Cuando tienes hijos, sobretodo si son adolescentes, más entiendes el verdadero sentido de lo que es la (buena)educación. Pones en valor la educación recibida en tu lejana infancia y juventud, y tratas de ponerla al día en un entorno cada vez más cambiante, complejo y global.
Gestionar este proceso, en el que nos toca desaprender y aprender, no es fácil ni obvio. No pretendo -en absoluto- apelar al pesimismo cansino con olor a naftalina de que “tiempos pasados fueron mejores”. Para nada. Pero lo que sí es cierto, es que asistimos a un proceso que denomino de “desnormalización”. Donde uno empieza a tener dudas de lo que es ser normal o comportarse con normalidad.
Me explico ¿Es necesario hacer el payaso para parecer más divertido? Tampoco hay que ir con cara y pose de notario por la vida ¿De la misma forma que es normal idolatrar el dinero o el consumismo para ser feliz?
Quizás soy un tiquismiqui o quizás sea mi sistema operativo. Lo noto en las pequeñas cosas. Uno empieza a sentirse raro cuando pide las cosas con un sencillo “por favor”. De la misma forma que a muchos dan, sin esperar recibir. O donde la palabra “gracias” no hay que extraerla con sacacorchos.
Lo básico está en crisis. Sentarse a la mesa a comer, sin parecer un troglodita. O no querer ser siempre el primero. Ya sabes, “antes de entrar, dejen salir” o si lo prefieres “el burro delante….”
Un tiempo donde cuidar la higiene personal sea algo básico, no una heroicidad. No es pecado si uno no se afeita, pero tampoco se trata ir andrajoso. Aunque no es recomendable narcotizar al personal dejando rastro con un “sígueme_pollo” o abusar del after shave…
Los tiempos cambian. Y lo que ayer parecería una afrenta personal y un ataque al honor, hoy es una conversación entre colegas. Hay que adaptarse. Lo nuevo no es bueno o malo per se. Se necesita tener criterio. Ser normal también es entender que la tecnología tiene el potencial de perjudicarnos si no se emplea debidamente. Explicarlo a adultos cuesta, pero a adolescentes…
En la ciudad, con una mayor densidad de almas, es donde más se cuestiona la idea de “ser normal”. Convivimos con numerosos ejemplos cotidianos. Sólo hay que salir a la calle para comprobarlo, son abundantes. Desde los hooligans al volante, hasta los que aparcan su querido vehículo (sea moto, coche o camión) en medio de la acera impidiendo el paso al resto de los mortales. O los que en días de lluvia, tienen la desfachatez de aparcar su querida motocicleta debajo de un balcón para que no se moje. Eso tampoco es normal.
No son estos tiempos fáciles para ser “normal”. Cuesta distinguir realidad y mentira. Donde el “todo vale” es bien visto. Cuando lo “normal” es aspirar a ser famoso o un gurú. Cuando el éxito, la celebridad y sus atajos son el santo grial. No extraña que aspirar a “ser normal” empiece a parecer una rareza.
El afán de destacar, de diferenciarnos, nos lleva a lo grotesco. Hay que ser divertido y súper social, de lo contrario uno se expone a ser etiquetado de soso, aburrido o anacoreta. Ser normal también lleva implícito, tener criterio para escoger con quién, dónde, cuando y cómo. E implica esquivar o mandar a paseo –educadamente, eso sí- a los que no te importan un carajo o simplemente a los pesados.
¿Ser normal es vestir con unos jeans? ¿O necesitas tirar de traje y corbata para ser (o parecer) normal? si necesitas disfrazarte, es que entonces no es normal… y además tienes un problema.
Puede que en el fondo, todo sea mucho más sencillo. Uno puede ser “normal”, ser feliz él y los suyos, sin necesidad de ir haciendo el payaso, el gurú o el don_importante. O sea, ser normal sin necesidad de ser o hacer el numerito por la vida.
Claro que todo depende del cristal con que se mire…. Quizás es que soy yo, el que no es “normal”…