En un mundo donde la medicina y la tecnología han avanzado a pasos agigantados, uno podría esperar que la salud pública estuviera en su mejor momento. Sin embargo, Crónica de una sociedad intoxicada de Joan-Ramon Laporte arroja luz sobre una realidad más sombría y compleja.
Este libro profundiza en cómo el consumo excesivo de medicamentos, lejos de ser una solución, se ha convertido en un problema de salud pública de magnitudes alarmantes. Laporte, con su vasta experiencia en farmacología clínica y su rol crítico en la notificación de efectos adversos de los medicamentos, desentraña las prácticas y políticas de una industria farmacéutica que, según argumenta, ha influenciado perniciosamente la sanidad pública.
A través de una crítica meticulosa y fundamentada, el autor expone cómo en España y otros países desarrollados, el aumento en el consumo de medicamentos no ha resultado en una mejora proporcional de la salud de la población. Por el contrario, destaca cómo muchos medicamentos son prescritos innecesariamente, convirtiendo a personas sanas en pacientes y generando una carga de enfermedad y muerte evitable.
Este libro no solo es una llamada a la reflexión sobre nuestra relación con los medicamentos, sino también un llamado urgente a repensar y reformar las prácticas de prescripción y regulación que actualmente dominan el panorama sanitario global.
La denuncia de Joan-Ramon Laporte sobre la industria farmacéutica
Existen voces valientes que articulan lo que muchos prefieren omitir. Estas declaraciones son celebradas por algunos y criticadas por otros. Se requiere poseer un amplio conocimiento o una notable audacia para expresar, sin rodeos, afirmaciones del autor como: «La mitad de los fármacos son recetados de manera innecesaria»; «En España, una epidemia silenciosa de efectos adversos a los medicamentos provoca más de medio millón de ingresos hospitalarios y al menos 16.000 muertes anuales«; «Los gobiernos hacen la vista gorda ante la exageración o invención de enfermedades para convertir a millones de personas sanas en pacientes dependientes de medicamentos innecesarios».
El doctor Joan-Ramon Laporte, nacido en Barcelona en 1948, combina ambos requisitos: un profundo conocimiento adquirido durante cuatro décadas de carrera como catedrático de Farmacología Clínica en la Universidad Autónoma de Barcelona y jefe en el Hospital Vall d’Hebron, además de ser pionero en la notificación de efectos adversos de los medicamentos en Cataluña desde 1982 y colaborador de la OMS en farmacovigilancia. Laporte posee la valentía necesaria «para denunciar lo que sé».
En febrero de 2022, su participación en una comisión parlamentaria sobre la gestión de las vacunas COVID-19, donde cuestionó su eficacia a largo plazo y su capacidad para prevenir contagios, desató fuertes reacciones entre algunos médicos. Esta no fue la primera vez que sus intervenciones revelaron los intereses de la industria farmacéutica y la complacencia de los estados. Laporte advierte que «en los últimos 20 años, el consumo de medicamentos en los países desarrollados se ha duplicado. La polimedicación es habitual y, de cada dos personas mayores de 70 años, una consume cinco o más medicamentos de manera continua«, subrayando que «curar no es rentable».
Una reflexión crítica sobre la pandemia y el consumo de medicamentos
Durante la pandemia, el debate público estuvo saturado de información y desinformación, especialmente en temas de salud, sistemas sanitarios, y más específicamente, sobre medicamentos y vacunas, que son su área de especialización. Laporte recuerda que escuchó con frecuencia anuncios como: «La Agencia Europea de Medicamentos (EMA) ha aprobado este fármaco o vacuna, debe administrarse inmediatamente». En esos momentos, pensaba: «La gente realmente no comprende». Afirma que «es un error común pensar que la aprobación de un medicamento por parte de la EMA es una recomendación directa para su consumo; en realidad, solo significa que ha pasado ciertos estándares de seguridad y eficacia».
La agresividad observada en las políticas de vacunación, el uso obligatorio de mascarillas y, particularmente, la implementación del pasaporte COVID, junto con opiniones desinformadas y extremas, motivaron a Laporte a escribir el libro. «Quería clarificar que vivimos en una sociedad que consume excesivos medicamentos, lo que conlleva efectos secundarios indeseados y, en el 80% de los casos, estos medicamentos no son necesarios. Mi objetivo es ofrecer una perspectiva que ayude a entender mejor estas dinámicas y fomentar un enfoque más crítico y consciente sobre el uso de medicamentos.«
Una mirada crítica a la industria farmacéutica
El autor ha organizado el libro en tres secciones principales para ofrecer una visión exhaustiva y crítica sobre el mundo de los medicamentos.
La primera parte del libro se dedica a explicar qué son los fármacos, cómo se originan y su proceso de desarrollo. Esta sección también resalta cómo muchos de los avances significativos en la medicina del siglo XX surgieron de observaciones fortuitas, a las cuales hemos prestado atención.
