El reality show que la televisión holandesa BNN emitió era en realidad un montaje para concienciar sobre la cesión de órganos (en el que una enferma terminal iba a elegir al receptor de uno de sus riñones). Fue el segundo programa más visto de anoche en Holanda, después del telediario, con 1,2 millones de espectadores.
La controversia suscitada por el programa tuvo un eco mediático enorme alimentado por la polémica que despertó. Pero el objetivo estaba claro. Holanda es uno de los países con una de los índices más bajos de donantes: 12 personas donantes de órganos por millón de habitantes (la tasa española es de 34 personas por millón).
Se podrá discutir si ha sido o no el instrumento más adecuado para llamar la atención sobre el tema, pero estaremos de acuerdo que lo importante es que se haya avivado el debate sobre la donación de órganos.
Si tuviéramos que valorar la cobertura de objetivos deberíamos hablar de éxito, ya que durante la emisión del programa se estima que unas 12.000 personas se han hecho donantes.
Según parece se trabajó un año entero en prepararlo y entre los cerebros que han coproducido el Gran show del donante están Paul Roemer, el responsable en Holanda de Endemol (la productora de Gran Hermano).
Con independencia que se mantengan o no los 12.000 donantes iniciales, está claro que el programa ha cubierto el objetivo de comunicación que perseguía.
En mi opinión no hay debate ético posible. Los tres enfermos renales que participaron en el espectáculo lo hicieron sabiendo que era un montaje y de que la supuesta mujer de 37 años enferma de cáncer que quería donar uno de sus riñones en vida era realmente una actriz en perfecto estado de salud.
Paradoja o no, el fundador del canal, Bart de Graaff, que murió en 2002, a la edad de 35 años, también era enfermo renal.
Sinceramente, como profesional del marketing y la comunicación, me habría gustado recibir en nuestra agencia de publicidad y marketing el encargo y haber dado con esta solución.