El término “generación fría” no es mío, lo acuñó Antoni Brey. Corresponde a aquella generación que -como él dice- tuvo una semana de vacaciones con la muerte de Franco. Es decir, aquellos que somos demasiado jóvenes para haber sido hippies y demasiado viejos para ser okupas o skin heads.


Situados entre los treinta y los cuarenta_y formamos parte de uno de los segmentos más numerosos de la población actual. Fuimos espectadores de la transición democrática española. Nacimos claramente antes de internet, pero fuimos los primeros en tener acceso generalizado a la informática en el trabajo.

Somos los que supuestamente encarnamos el momento vital adecuado para relevar en el mando a los puestos de decisión de la sociedad. Algo que menudo tengo la sensación que ni nosotros mismos somos conscientes. Será que todavía seguimos acostumbrados a que otros piloten el barco…

Pero ha llegado el momento de dejar de ser espectadores y convertirnos en protagonistas. Sé que costará. Por desgracia está bien latente el riesgo de conformarnos y acomodarnos a un papel pasivo de forma irreversible.

El riesgo se manifiesta de formas diversas. La falta de voluntad emprendedora (no sólo empresarial), la inclinación a lo cómodo, a la aversión al riesgo. Dependencia a cambio de la seguridad, la poca tolerancia a la incertidumbre merma de forma fundamental la capacidad emprendedora.

En verdad sufrimos un problema de sistema operativo. No estamos programados para esto. De hecho cuando nos incorporamos al mundo laboral nos vendieron un panorama rumbo a la utopía. El camino hacia un estado del bienestar que prometía estabilidad, seguridad y oportunidades para todos. Ahora ya sabemos que eso no existe.

Además, y aún a pesar de ser la primera generación masivamente bien formada, topamos con la dolorosa proletarización de muchas profesiones. Frustrante.

¿Hay alternativas? Seamos sinceros, el problema es que si nosotros no asumimos el pilotaje, ¿quién lo hará? ¿La generación que viene a continuación? Menos aun. A ello les preocupa –con razón- encontrar piso, que suficiente trabajo tienen. O ya han arrojado la toalla y se han convencido que no lo tendrán.

Eso es un argumento de peso para continuar viviendo con los padres. De paso, su foco de atención pueden centrarlo en lo que les interesa, planificar su ocio.

¡Y es que les falta tiempo! De hecho su gran aspiración sería tener una jornada de 6 horas, en lugar de las 8 horas. Eso les liberaría de gran parte de la tremenda presión laboral a la que están sometidos. Entonces serían tremendamente felices…

Entonces nosotros ¿qué? Queramos o no, este es nuestro momento. Tratemos de activar nuestra conciencia y elevemos nuestro sentido de la responsabilidad. Asumamos y aprovechemos el potencial de la sociedad abierta y dinámica en que vivimos.

¿Los límites? Ya los conocemos: libertad, tolerancia, respeto hacia los demás, sólo tenemos un planeta,…

Y tú ¿qué eliges? ¿Ambición o conformismo? ¿Estamos a tiempo?

PD. Entrevista en LaContra de LaVanguardia(4/08/09). Entrevista en versión pdf