La visión actual de muchos de los millennials es distinta a la de generaciones anteriores: hay pesimismo ante la política, quieren trabajar para empresas que generan impacto positivo y en ellas estarán más tiempo. Así pues, el reto empresarial de nuestro tiempo es crear un trabajo con propósito. No es una afirmación mía (The business challenge of our time is creating meaningful work) es una poderosa realidad de nuestro contexto sociológico que viene de lejos. Ya en 2010, la publicación de ‘Mentoring Millennials’ en la Harvard Business Review adelantaba que es la generación más concienciada socialmente desde los años 60.
Frederix Laloux (‘Reinventar las organizaciones’) empieza preguntándose si “es posible que nuestra visión actual del mundo limite la forma en que pensamos las organizaciones, ¿podemos inventar una forma de trabajar juntos más poderosa y más significativa si cambiamos nuestro sistema de creencias?”.
Este nuevo contexto implica una nueva etapa evolutiva del mundo empresarial, su pensamiento y su paradigma organizativo. Esta nueva conciencia, apunta Laloux, nos obligará a “domesticar nuestro ego y buscar nuevas formas de ser más auténticas e íntegras”.
¿Moda o cambio sistémico?
Realmente no sé si estamos ante el penúltimo intento de adaptación del capitalismo o que en realidad ya estamos metidos en la nueva etapa de postcapitalismo propugnado por Paul Mason (Postcapitalismo. Hacia un nuevo futuro). Lo que parece evidente es que los millenials ya han cambiado el chip (Young People Are Really Over Capitalism). Tanto si es la última moda del Management o si se trata de una evolución sistémica, el contexto social existe y las organizaciones están evolucionando.
Como apunta Guillermo Echegaray (‘Empresas con alma, empresas con futuro’) hace años utilizar palabras como felicidad, sentimientos, alma, liderazgo espiritual, refiriéndolas al mundo de la empresa eran prácticamente una herejía. Ahora, en cambio, están de moda. A la vista está: la inteligencia emocional es citada por todos los gurús del management; en Harvard, el curso sobre la «mayor felicidad» del Tal Ben Shahar es el más concurrido de la universidad; O incluso, los Srs. Michael Porter y Mark Kramer son capaces de acuñar el nuevo invento de la “Creación de Valor Compartido” (shared value) y así poder hacer más negocios con su consultoría y vender sus libros.
O sea que, aunque a regañadientes o con intereses espurios, parece que el ser humano se va dando cuenta de que el negocio no es solo negocio y que lo que hacemos en nuestras empresas y proyectos no puede estar reñido con el planeta y el ser humano que en él vive.
Empresas con alma
Es complejo definir qué es el alma de la empresa. Como afirma Xavier Marcet (Empresas con alma) “No sabemos qué es el alma de una empresa, pero detectamos cuando el alma ya no está”. De la misma forma, estaremos de acuerdo en la afirmación que las empresas que sobreviven “tienen alma”.
Aunque la empresa, continua Xavier, “es un ecosistema complejo y frágil”, coincidiremos que es algo más que un lugar dónde ir a trabajar, y también es más que un sistema para vender – producir – cobrar. Quizás no todas, pero reconocemos algunas empresas que son mucho más que eso. Empresas que se reconocen en un porqué, en un propósito que va más allá de una cuenta de resultados.
Reconocer esa alma, los caminos que sigue y los principios -sistémicos- que la regulan es lo que ha desarrollado Guillermo Echegaray (‘Empresas con alma, empresas con futuro’). Se equivoca quien piensa que el término «alma» es algo etéreo e irreal. El alma tiene que ver con las conexiones, con las personas, con la forma en que todo lo que pertenece a la organización está ajustado, interrelacionado y en orden. Tiene que ver con su día a día y la confianza que se genera. Y no está demás, recordar que la confianza es un sentimiento, no una instrucción, no podemos decirle a la gente que crea en nosotros, no funciona de esa manera. La confianza no se puede acelerar, es una experiencia humana. De la misma forma que es imposible enamorarnos más rápido, es preciso tener paciencia con los empleados o nuestros clientes.
La implicación del empleado
Y en el cambio de prioridad fuera (cliente) dentro (empleado) estriba una de las esencias de las empresas alineadas con la economía del propósito. Como cuenta Laloux “hay un giro de los criterios externos a los criterios internos en la toma de decisiones. ¿Estoy siendo fiel a mí mismo con esta decisión?, ¿está alineada con lo que siento que estoy llamado a ser?”.
La motivación de los empleados es fundamental. Su implicación es, hoy en día, uno de los mayores retos de las empresas en la economía del propósito. Son precisamente aquellas de mayor compromiso con el bien social las más atractivas para ellos: los más fieles y productivos serán los que compartan los valores de su organización, más allá de los simples beneficios económicos. Pero no sólo los trabajadores, los consumidores, los socios y los organismos reguladores, también los inversores van reconociendo paulatinamente su importancia. Como anticipa Laloux, pronto se reconocerá la interdependencia entre ello y el éxito empresarial.