Las palabras y las cosas de Michel Foucault es un análisis crítico de la forma en que la humanidad ha entendido y organizado el conocimiento a lo largo de la historia. El principal argumento del libro es que la forma en que nos relacionamos con el conocimiento está influenciada por la época y el contexto cultural en que vivimos.

Foucault argumenta que el conocimiento no es inmutable ni universal, sino que está determinado por las creencias y valores de una época determinada. Por ejemplo, la manera en que entendemos la ciencia hoy día es muy diferente a la manera en que la entendían los europeos del siglo XVI.

El libro explora varios ejemplos de cómo el conocimiento ha sido organizado de maneras diferentes en diferentes épocas, incluyendo la forma en que se entendía la ciencia, la historia, la locura y el lenguaje.

Michel Foucault (1926-1984) fue un filósofo, historiador y teórico social francés, considerado una de las figuras más importantes e influyentes del pensamiento del siglo XX. Fue asociado con los movimientos estructuralista y posestructuralista, y fue conocido por su análisis crítico de las instituciones sociales, tales como el sistema penitenciario, la locura, la sexualidad y el poder.

Su trabajo exploró temas como la naturaleza del conocimiento, la construcción social de la realidad, la relación entre poder y conocimiento, y la forma en que las instituciones sociales ejercen control sobre las personas. Foucault es reconocido por sus aportaciones a la filosofía, la teoría cultural y la sociología, y su obra sigue siendo ampliamente estudiada y debatida en la actualidad.

Por qué es importante leer ahora Las palabras y las cosas de Foucault?

A pesar de publicarse en 1966, leer Las palabras y las cosas de Michel Foucault sigue siendo importante por varias razones:

  1. Nos ofrece una visión crítica del conocimiento y de cómo lo organizamos. Nos ayuda a entender que el conocimiento no es algo fijo y eterno, sino que está constantemente cambiando y adaptándose a las circunstancias sociales y culturales. Esto nos ayuda a reflexionar sobre el conocimiento de nuestros días y cómo se moldea.
  2. Nos ayuda a entender la relación entre conocimiento y poder. Señala que el conocimiento no es neutral, sino que está profundamente vinculado al poder.
  3. Nos ayuda a entender la evolución de la realidad y la construcción social. Explica que lo que consideramos realidad no es algo fijo ni eterno, sino que está en constante cambio y es construida colectivamente. Esto nos ayuda a reflexionar sobre la realidad en la que vivimos actualmente y cómo se construye.
  4. Nos ofrece una visión no convencional sobre el lenguaje y su relación con la realidad. Nos ayuda a entender que el lenguaje no es simplemente una herramienta para describir la realidad, sino que es un elemento clave en la formación de nuestras percepciones y creencias.

Principales ideas de Las palabras y las cosas

  • Semejanza
  • Representación
  • Vida, lenguaje y deseo.
  • La invención del hombre.
  • Evolución

Semejanza

¿Alguna vez te has preguntado cómo categorizamos el mundo que nos rodea? ¿Por qué agrupamos animales, plantas u objetos de la forma en que lo hacemos? ¿Sabemos realmente cómo deberían relacionarse entre sí? Bueno, la respuesta corta es no. Resulta que los sistemas que utilizamos para estructurar el conocimiento no son tan naturales como parecen.

Las Meninas. Fuente: Museo del Prado

Para descubrir los orígenes de estas estructuras de significado, Foucault viaja en el tiempo. Utiliza el famoso cuadro Las Meninas, de Diego Velázquez, del siglo XVII, como ejemplo de cómo han funcionado históricamente los sistemas de conocimiento. La pintura representa figuras de la corte real: algunas hablando, otras mirando al espectador. Al fondo, Velázquez se incluye a sí mismo en el acto de pintar. Esta intrincada interacción entre personas representadas y representantes lleva a Foucault a introducir el concepto clave de semejanza.

En el siglo XVI, la semejanza era el principal principio organizador de los sistemas de conocimiento. Se creía que las cosas se parecían, reflejaban o atraían naturalmente entre sí a través de conexiones ocultas. Foucault identifica cuatro tipos de semejanza.

La conveniencia era la idea de que las cosas que están espacial o temporalmente juntas se parecen entre sí en esencia. Por ejemplo, se pensaba que las plantas que crecían cerca unas de otras tenían propiedades mágicas simpáticas.