En la segunda sección, aborda cómo se utilizan los medicamentos, destacando el alto consumo de fármacos en España y en los países desarrollados, así como los efectos adversos que esto genera. Esta parte busca concienciar sobre la magnitud del uso de medicamentos y sus consecuencias no deseadas.
La tercera y última parte busca explorar las causas subyacentes de esta situación. Analiza cómo los organismos reguladores están influenciados por la industria farmacéutica. Destaca que más del 80% del presupuesto para la regulación de medicamentos en Europa proviene de la propia industria, una situación que se replica a nivel global. «Esto lleva a que los reguladores actúen muchas veces en interés de las farmacéuticas, influenciados no solo por razones financieras sino también por cómo se han establecido los criterios de evaluación» afirma Laporte.
Este libro pretende, en palabras del autor, «ser una herramienta para entender mejor las dinámicas que rigen el uso de medicamentos y fomentar un debate informado sobre las prácticas de la industria farmacéutica y la regulación de los fármacos».
El asedio de la industria a la regulación de medicamentos: Un análisis crítico
Según Laporte, el control que ejerce la industria farmacéutica sobre los organismos reguladores constituye un verdadero secuestro del sistema regulador. En este contexto, los sistemas sanitarios, particularmente en España, enfrentan dificultades para seleccionar los medicamentos más adecuados para sus necesidades. Aunque todos los países de la Unión Europea acatan las decisiones de la Agencia Europea de Medicamentos (EMA), un organismo regulatorio supranacional, no todos ellos aprueban automáticamente la financiación y el uso de cada fármaco en sus sistemas sanitarios nacionales. Esto indica que aún existe un margen de decisión autónoma que, lamentablemente, no se ejerce adecuadamente en España.
La influencia de los lobistas en las decisiones sobre cómo se utilizan los medicamentos es considerable. Un ejemplo claro es el tratamiento del colesterol, que ha sido una prioridad en Cataluña durante los últimos 15 o 20 años. Se ha promovido la medición del colesterol en toda la población sin contar con datos concretos que justifiquen esta medida, convirtiéndolo en una prioridad de salud pública sin una base evidente. Este análisis busca exponer cómo las presiones de la industria pueden distorsionar las políticas de salud pública y comprometer la independencia de los reguladores.
De la manipulación de criterios en colesterol a la sobrevaloración de la Vitamina D
Laporte expone que en el ámbito médico, se ha observado una tendencia a reducir progresivamente los niveles de colesterol considerados aceptables, resultando en que pacientes con dos o más factores de riesgo cardiovascular frecuentemente salen de la consulta con una prescripción de estatinas.
Este patrón se repite con la vitamina D, un fenómeno que ha ganado popularidad especialmente en Francia, aunque otros países europeos no reportan problemas similares. Este asunto parece ser particularmente relevante en España y Francia. Al igual que con el colesterol, los niveles considerados deficientes de vitamina D han sido elevados, ampliando así el mercado potencial para los suplementos. Esta estrategia es beneficiosa para los vendedores de medicamentos, ya que al expandir los límites de lo que se considera una enfermedad y reducir los de la normalidad, se incrementa el número de clientes potenciales.
Hace más de 13 años, un artículo de revisión publicado en el prestigioso New England Journal of Medicine elogiaba las virtudes de la vitamina D, atribuyéndole beneficios como la prolongación de la vida, la reducción del riesgo de infarto, ictus, enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer y varios tipos de cáncer. Sin embargo, investigaciones posteriores han demostrado que estas afirmaciones eran exageradas. Aunque inicialmente se sostuvo que la vitamina D era útil para fortalecer los huesos y prevenir fracturas, estudios clínicos recientes han concluido que no es efectiva ni siquiera para estos fines, a pesar de su amplio consumo.
El verdadero valor de los medicamentos: Entre el alivio sintomático y la innovación farmacéutica
Es cierto que muchos medicamentos no curan las enfermedades de raíz, sino que más bien alivian los síntomas, y que la industria farmacéutica a menudo introduce pequeñas modificaciones en fármacos existentes para presentarlos como nuevos productos. Sin embargo, esto no implica que los medicamentos carezcan de valor. De hecho, en varias secciones del libro, el autor destaca los avances significativos que han sido posibles gracias a los fármacos.
Por ejemplo, la amoxicilina, un antibiótico utilizado para tratar infecciones como el flemón dental, puede prevenir la pérdida de un diente. Además, los avances en anestésicos han permitido realizar intervenciones quirúrgicas más prolongadas y seguras, mientras que los inmunosupresores son esenciales para el éxito de los trasplantes de órganos y los medicamentos para la hepatitis C han transformado el pronóstico de esta enfermedad.
