La idea principal del libro Read Write Own de Chris Dixon es explorar cómo las tecnologías blockchain pueden ser fundamentales para construir la próxima era de Internet, conocida como Web3, y devolver el control y los beneficios económicos a las comunidades de usuarios en lugar de a las grandes corporaciones.

Dixon argumenta que, a diferencia de las etapas anteriores de Internet donde la información y la publicación fueron democratizadas pero controladas por unas pocas empresas dominantes, Web3 permite una verdadera descentralización y propiedad por parte de los usuarios.

Esto se logra mediante el uso de redes blockchain que soportan desde redes sociales hasta inteligencia artificial y mundos virtuales, diferenciándose claramente de la especulación en criptomonedas.

Read Write Own: A New Era of the Internet with Chris Dixon

Trazando el desarrollo de internet: Desde sus raíces descentralizadas hasta la revolución de la blockchain

En la era actual, dominada por colosos de las redes sociales, parece casi un mito que Internet comenzara como una vasta frontera sin ley: una red descentralizada donde la innovación y la creación estaban al alcance de todos, sin necesidad de permisos. No era necesario poseer una estación de televisión o una imprenta; cualquier persona podía lanzar una página web y hacerla accesible de inmediato a nivel mundial. Los pioneros de esta era inicial de Internet veían esta apertura como el fundamento de una sociedad renovada, más autónoma y democrática, libre de control centralizado y censura.

Sin embargo, este sueño efímero pronto se desvaneció. Con el tiempo, las corporaciones tecnológicas comenzaron a dominar Internet, imponiendo sus reglas y capitalizando el valor generado por el uso masivo de sus plataformas. Hoy en día, gigantes como Facebook, Google y Amazon ejercen un dominio casi total sobre Internet, limitando severamente la competencia.

El autor identifica la primera etapa de Internet como la era de «leer», que se extendió aproximadamente desde 1990 hasta 2005. Esta fase fue marcada por el desarrollo de redes basadas en protocolos de Internet que democratizaron la distribución de información, facilitando el acceso universal a los contenidos web.

Esta fase se denomina la era de «leer» porque la principal capacidad que ofrecía Internet en sus inicios era permitir a los usuarios leer contenido en línea de manera sencilla. Incluso si una persona no publicaba su propio sitio web, podía acceder y consumir la información publicada por otros a través de este nuevo medio.

Luego vino la segunda etapa de Internet: la era de «leer-escribir», que duró aproximadamente desde 2006 hasta 2020. Durante este periodo, las plataformas corporativas como Facebook y otras redes sociales prosperaron al permitir a los usuarios escribir y publicar contenido que podía alcanzar audiencias globales.

A diferencia de la era de «leer», donde la interacción con la información en línea se limitaba a un modo de consumo pasivo, esta segunda etapa proporcionó a los usuarios de Internet herramientas simples pero poderosas para convertirse en creadores y difusores de contenido. Plataformas como Facebook, Twitter y YouTube permitieron que cualquier persona con acceso a Internet no solo consumiera contenido ajeno, sino que también compartiera sus propias ideas, visiones y creaciones con el mundo entero, a través de comentarios, cargas de archivos o publicaciones directas mediante interfaces intuitivas. Sin embargo, esta nueva funcionalidad tuvo un costo. Estos servicios de «leer-escribir» formaban parte de un modelo centralizado y controlado por corporaciones, que se apropiaban de la propiedad y el valor económico derivado de todo el contenido generado por los usuarios.

Como un imperio que se anexiona comunidades autónomas, estas plataformas tecnológicas han absorbido los ecosistemas vibrantes que alimentaron la vida en línea en sus inicios. El espíritu que animó los primeros días de la web corre el riesgo de extinguirse.

No obstante, la partida aún no ha concluido. Surge una tecnología emergente con el potencial de revertir esta situación: la cadena de bloques. Las redes verdaderamente participativas requieren algo que los jardines cerrados de las tiendas de aplicaciones y las plataformas de redes sociales no ofrecen: una propiedad y gobernanza compartidas. La cadena de bloques propone precisamente esto: un traslado del poder lejos de los puntos de control centralizados y su retorno a las comunidades.

Exploraremos cómo esta tecnología está configurando el futuro de Internet.

Blockchain: Redefiniendo la propiedad en la era digital

Imagina un mundo donde puedas poseer activos en línea con la misma naturalidad y seguridad que en el mundo físico. Un mundo donde puedas comerciar estos activos libremente, sin intermediarios, y llevarlos contigo a través de Internet a donde quiera que vayas.

El concepto de blockchain emergió de un documento publicado en 2008 por el enigmático Satoshi Nakamoto, quien describió una red descentralizada de computadoras capaz de transferir valor sin la necesidad de autoridades centrales. Para materializar esta visión, Nakamoto presentó el blockchain: una computadora virtual compartida, operando en una multitud de dispositivos, que mantiene un registro canónico de transacciones. Las técnicas criptográficas garantizan que todos los participantes consensúen el estado de esta computadora virtual.