La emulación era la idea de que ciertas cosas distantes se influyen entre sí a través de conexiones ocultas porque comparten similitudes fundamentales. Por ejemplo, alguna vez se pensó que los movimientos de los cuerpos celestes causaban eventos en la Tierra.

La analogía era la idea de que diferentes reinos de la realidad tienen patrones correspondientes que pueden decodificarse. Por ejemplo, el cuerpo humano era visto como un microcosmos de la estructura del cosmos.

La simpatía era la idea de que las cosas se atraen o se repelen debido a afinidades ocultas entre ellas. Esto explicaba fenómenos como la atracción magnética o las supuestas propiedades medicinales de las plantas que se asemejaban a las partes del cuerpo que curaban.

Hasta bien entrado el Renacimiento, la semejanza en diversas formas se consideraba una firma intrínseca que conectaba elementos dispares de la realidad. No era sólo una percepción superficial en la mente, sino una clave para descubrir cómo estaba ordenado el mundo. Interpretar estas semejanzas secretas era el camino hacia el conocimiento. 

En esta cosmovisión, las palabras y las cosas estaban naturalmente entrelazadas. Según la Biblia, Dios creó originalmente un vocabulario que reflejaba perfectamente la naturaleza. Este lenguaje perfecto se perdió después de la caída de Babel, pero la idea de que el lenguaje podía coincidir perfectamente con la realidad aún perduraba en el siglo XVI. En aquel entonces, estudiar textos y lenguajes era una forma tan completa de examinar el mundo como la observación y la experimentación. 

Al mostrar cómo el conocimiento del siglo XVI dependía de la semejanza, Foucault expone la contingencia subyacente a nuestras concepciones modernas de verdad y objetividad. Hoy en día ya no explicamos el mundo a través de simpatías esotéricas. Entendemos que el lenguaje es una forma a menudo imperfecta de captar la realidad. En algún momento, los fundamentos del conocimiento cambiaron dramáticamente para trastornar el altamente elaborado sistema de semejanza. 

Representación

¿Cuándo dejó la gente de creer que el movimiento de las estrellas influía en los acontecimientos en la Tierra? ¿O que las nueces son buenas para el cerebro porque parecen sesos pequeños? 

Foucault observa un cambio importante en el pensamiento occidental en los siglos XVII y XVIII. Anteriormente, la gente veía la verdad como inherente al mundo; era accesible a través de la interpretación de la “semejanza” o “semejanza” que conectaba todo místicamente. Decodificar poemas antiguos o signos secretos de la naturaleza podría ser la clave para comprender el universo, o eso pensaba la gente. 

Alrededor del siglo XVII, este pensamiento tomó un giro más sistemático. Ahora el conocimiento provino de comparar y cuantificar activamente cosas con nuevas herramientas como las matemáticas y la taxonomía. Había menos énfasis en el mundo como un todo místico y más reconocimiento del orden y la diferencia. Los animales, las plantas y otros objetos comenzaron a tener identidad propia. 

El lenguaje y la realidad también se distanciaron aún más. El lenguaje ya no se utilizaba para revelar directamente verdades ocultas sino, como una pintura, para construir un modelo fragmentado del mundo. Las palabras catalogaban y explicaban fenómenos externos en lugar de revelar significados internos; ya no eran semejanzas del mundo sino herramientas de representación. 

A medida que el lenguaje pasó a ser visto cada vez más como una construcción humana, surgió la posibilidad de que tuviera una relación arbitraria con las cosas. Este creciente desapego abrió espacio para una distinción entre hecho e imaginación. Campos como la ciencia y la literatura se convirtieron en esferas separadas. La ficción e incluso la falsificación se volvieron culturalmente concebibles. Los campos dedicados a la retórica, la estética y el significado interpretativo florecieron separadamente de las ciencias positivistas que clasificaban los objetos «tal como son».

El cambio hacia la representación orientó la búsqueda misma del conocimiento hacia la descripción técnica, la medición y el ordenamiento analítico. Las verdades ya no hablan automáticamente a través de símbolos naturales o textos ocultos. Deben modelarse y verificarse activamente.

