Entre los que nos movemos habitualmente, con más o menos intensidad, por el mundillo emprendedor tenemos una visión bastante crítica con la proliferación de incubadoras y aceleradoras. No es un fenómeno exclusivo de aquí. El incremento de 400% en los principales países europeos es claro, aunque el +660% de España es la prueba que el fenómeno ha calado con inusitada intensidad (ver Europa ¿Un continente zombi? y Startup Entrepreneurship Growing at an Exponential Rate).
Más allá del debate sobre la proliferación y la degeneración del concepto (¿Alguien tiene la exclusiva?) y la responsabilidad económica de la iniciativa, quizás habría que empezar a cambiar de perspectiva. Puede que en unos años sea una de las vías principales de creación de empresas ¿Eso es necesariamente malo?
La normalización de las incubadoras y en menor medida, de las aceleradoras, debe traer una normalización. Y que lo extraordinario no sea montarlas, sino la capacidad de producir éxitos. Eso implicará (implica!) una intensa lucha por la diferenciación y por ser más competitivo. Especialización, masa crítica, servicios de valor añadido,… Y aquí aparecen con fuerza la figura de los mentores.
Los mentores son pieza esencial de todo el engranaje emprendedor relacionado con incubadoras y aceleradoras. Una mirada a una docena de programas de aceleración e incubación para elaborar un listado de 50 mentores que aparecen como mínimo en dos programas distintos… y a priori “competidores”. Nadie debe escandalizarse. Muchos de ellos hacen de mentor desde hace muchos años. Mucho antes de que hacer de mentor fuera cool. Metiendo muchas horas y en la mayoría de los casos –hablo por mí- sin haber obtenido nada a cambio. Corrijo. Habiendo acumulado mucha experiencia sobre personas, sectores, tecnologías y las sucesivas “fiebres del oro” (acceso a internet, web, ecommerce, audiovisual dospuntecerismo, cupones, formación,…).
Últimamente noto cierta tendencia crítica hacia los ‘mentores´. Es cierto que en algunos casos se está convirtiendo en refugio profesional, alternativa de ejercer la docencia. A pesar del boom de la formación, ésta no absorbe la demanda de tantas “vocaciones” docentes.
Algunos guardianes de las esencias, cuestionan el ‘mentoring’ con afán de lucro. Una fórmula no exenta de riesgo, ya que es legal y ético, rentabilizar la experiencia acumulada durante tiempo, apostando por proyectos interesantes.
Esos que ven el ‘mentoring’, únicamente con una visión altruista, suelen estar cómodamente parapetados detrás de iniciativas públicas o pseudopúblicas, desde las que es más fácil pontificar o cuestionar el libre mercado o la competencia. Ser emprendedor, además de hacer cosas, también implica jugarse directamente tu dinero y tu tiempo (coste de oportunidad).
Que por muchos años siga existiendo esa amplia ‘farándula emprendedora’, formada por rockstars y currantes. Esa que tiene proyectos más allá del BOE y sus mercados regulados (España se está resistiendo al cambio de forma dramática). A esos ‘sospechosos habituales’ a los que siguen llamando para mentorizar proyectos, aunque solo sea para dar brillo a los programas de emprendimiento o aceleración.
Hoy más que nunca se necesita compartir conocimientos y experiencia. Si en la década de los 60 todo el mundo quería ser estrella de rock, el espíritu de nuestra década debería ser emprendedor. No por ser algo cool, si no por iniciativa propia y con ganas de construirse tu propio futuro.
Y para evitar un desastre colectivo, más nos vale tener muchos y buenos mentores. Muchos no tenemos la llave del éxito, pero sí suficientes cicatrices de lecciones aprendidas. Solo así reduciremos la tasa de mortalidad de startups y quizás consigamos construir algún campeón empresarial.