A pesar de estos ejemplos de medicamentos que ofrecen un valor extraordinario, existe una preocupación legítima sobre aquellos que, aunque menos beneficiosos, logran mayores ventas. Esta situación plantea un dilema sanitario significativo: los fármacos que más se venden no siempre son los que más contribuyen a la salud de la comunidad. Esta discrepancia entre el valor terapéutico y el éxito comercial es uno de los aspectos más inquietantes en el campo de la salud pública.
Los cinco estrellas de la farmacia: omeprazol, somníferos, ansiolíticos, antidepresivos y contra el colesterol
El omeprazol, junto con los somníferos, ansiolíticos, antidepresivos y medicamentos contra el colesterol, constituyen algunos de los medicamentos más vendidos que frecuentemente se prescriben a personas sanas, llevándolas a creer que están enfermas. Un ejemplo claro es cuando un médico diagnostica a un paciente con «colesterol alto» y decide iniciar un tratamiento. Este enfoque puede llevar a que una persona sana sea tratada como si estuviera enferma, especialmente si su estilo de vida no es del todo saludable, aumentando así su riesgo de desarrollar enfermedades reales.
El omeprazol, conocido por su acción sobre el estómago, también afecta a otros órganos y puede generar efectos secundarios no deseados. Aunque es efectivo para tratamientos cortos, como una o dos semanas, y hasta cuatro semanas en casos de úlcera duodenal, su prescripción prolongada sin necesidad médica clara puede resultar en una pérdida de beneficios y en riesgos adicionales para la salud.
Los psicofármacos, por otro lado, se benefician de las nuevas definiciones de enfermedades mentales, como la depresión y la ansiedad generalizada, que facilitan convencer a las personas de que necesitan medicación. Sin embargo, estos nuevos criterios diagnósticos en psiquiatría, que implican que una gran parte de la población requiera psicofármacos, son a menudo promovidos por las compañías farmacéuticas. Estas empresas están interesadas en ampliar los criterios diagnósticos porque esto les permite expandir su clientela, su mercado y, por ende, su volumen de negocio.
En resumen, los medicamentos más criticados son aquellos que se administran mayoritariamente a personas que no necesitarían fármacos para mantener su salud. Esta práctica no solo cuestiona la ética de la prescripción médica, sino que también plantea serias preocupaciones sobre la influencia de la industria farmacéutica en la definición de lo que consideramos enfermedades.
Alerta en la salud mental juvenil: El aumento del consumo de psicofármacos en menores
Una de las tendencias más alarmantes en la actualidad es el incremento en el consumo de neurolépticos, denominados por la industria como antipsicóticos, y de antidepresivos entre niños y adolescentes. Los fármacos comúnmente etiquetados como antidepresivos, que en realidad son inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) e inhibidores selectivos de la recaptación de noradrenalina (ISRNA), representan un riesgo particularmente alto para los adolescentes debido a su asociación con un incremento en el riesgo de suicidio.
Este problema se agrava por el hecho de que ha habido casos trágicos de suicidios entre adolescentes que no sufrían de depresión, pero que, por diversas razones, recibieron prescripciones de estos medicamentos. La prescripción inadecuada y el uso no crítico de estos fármacos en poblaciones vulnerables como los menores subraya la necesidad urgente de revisar y mejorar las prácticas de diagnóstico y tratamiento en la salud mental juvenil.
Es crucial que los profesionales de la salud, educadores y padres estén informados sobre los riesgos asociados con el uso de estos medicamentos en jóvenes y trabajen juntos para promover enfoques más seguros y efectivos en el manejo de la salud mental en esta población. La prioridad debe ser siempre el bienestar y la seguridad de los menores, buscando alternativas terapéuticas que minimicen los riesgos y maximicen los beneficios para su salud mental y desarrollo emocional.
Responsabilidades compartidas en la prescripción médica: Entre la influencia industrial y la demanda del paciente
El proceso de prescripción médica involucra dos actores principales: los médicos y los pacientes, cada uno con su propio papel y responsabilidad. Como se detalla en el libro, muchos médicos se ven influenciados por las recomendaciones de la industria farmacéutica y de las sociedades científicas, lo que puede sesgar sus decisiones clínicas. Por otro lado, existe la presión ejercida por los pacientes, quienes a menudo demandan soluciones rápidas en forma de medicamentos para sus dolencias.
Aunque es común escuchar que los médicos ceden ante la presión de los pacientes para justificar la prescripción excesiva, este argumento puede ser en parte un mito. Si bien algunos facultativos pueden sentirse obligados a prescribir medicamentos debido a la insistencia de los pacientes, también es cierto que la falta de tiempo en las consultas limita su capacidad para explorar y explicar alternativas no farmacológicas. Esta situación pone de manifiesto la necesidad de abordar la prescripción médica desde una perspectiva más holística, que no solo considere la interacción médico-paciente, sino también el contexto más amplio en el que esta se produce.
