravar la situación, el informe indica que de estos 154.000 jóvenes, hay 55.300 que ni tan siquiera lo intentan. No hacen ningún esfuerzo para encontrar trabajo o para intentar formarse. Catastrófico.
Para mí el problema no
Puigverd añade “demonizada por represora y asfixiante la visión de la vida presidida por «el sudor de la frente», hemos divinizado la diversión en detrimento del trabajo, mientras la libertad sin límites se imponía por goleada a la libertad regulada por la ley”.
Me empieza a parecer excesivo y cansino, culpar a la ‘crisis de los valores’ de este estropicio. Como también me parece estéril culpar a los políticos de todo. El problema es grave y lo he podido comprobar en mis puntuales contactos profesionales con el sistema educativo. Siempre me quedo con la misma preocupante sensación: hay situación de bloqueo.
Cuando una minoría del sistema se ha puesto manos a la obra para intentar repensar el sistema educativo, ha topado con la complejidad de un inmenso colectivo en actitud inmovilista, parcialmente esclerotizado, en el que la parte más renovadora, entusiasta y activa, se desespera ante la falta de recursos para abordar una reconversión que se me antoja imposible.
El problema es estructural no hay duda. También tengo la certeza que no se resolverá sólo. Por desgracia, estoy convencido que si dejamos que evolucione de forma natural, el desastre será de mayor magnitud. Como sugiere Francesc-Marc Álvaro (‘Ni trabajar ni estudiar’) este enorme problema, requiere para empezar, elevadas dosis de autocrítica por parte de todos, más allá del conseller o el ministro de turno. Esto también implica a los propios jóvenes, sus padres, los profesionales de la docencia, etc.
Creo que por una vez, sí que deberíamos ser alarmistas. El problema seguro que no tiene fácil ni rápida solución. Por tanto, cuanto antes empecemos, mejor. Paradójicamente, es importante confiar en que estamos ante la generación mejor preparada de nuestra historia, pero el peso que tendrán/tendremos que soportar (el 23% de la ‘generación ni-ni’) pueden ser un lastre imposible en un contexto desconocido de nuestra historia.
La reconversión del sistema educativo parece imposible de asumir por el enorme esfuerzo humano y económico que hay que realizar. Pero seguro que si esta inversión la comparamos con el lastre futuro que puede suponer esa generación metastásica de ‘ni-ni’ cuando sean “adultos”, me parece incluso barato. Y si no, al tiempo.