Esto preparó el escenario para nuestra búsqueda moderna de un conocimiento completo: un grial esquivo que continúa desbordando los sistemas construidos para contenerlo.

Vida, lenguaje y deseo.

En los siglos XVII y XVIII, los sistemas de conocimiento se basaban en “representaciones” racionales y ordenadas para categorizar el mundo. Las cosas se entendían jerarquizando, clasificando y catalogando bloques de construcción, desde la taxonomía científica hasta las cadenas ordenadas de gramática. Campos como el lenguaje, la historia natural y la economía apuntaban simplemente a representar de manera confiable el pensamiento y la realidad observada. 

Pero Foucault sostiene que en el siglo XIX se produjo otra ruptura importante. Si bien la representación perduró como base del conocimiento, fundamentos cambiantes como el concepto mismo de “vida”, el descubrimiento del funcionamiento interno del lenguaje y una nueva comprensión de las necesidades y deseos humanos cambiaron la forma en que vemos el mundo. La interpretación y representación estáticas se fracturaron, abriendo espacio para los flujos, las incertidumbres y las tensiones de la vida moderna. 

Tomemos la economía como ejemplo. Anteriormente, el valor económico de algo se basaba en aquello por lo que la gente estaba dispuesta a cambiarlo, lo que se remontaba a las necesidades humanas fundamentales. Pero Adam Smith introdujo una nueva unidad de medida: el trabajo (ver Resumen de ‘La riqueza de las naciones’ de Adam Smith). El valor vinculado a un artículo ahora estaba relacionado con las horas de trabajo necesarias para producirlo, independientemente de su utilidad. Esto permitió a la economía cuantificar el valor de una manera más absoluta y universal.

En las ciencias naturales, la estructuración de plantas y animales exclusivamente por rasgos físicos dio paso al examen también de las estructuras internas. Científicos como el naturalista francés Georges Cuvier pusieron un nuevo enfoque en la comprensión de la estructura orgánica de los seres. Las funciones y condiciones de la vida biológica ocuparon un lugar central. 

El lenguaje se convirtió en un objeto de estudio en sí mismo, más que un simple medio de representación. Hubo un nuevo interés en su funcionamiento gramatical interno, transformaciones históricas y leyes. La literatura moderna surgió como una autorreflexión creativa sobre el poder del lenguaje.

En general, las anclas que mantenían el conocimiento claramente ordenado y estático –ya sea en la taxonomía, la gramática general o las teorías del valor– fueron desarraigadas en favor de motores dinámicos, evolutivos e internos que impulsan la vida, el lenguaje y el impulso humano. Esto abrió espacios para nuevas energías creativas, pero también para inestabilidades.

La invención del hombre.

La visión moderna de la “vida” no fue la única idea nueva del siglo XIX. Resulta que nuestra concepción de la naturaleza humana también es una invención reciente: la noción de un “hombre” universal surgió claramente en el siglo XIX y dio forma a los marcos modernos del conocimiento. Pero generó más preguntas que respuestas. 

Antes de esta invención, la gente no analizaba la vida, el lenguaje y el trabajo a través de una lente de características humanas innatas. Esto cambió a medida que la condición humana imperfecta y finita se convirtió en el nuevo trasfondo que enmarcaba las preocupaciones sobre la verdad y el conocimiento. 

De repente, la razón por sí sola no podía captar las confusas realidades de la existencia: dondequiera que los científicos miraran, encontraban brechas entre modelos ordenados, locura humana impredecible y mortalidad. Surgieron tensiones entre trascender contextos para encontrar ideales absolutos y la necesidad de arraigar ideales en individuos reales. El relativismo y la subjetividad fracturaron las afirmaciones universalistas.

Por eso, pensadores como Freud sondearon el inconsciente creativo, exponiendo los cimientos inestables que sostenían las rígidas normas sociales. Y filósofos como Nietzsche buscaron maximizar la autodeterminación individual contra la conformidad cultural y el nihilismo. 

Las nuevas “ciencias humanas” como la psicología y la sociología no revelaron la esencia del “hombre”; en cambio, disolvieron esta misma categoría al resaltar su continua formación histórica. Los sistemas de conocimiento y las autoconcepciones humanas cambiaron fluidamente con las épocas en lugar de progresar linealmente. 