Es esencial que se implementen políticas y formaciones que empoderen a los médicos para manejar mejor las expectativas de los pacientes y que promuevan prácticas de prescripción más reflexivas y basadas en evidencia. Al mismo tiempo, es crucial educar a los pacientes sobre los beneficios y riesgos de los medicamentos y sobre la importancia de las intervenciones no farmacológicas, fomentando así una cultura de salud más informada y sostenible.
La paradoja del tiempo en la consulta médica: Entre prioridades desiguales y la tecnificación de la salud
La cuestión del tiempo limitado en las consultas médicas es compleja y multifacética. Por un lado, se argumenta que los médicos enfrentan una presión de tiempo significativa que les impide dedicar la atención necesaria a cada paciente. Sin embargo, esta percepción se ve desafiada por la disposición de algunos médicos para recibir a representantes de la industria farmacéutica, lo que sugiere que la gestión del tiempo y las prioridades pueden ser más flexibles de lo que se admite.
En este contexto, el autor plantea «la necesidad de reevaluar cómo se asigna el tiempo en el entorno médico». La propuesta es clara: es esencial otorgar a los médicos más tiempo para que puedan involucrarse profundamente con sus pacientes, entendiendo sus necesidades y contextos de manera integral.
El sistema de salud actual, caracterizado por la prisa y una confianza excesiva en la tecnología, contrasta con la práctica médica de antaño. Aunque los avances tecnológicos han mejorado significativamente el arsenal de medicamentos disponibles, la calidad de la atención médica, en términos de su humanidad y enfoque en el paciente, parece haberse deteriorado. Anteriormente, el objetivo principal era tratar a las personas para restablecer su salud o aliviar sus enfermedades. Hoy en día, el sistema tiende a tratar a personas sanas como si estuvieran enfermas, lo que no solo implica un coste económico significativo por el uso innecesario de medicamentos, sino también un coste humano considerable, incluyendo el tiempo y el esfuerzo no remunerado de los cuidadores.
Este análisis subraya la importancia de reorientar el sistema de salud hacia un enfoque más humano y menos tecnificado, donde el tiempo de consulta se utilice de manera que beneficie verdaderamente al paciente, y no a intereses externos.
El rol del Estado en la regulación de medicamentos: Una crítica a la política sanitaria actual
En el capítulo dedicado a la «sociedad intoxicada» del libro, Laporte destaca cómo el consumo excesivo de medicamentos se ha convertido en una de las principales causas de muerte, un hecho que no debe tomarse a la ligera. A pesar de ello, «considero injusto responsabilizar únicamente al médico que prescribe estos medicamentos, ya que el problema es mucho más complejo.»
Según el autor, «el sistema público de salud carece de programas adecuados de formación continua para los profesionales médicos, delegando esta responsabilidad crítica a la industria farmacéutica. Esto es tan absurdo como esperar que las tabacaleras lideren campañas sobre los riesgos del tabaco o que las bodegas eduquen sobre el consumo responsable de alcohol».
La frustración del autor se dirige principalmente hacia el Estado, «que no cumple con su deber de proteger la salud de los ciudadanos. La industria farmacéutica, cuyo objetivo es vender, actúa según sus intereses comerciales, pero el Estado no ha respondido adecuadamente a las tácticas cada vez más agresivas de esta industria».
La política de medicamentos en los sistemas sanitarios debería fundamentarse en al menos cinco ejes principales:
- Política de compras: Nuestro sistema sanitario actúa como un comprador ingenuo en el mercado global de tecnologías médicas, adquiriendo lo último y más novedoso sin evaluar críticamente si estas nuevas opciones son realmente superiores a las existentes.
- Control de calidad: Con la proliferación de medicamentos idénticos bajo diferentes marcas, es crucial intensificar los controles de calidad para asegurar la eficacia y seguridad de los productos disponibles.
- Sistemas de información propios: Los sistemas sanitarios deben desarrollar sus propios mecanismos de información sobre medicamentos, en lugar de depender ciegamente de la información proporcionada por los fabricantes.
- Formación continua: La educación continua de los médicos debería ser responsabilidad del sistema de salud y no de la industria farmacéutica, garantizando así una formación objetiva y centrada en el bienestar del paciente.
- Transparencia y diálogo: Es fundamental promover un sistema de salud más democrático que fomente el diálogo entre los profesionales y la transparencia, especialmente en lo que respecta a los conflictos de interés de quienes emiten opiniones médicas.
Además, es esencial que todos los que tiene voz (medios, periodistas, …) jueguen un papel activo en la divulgación de estos conflictos de interés para informar adecuadamente al público. Solo a través de un enfoque integral y multifacético podemos esperar mejorar la política de medicamentos y, por ende, la salud pública.