En contraste con las redes centralizadas tradicionales, los blockchains no tienen un propietario único. El protocolo de software mismo toma las riendas, operando de manera inmutable bajo reglas codificadas y transparentes. Esta resistencia a la manipulación convierte a los blockchains en la infraestructura ideal para construir redes abiertas y confiables, y para habilitar compromisos más seguros. Estas características abren la puerta a funcionalidades inéditas en el espacio en línea, como la posibilidad de que los usuarios ejerzan un control real sobre sus activos digitales.

Los tokens son los ladrillos fundamentales de este nuevo mundo digital: bloques de construcción básicos que los desarrolladores pueden combinar de formas innovadoras. Al igual que un artista de Lego construye castillos y ciudades complejas a partir de simples bloques de plástico, los desarrolladores de blockchain pueden utilizar tokens para cimentar organizaciones, mundos virtuales, mercados y, potencialmente, economías completas.

Existen dos tipos de tokens que están revolucionando la propiedad digital: los tokens fungibles y los tokens no fungibles (NFTs).

Los tokens fungibles funcionan como monedas: unidades intercambiables que permiten una transferencia de valor segura y anónima, exclusivamente a través de software. Bitcoin es el ejemplo más conocido de criptomoneda fungible.

Sin embargo, los usos de los tokens fungibles van más allá de las transacciones financieras. Pueden representar desde millas de aerolíneas hasta recursos de computación en la nube. El software de blockchain está diseñado para rastrear automáticamente los saldos de estos tokens fungibles, posibilitando innovaciones como las finanzas descentralizadas, mercados operados por usuarios y fondos de seguros gestionados colectivamente.

Por otro lado, los tokens no fungibles (NFTs) son unidades únicas e irremplazables, similares a objetos de colección. Cada NFT representa un activo específico, como una obra de arte visual, una composición musical, un clip de video o incluso un terreno en un entorno virtual.

Los NFTs pueden incorporar características como ediciones limitadas, mercados de subastas y sistemas de regalías. Bienes virtuales escasos, identidades digitales exclusivas y tokens de membresía son solo algunos ejemplos de las aplicaciones de los NFTs. Han surgido plataformas dedicadas al comercio, préstamo y fraccionamiento de la propiedad de NFTs.

Los desarrolladores visionarios reconocen que la propiedad de NFTs puede reflejar los derechos de propiedad física. Así como una escritura de propiedad inmobiliaria se puede transferir libremente, otorgando derechos de uso sobre una vivienda, las escrituras de NFTs pueden conceder privilegios de uso y comercialización sobre activos digitales. Por ejemplo, los NFTs musicales pueden automatizar licencias para remezclar pistas o su distribución.

Estos dos pilares, los tokens fungibles y no fungibles, están propiciando una proliferación de nuevos activos digitales dentro del ecosistema blockchain. Con la emergencia de estándares, los tokens diseñados para sistemas distintos podrán interoperar, posibilitando combinaciones fascinantes.

Imagina que un token que representa una obra de arte NFT desbloquee habilidades especiales en un juego basado en blockchain. O que un token que certifica las credenciales de una persona le otorgue descuentos en múltiples aplicaciones descentralizadas. Las combinaciones posibles son innumerables y constituyen la base para la gobernanza de mundos virtuales descentralizados, redes sociales autogestionadas y organizaciones dinámicas basadas en tokens, entre otros.

De acuerdo con el autor, estamos adentrándonos en una tercera era de Internet: la era de «leer-escribir-poseer». A diferencia de las eras de «leer» y «leer-escribir», esta nueva era se caracteriza por una propiedad más extensa de bienes digitales en plataformas distribuidas, lo que extiende los beneficios económicos y los derechos de gobernanza directamente a las comunidades de usuarios.

En la sección siguiente, profundizaremos en las implicaciones de este trascendental desarrollo.

Subvirtiendo a los pioneros digitales: El blockchain y su impacto revolucionario en la economía digital

Corría el año 1994 cuando Jeff Bezos, un visionario del emergente mundo de las punto com, se disponía a lanzar su librería en línea. La filosofía detrás de este nuevo emprendimiento era tan sencilla como revolucionaria: «Tu margen es mi oportunidad».

Esta declaración escondía una estrategia audaz: utilizar la estructura de costos reducidos de Internet para minar sistemáticamente a la competencia. Las librerías tradicionales estaban atadas a gastos generales significativos: alquileres, servicios, salarios. Esto les dejaba poco margen para reducir precios. Por otro lado, Amazon operaba exclusivamente en línea, libre de estas ataduras financieras.

Bezos cumplió su promesa, desatando una guerra de precios sin cuartel. Libros que costaban 30 dólares en tiendas físicas, Amazon los ofrecía por 20. Los bestsellers que se vendían a 25 dólares, en Amazon bajaban a 15. Con cada reducción de precio, Amazon intercambiaba ganancias inmediatas por una mayor participación de mercado, apostando a que el volumen de ventas compensaría esta estrategia.