La psicología y la sociología también intentaron formalizar las nociones modernas de normalidad. Pero con la misma rapidez, los grupos reprimidos formaron contradiscursos que redefinieron la cordura, la sexualidad y la identidad frente a las narrativas coloniales. Los cimientos de la certeza se derrumbaron.

Estas “contraciencias” erosionaron las afirmaciones positivistas de que la naturaleza humana podía conocerse únicamente a través de la ciencia. Para Foucault, las ciencias humanas como la psicología flotan en un espacio ambiguo: no son exactamente ciencia, pero tampoco filosofía pura. Intentan formalizar realidades confusas como los deseos, la imaginación y la sociedad. 

Pero la infinitud humana todavía desborda los análisis ordenados. Existe una brecha infranqueable entre la experiencia de vida y los modelos abstractos. Este hecho de la condición humana encuentra expresión en la literatura y el arte. 

Quizás algún día, otra ruptura en la autoconcepción borre nuestra idea de la naturaleza humana tan rápidamente como apareció en el siglo XIX. ¿Pueden paradigmas más holísticos ayudar a sanar las divisiones entre la ciencia, la sociedad y el yo? ¿Cómo sería un modo de pensar más allá del conocimiento del hombre?

Evolución

La transformación de nuestro sistema de conocimiento a lo largo de los tiempos –desde la semejanza hasta la representación y el humanismo– desató grandes energías creativas. Pero también expuso el conocimiento a una mayor inestabilidad y tensión. Los claros cuadros clasificatorios, categorías y equivalencias que fundamentaban las afirmaciones de verdad se estaban fracturando. En su lugar surgieron objetos de comprensión orgánicos, evolutivos y con forma histórica que resistieron las viejas herramientas analíticas y obedecieron sus propias leyes contingentes.

Como resultado, se abrió una brecha entre las disciplinas de construcción de modelos y los objetos desordenados que intentaban sistematizar. Había ambigüedad en torno a si una mayor verdad se encontraba más en sistemas abstractos o en realidades empíricas concretas que pedían ser captadas de manera integral en sus propios términos. El origen del significado mismo quedó en entredicho: ¿fue producido mediante la construcción de sistemas de medición y lenguajes analíticos, o exigió sensibilidad hacia identidades preexistentes y peculiaridades estructurales?

Surgieron tensiones similares en torno a la agencia y la subjetividad. ¿Progresó más el conocimiento a través de la creatividad conceptual humana y el ingenio teórico, o requirió la observación pasiva de lo que los hechos y los procesos de autointerpretación revelaban por sí solos? La era de la certeza absolutista se fundió en la historicidad dinámica y se allanó el terreno para nuevas filosofías como el trascendentalismo, el positivismo, la metafísica y el empirismo formal. 

Entonces, ¿qué ideas nos ofrece hoy esta evolución? Primero, muestra que todas las verdades tienen una historia; el terreno sobre el que hemos construido nuestro conocimiento ya ha cambiado varias veces, revelando nuevas visiones del mundo. Lo que parece eterno pasa al tiempo. En segundo lugar, ningún punto de vista por sí solo –ni la lógica pura ni la irracionalidad por sí solas– puede captar la complejidad de la vida. Al aprovechar modos de pensamiento opuestos, ganamos perspectiva, como rotar una escultura para ver nuevos ángulos. 

También hemos visto que los cambios sísmicos en las escuelas de pensamiento abren nuevas puertas de descubrimiento al cuestionar y mirar más allá de los modos de análisis predominantes. Cada época construye sistemas completos de conocimiento a partir de primeros principios y códigos incompatibles. Lo que una época llama “razón”, otra lo llama “magia” o “mito”. Y las inestabilidades que experimentamos en nuestra identidad moderna surgen directamente de la fragmentación de estas certezas más antiguas.

Las visiones del mundo actuales se consideran revelaciones progresivas de la verdad, mientras que las ideas de épocas pasadas se consideran supersticiones más primitivas… sin embargo, es posible que el suelo todavía se esté moviendo bajo nuestros pies tan incondicionalmente como antes. Foucault proporciona una herramienta para descubrir los ordenamientos, las semejanzas y las representaciones arbitrarias que enmarcan nuestra actual creación de sentido. Sólo decodificando estas epistemes que forman nuestras realidades podemos comenzar a remodelar conscientemente el conocimiento.