Nos habían prometido el infinito con Internet, pero en realidad somos como peces, encerrados en la pecera de nuestras pantallas. Los neuropsicólogos confirmaban la reducción de nuestra capacidad de concentración de esta generación en 9 segundos. No obstante, sabemos que cinco segundos después de un impacto, este empieza a no interesarnos.

Hace veinte años hacíamos zapping sin parar. Desde entonces, la cantidad de información a la que estamos sometidos a diario ha aumentado exponencialmente. Como resultado, nuestro cerebro ha activado un ‘modo de piloto automático’ al que cada vez recurrimos con más frecuencia.

Uno de los motivos por los que estamos saturados de información es porque el entorno digital fomenta un tipo de conducta orientada a extraer tiempo de los usuarios. Todo se han desplazado hacia la economía de la atención. Lo que ya iniciase la radio hace décadas y luego copiase la televisión, persigue que estemos siempre atentos.

Civilización de la memoria de pez

El resultado de miles de impactos intentando desatar nuestra concentración en un producto en lugar del producto de la competencia, ha logrado el resultado opuesto: somos incapaces de concentrarnos.

Estos 9 segundos son el tema del libro de Bruno Patino (La civilización de la memoria de pez). Para contextualizar hay que quedarse con la conclusión de un estudio del Journal of Social and Clinical Pyscology que valora en 30 minutos el tiempo máximo de exposición a las redes sociales y a las pantallas de internet. Más allá de este tiempo existe riesgo para la salud mental.

Síndromes digitales

Ya escribí que esta no era la evolución prevista. Es el resultado de esa #aceleración en lugar de #atención, y de #adicción en lugar de #satisfacción. No se trata de determinismo tecnológico, es las consecuencia principal de la economía de la atención que tan buen resultados está dando a los grandes de la industria.

Cuando la pantalla de nuestro dispositivo ilumina la penumbra perturba nuestro sueño, que desconoce el trabajo de las células ganglionares sobre la melanopsina de su retina.  Estas células confunden la luz de los led con la luz blanca del día. Nuestro reloj interno se desajusta y el sueño es intranquilo.

Como consecuencia del uso intenso que hacemos de determinadas plataformas digitales han nacido determinadas enfermedades adictivas: los durmientes centinelas, el ningufoneo (o phubbing, que es el acto de ignorar a una persona y al propio entorno por concentrarse en la tecnología móvil); el síndrome de ansiedad; la esquizofrenia de perfil;  y la atenuación.

Más de 1/3 de nuestra vida es comercializada y monetizada por otros

Cuando nos despertamos repetimos el gesto de mirar al móvil. Algo que repetiremos un promedio de 30 veces a la hora mientras estemos despiertos (30 veces x 16 horas despiertos: 320 veces al día x 365 días…). Durante ese tiempo estamos en sus manos. Más de 1/3 de nuestra vida es comercializable. 1/3 de nuestra vida está siendo monetizada (por otros).

La fundación Kaiser Family de EEUU estima que los jóvenes estadounidenses ya superan 1/3 de su vida conectados. Que somos una sociedad con algunos grupos totalmente adictos a la pantallas, no es novedad.

Estamos bajo control

Creímos “liberarnos” de los medios masivos tradicionales sin darnos cuenta hemos quedado atrapados en esta máquina que monopoliza nuestra atención. Estamos bajo control y estos son sus ingredientes:

  • Tolerancia: es la necesidad que se crea en el organismo de aumentar las dosis con regularidad para obtener la misma satisfacción
  • Compulsión: la imposibilidad de resistir un deseo
  • Adicción: es la servidumbre, en pensamiento o en acto, respecto a ese deseo que puede acabar ocupando 1/3 de nuestra vida.

Técnicas de manipulación que vienen de lejos

Las técnicas aplicadas no nacieron con Internet, tan solo se sofisticaron. En 1929, la psicóloga rusa Bluma Zeigarnik, describió el marco teórico (efecto Zeigarnik) que provoca el encadenamiento constante, olvidando en libre albedrío, que tan sabiamente han aplicado desde el mundo de la TV (no importa la calidad de la serie, sino la frustración derivada del visionado incompleto). La función “autoplay” de Netflix, lo borda.

El Candy Crush es un buen ejemplo de la experiencia óptima de “pantalla protectora” desarrollada por el psicólogo croata Mihaly Csikszentmihalyi. Se trata de que no sea demasiado fácil ni, sobre todo, demasiado difícil , para jugar de forma automática. Lo que se trata es de proveer al jugador de satisfacción intensa, de sacarlo de su entorno inmediato y desconectarlo de los problemas que le obsesionan.

La paradoja es que nos hemos metido en una espiral que nos impide descansar, vamos atiborrados de dopamina, no relajamos nunca la vigilancia, estamos en alerta permanente, dejamos explotar nuestra pasividad o alimentamos de halago fácil a nuestro narcisismo. Queríamos libertad para elegir, pero nos acecha la realidad de la dependencia. La tecnología no es malvada, pero nos cuesta desconectar.

Cada imperio tiene su propia Estrella de la Muerte

Estrella de Muerte. Star Wars

Bruno Patino lo tiene claro, “La cultura pop nos ha enseñado que cada imperio tiene su propia Estrella de la Muerte.” En este caso tiene nombre: Persuasive Techonolgy Lab en Palo Alto. También tiene nombre propio, B.J.Fogg que según palabras de Fortune Magazine es un “fabricante de millonarios (digitales)”. BJ. Fogg ha inventado su propia ciencia, la captología que es el arte de captar la atención de los usuarios, lo quiera o no. Fogg lleva más de veinte años analizando el comportamiento, especialmente de adolescentes, cuyo objetivo final es construir una burbuja de satisfacción alrededor del usuario que le refuerza la idea que el mundo de las pantallas es más satisfactorio que el mundo físico que nos rodea.

