Probablemente debo ser un poco raro. Sigo comprado mi música en iTunes. De hecho compro más música que nunca. También colecciono películas (especialmente de ciencia ficción) y compro los DVDs. No uso programas P2P y cuando paseo por la calle y veo los manteros, no se me pasa por la cabeza comprarles nada de nada.

Definidos mis hábitos de compra, tengo que admitir mi sorpresa e incredulidad ante la noticia que España es el segundo país más pirata después de China. No soy capaz de responder las razones de este hábito tan arraigado y a esa cultura “pirata” tan extendida. Imagino que no habrá una predisposición genética, ni una cuestión medioambiental que lo justifique.

Por tanto sólo es posible haber llegado a este punto después de muchos años de hacer lo mismo y por pasividad de todos los implicados ¿Qué ha cambiado? Que ahora hay una cosa que se llama internet y que estropea un multimillonario negocio.

Desde luego, si siguieran manteniendo sus rendimientos millonarios, no tendrían tiempo de quejarse, estarían ricamente contando el dinero que ingresan. Pero como no gana ni una fracción de lo que ganaban hace cuatro días, a echar la culpa a la “piratería”.

Es una situación dolorosa, más cuando se constata el creciente divorcio entre la industria y el consumidor. Unos por escudarse permanentemente en ese cuento pirata. Los otros por ir de listillos e instalarse en la creencia que el contenido es gratis, no cuesta dinero y que los creadores de ese contenido seguro que no tienen la mala costumbre de comer cada día.

¿Cómo dar la vuelta a esa malsana costumbre de que el consumidor quiera disfrutar pero se escaquee a la hora de pasar por caja? No tengo nada clara la solución, pero se me antoja que perseguir y desconectar de Internet a los que se descarguen películas o música ilegalmente, es una alternativa más beligerante que inteligente.

La industria se hace un flaco favor cuando cae en la histeria y el talibanismo (para eso ya tenemos a la SGAE y su canon). Si se pusiera del lado del consumidor, pensara como él, y se pusiera en sus zapatos, quizás las cosas empezarían a cambiar.

Pero el consumidor busca venganza. Por los precios abusivos que ha pagado o que tiene que pagar. Desde el software hasta la música. En cuanto tiene la menor ocasión va lo gratis. No es una excusa, pero sí un posible argumento.

Probablemente el único camino posible son aquellos servicios directos al consumidor, en los que se perciba valor y que se pague de acuerdo al uso y/o a la satisfacción del mismo.


Eso implica repensar la industria de arriba abajo. Confirma la desaparición de múltiples intermediarios sin valor, así como la rápida irrupción de actores que sepan interpretar la demanda insatisfecha del consumidor y se apresuren a desarrollar la oferta ganadora.

La queja y la amargura no conducen a nada. Reclamar a la Administración más mano dura (y más subvenciones) es encrespar más la situación. Lo que tiene que hacer la industria es cambiar su actitud, ser más constructiva y ponerse del lado del consumidor, no contra él.

Lo que tiene que hacer el consumidor es entender que quien disfruta de un contenido, tiene que contribuir y costearlo de alguna forma u otra.

Cambiar de modelo de negocio, pero también de hábitos de compra. Adaptarse, lo llaman algunos. Respeto por el talento y esfuerzo de los demás, dicen los otros. Condenados a entenderse, dice la historia. Porque uno sin el otro, carece de sentido.