Era como si Amazon asfixiara lentamente a sus competidores, que carecían de medios para replicar. Cuando finalmente percibieron la amenaza, ya era demasiado tarde: Amazon se había erigido como un gigante indomable, el soberano indiscutible del mundo de los libros.

Este relato ejemplifica una dinámica clásica de los negocios en Internet: la explotación de la ausencia de gastos físicos para adoptar un «modelo de negocio deflacionario», que ofrece igual o mayor valor a los usuarios a la vez que reduce costos. Craigslist lo aplicó al mundo de los clasificados, Google al acceso a la información y Airbnb al sector hotelero.

Sin embargo, esta estrategia no ha alcanzado aún su culminación. Las redes blockchain están listas para elevarla a una dimensión completamente nueva, apuntando a los gigantes de la corporatividad estadounidense, cuyo «vientre blando» está listo para ser revelado. En particular, el blanco son las «tasas de toma», es decir, la porción de ingresos que estas empresas obtienen por facilitar transacciones en sus plataformas.

Consideremos Facebook, cuyos ingresos principales provienen de la publicidad, generada gracias al contenido creado voluntariamente por sus miles de millones de usuarios. Cuando publicas contenido que se vuelve viral, generando millones de impresiones, ¿cuánto de ese valor publicitario te retribuyen? Nada. Facebook se apropia de casi la totalidad de los beneficios generados, con una tasa de toma del 99%. Otros imperios de las redes sociales operan de forma similar, con contadas excepciones.

Al examinar las redes sociales centralizadas y otras plataformas, se observa un patrón recurrente que el autor denomina «atraer y extraer».

En la fase inicial, las plataformas se enfocan casi exclusivamente en el crecimiento, en la «atracción». El valor de una red social es proporcional a su base de usuarios. Facebook, Twitter e Instagram carecen de valor si no son utilizados. En esta etapa, las plataformas suelen ser generosas y abiertas, ofreciendo las mejores condiciones posibles a los usuarios.

Una vez que la curva de crecimiento se estabiliza y se consolida una base de usuarios, la empresa transita a la fase de «extracción». Con una audiencia cautiva, la estrategia se orienta a maximizar los ingresos de los usuarios, ya sea mediante muros de pago, cobro por funcionalidades adicionales o un incremento en la publicidad, para acceder al contenido que los propios usuarios han creado.

En este contexto, emergen nuevas plataformas sociales basadas en blockchain con modelos económicos radicalmente distintos. Estas redes permiten que el valor generado fluya directamente hacia los creadores de contenido, en lugar de a intermediarios corporativos.

Audius es un ejemplo de ello, un protocolo de transmisión descentralizado donde los artistas suben sus canciones y son remunerados directamente por los oyentes. Los pagos se realizan a través del blockchain, y los artistas reciben casi la totalidad de los ingresos, descontando una mínima tarifa por transacción. Audius no genera valor a través de publicidad o promociones pagadas; la empresa detrás se concentra exclusivamente en el desarrollo de la red y no percibe una porción de las ganancias de los artistas.

LBRY propone un modelo análogo para la compartición de videos. Los creadores suben su contenido a la red blockchain de LBRY y fijan precios por visualización. Las aplicaciones de visualización se conectan directamente a LBRY para transmitir los videos, realizando pagos de manera discreta. No existe un propietario corporativo que reclame ingresos por publicidad o datos, solo un intercambio directo entre creadores y seguidores.

Al redefinir los incentivos, redes blockchain como Audius y LBRY promueven la innovación y la creatividad. Son el estandarte de una nueva generación de plataformas comunitarias, que dejan poco espacio para que intermediarios monopolísticos se apropien de beneficios desproporcionados. En otras palabras, están recortando las «tasas de toma» exorbitantes de las grandes tecnológicas, aplicando la táctica de Amazon contra el propio Amazon. ¿Por qué esforzarse en Instagram por «likes» que financian el próximo yate de Mark Zuckerberg, cuando puedes publicar contenido en una red blockchain que te otorga la mayor parte de los ingresos?

La misma revolución se está gestando en las redes financieras. Al permitir que las comunidades desarrollen sistemas financieros basados en tokens, redes como Ethereum y Uniswap están codificando formas autónomas de intercambio entre pares. El valor generado por las transacciones fluye directamente a quienes lo crean, no a las arcas de las corporaciones. Las principales redes descentralizadas cobran menos del 3% en tarifas por los pagos que circulan a través de sus sistemas.

Los incentivos están en plena transformación, y los desarrolladores están prestando atención. Solo en el último año, se han invertido más de 30 mil millones de dólares en la construcción de aplicaciones financieras sobre Ethereum. Aunque el futuro es incierto, el ascenso de las plataformas basadas en blockchain podría representar un desafío significativo para el dominio de las grandes tecnológicas y una oportunidad histórica para construir un Internet más abierto, inclusivo y alineado con los valores de sus usuarios.