El campo de actividad de la captología son los interfaces hombre máquina. La experiencia de usuario (UX Design) se ha convertido en un arma económica, muy eficaz porque convierte un hábito en adición. En su versión más tenebrosa, la que atenta absolutamente con el libre albedrio de la personas, aparece el dark design que es una manera de hackear el cerebro que ya expliqué hace unos días.

Arrepentimiento

La utopía digital se desvaneció. La culpabilidad de algunos se empieza a evidenciar. Todavía es una señal muy débil. “¿Qué hemos hecho?” se pregunta algunos. Una señal inaudible para la mayoría.

Empezamos a ver millonarios entonando el mea culpa sobre el origen de sus fortunas. Que llevan a sus hijos a escuelas desconectadas y les prohíben usar sus inventos, como el creador del iPad que no permitía que se usara en su casa.

Sean Parker, exdirectivo de Facebook, “solo Dios sabe qué lo que estamos haciendo con el cerebro de nuestros hijos” revelando que él había estado trabajando para aprovecharse de la debilidad psicológica de los más jóvenes.

B.J.Fogg tuvo muchos discípulos: Tristan Harris, ex responsable de diseño ético de Google, fundador de Center for Humane Technology. Mike Krieger fundador de Instagram. Nina Kim Schultz, ex responsable de ingeniería para servicios de educación de Google, y hoy presidenta de Pacific Primary (ONG para la educación inclusiva). Dana Sittler, ex responsable de producto en Facebook y hoy responsable de innovación en Netflix…

Aunque el mal ya está hecho, los tiempos cambian. Ante la evidencia de la deriva que está tomando gran parte de la industria, además de cambiar de nombre su laboratorio (“Persuasive Tech Lab» a «Behavior Design Lab.») B.J Fogg, decide a finales de 2020, iniciar un proyecto de Screentime Reduction. Un proyecto para ayudar a las personas de todo el mundo a reducir el tiempo improductivo dedicado a la tecnología. 

Te hago más productivo para robarte más tiempo

La economía digital se ha infiltrado en la conquista económica del tiempo. Afortunadamente no toda la economía digital se concentra en la economía de la atención, pero una parte muy relevante sí lo hace. Captar el tiempo del usuario conectado proponiéndole ganar tiempo constituye la paradoja insoluble de la economía de la atención. Nuestro propios datos se usan contra nosotros mismos

Huxley, en un mundo feliz, anunciaba una civilización seducida, alimentada por un torrente de contenidos, esclavizada y como sonámbula por el placer. En esta distopía ya no es necesario prohibir ningún libro, como profetizaba Orwell, porque nadie quiere leer. Prefieren pantallas.

Lo fake supera lo real

Este capitalismo de la atención está desbocado, afirma Patino. La máquina se ha embalado y empieza a dar síntomas de colapso. La fábrica de realidades individuales ha generado un imperio de lo fake. Perfiles falsos, estadísticas falsas, sitios web falsos, contenidos falsos, bots… La mayor parte de los estudios evalúan la actividad humana en inferior del 60%. O sea que nuestra atención, es una atención a algo ficticio, producida por robots o humanos dedicados a ello (p.e. grandes fábricas de clics en China).

Kathleen M. Carley del Carnegie Mellon University’s Center for Informed Democracy & Social Cybersecurity han estado rastreando bots y campañas de influencia durante mucho tiempo. En las elecciones estadounidenses y extranjeras, los desastres naturales y otros eventos politizados, el nivel de participación de los bots suele estar entre el 10 y el 20%, dice.

Pero en un nuevo estudio, los investigadores descubrieron que los bots pueden representar entre el 45 y el 60% de las cuentas de Twitter que hablan de covid-19. Muchas de esas cuentas se crearon en febrero del 2020 y desde entonces han estado difundiendo y amplificando información errónea, incluidos consejos médicos falsos, teorías de conspiración sobre el origen del virus y presiones para poner fin a las órdenes de quedarse en casa y reabrir Estados Unidos. Con razón la OMS habla de “infodemia”.

¿El final de la economía de la atención?

Esto está produciendo el fenómeno de la inversión, momento en el que la tecnología, superada por las audiencias y contenidos generados por robots, están empezando a considerar la actividad humana real como falsa al ser minoritaria.

Como casi todo, esto solo es un problema cuando toca el bolsillo. Así, ya se habla abiertamente que solo las pérdidas generadas por fraude publicitario aumentaron a $35 mil millones a nivel mundial en 2020. 

Parece que ese podría ser el inicio del fin de la economía de la atención, en el que este modelo de depredación humana ya no sería económicamente viable.

Como dice Max ReadAños de crecimiento basado en métricas, lucrativos sistemas manipuladores y mercados de plataformas no regulados, han creado un entorno en el que tiene más sentido ser fake — ser falso y cínico, mentir y engañar, tergiversar y distorsionar — que ser real. Arreglar eso requeriría una reforma cultural y política global.  De lo contrario, todos terminaremos en el internet bot de personas falsas, clics falsos, sitios y ordenadores falsos, donde lo único real son los anuncios”… y el valioso tiempo que nos han hecho y siguen haciendo perder.

Foto de Khoa Võ en Pexels