A menudo surge la pregunta sobre qué tenemos que hacer para no sucumbir a la creciente digitalización y al proceso de evolución a que son sometidos todos los perfiles profesionales. Necesitamos saber qué conocimientos y habilidades se requerirán en el futuro
Hay mucha incertidumbre y certezas, pocas. Que los profesionales debemos adaptarnos permanentemente o que nuestro bagaje anterior ya no es garantía de nada. No hay que esperar a los robots o a la inteligencia artificial para quedarnos sin empleo o sin cliente porque otro profesional está más preparado para hacer una tarea en concreto. O te actualizas o te quedas fuera.
Ante este panorama, si tuviera que dar pistas de cara al futuro sobre cómo será el profesional sin fecha de caducidad, estos serían mis ingredientes favoritos:
ACTITUD. Hace alusión a la forma de actuar, a nuestra postura frente a algo, lo que es fundamental a la hora de mejorar las aptitudes. Depende de las motivaciones extrínsecas (que te aprueben, que te den un título), pero sobre todo de las intrínsecas (disfrutar leyendo un clásico de literatura) lo que nos movilizaría sería encontrar el “para qué”, la motivación. Aquello que nos define, que prioriza el futuro, que despierta el verdadero nsignificado de lo que hacemos y que nos impulsa a hacer lo que hacemos desde el corazón. La actitud es fundamental en el aprendizaje, hasta el punto, que con la cantidad de recursos gratuitos existente en la Red, puede afirmarse que el problema no es de accesibilidad al conocimiento y a la tecnología. Por tanto, la brecha no es tecnológica, ni digital, es motivacional. Todo es cuestión de actitud.
EMPODERAMIENTO TECNOLÓGICO. Una vez superada la alfabetización que reduce la brecha digital, es fundamental que el uso de la tecnología no se relegue a un modelo de consumo. Hay que superar ese rol que nos reduce a sujetos-consumidores. En el que solo esperan que le demos al botón de aceptar… y pagar. Hay que entender más y mejor la tecnología. Superar el síndrome de la caja negra, entendiendo algo más las tripas de la tecnología. Su funcionamiento, su software, su hardware, los componentes,.. Es cierto que no todos vamos a convertirnos en programadores de un día para otro, pero “la programación es el nuevo latín” y si queremos tomar decisiones conscientes, con conocimiento y aprovechar la parte positiva que promete el mundo digital, atenuando sus riesgos, y construir los proyectos y el mundo que queremos, hay que entender más y menor la tecnología.
LA CURIOSIDAD sigue moviendo el mundo. Esa es una competencia clave en el presente y en el futuro. Tal como indican las conclusiones del Estudio FFWi-InfoJobs sobre la curiosidad en el trabajo en España, las organizaciones necesitan tener profesionales curiosos, inquietos, interesados en estar al día de las últimas tendencias en su sector y con capacidad para cuestionarse las normas y procesos establecidos. Con iniciativa para explorar, detectar experiencias y oportunidades y plantearse nuevas soluciones para situaciones donde las recetas de siempre ya no funcionan. Los curiosos, sirven de “levadura crítica”. Son los agentes del cambio. Es lo que John Paul Lederach, especialista en la gestión de conflictos, propone en la teoría de la levadura crítica. Utilizando como metáfora el proceso de elaboración del pan, mientras que la masa la forma mayoritariamente la harina, hay que recordar que es la levadura (de la cual se añade muy poca cantidad) la que hace que el pan salga bien, la que es portadora del cambio. Ser un profesional curioso que genera el cambio necesario para las organizaciones puedan adaptarse con éxito y ser relevantes.
ÉTICA. Solucionar los problemas del mundo no es solo una cuestión de los políticos, el sector público, ni las ONG. Los negocios ya no pueden limitarse a crear puestos de trabajo y riqueza para sus accionistas. Uno de los mayores expertos en marketing digital, Brian Solis, afirmaba que “dejamos de hacer negocios as usual y empezamos a hacer negocios que importen”. Así pues, una nueva generación de empresas está trabajando para alterar las principales industrias. Su misión está intrínsecamente ligada tanto a sus beneficios como al potencial de cambiar el mundo.
Cambiar (a mejor) solo se puede hacer desde un propósito firme y con valores sólidos. Mantengo que los profesionales del presente (y futuro) son aquellos capaces de impregnar su actividad de una mirada más ética. Un principio de comportamiento basado en la idea de lo correcto y lo incorrecto. Ética significa “hacerlo bien cuando nadie está mirando”. El profesional más ético es/será capaz de ayudar a construir más confianza con los clientes, con el equipo, y una oportunidad de crear más valor añadido para las organizaciones a largo plazo, sin entrar en conflicto con la creación de valor para el cliente.
EMPATÍA. Es una habilidad que otorga la capacidad de comprender a los demás e interpretar con acierto sus pensamientos, sus estados de ánimo, sus motivaciones y, en general, explica sus decisiones y formas de actuar. Por tanto, clave para relacionarnos con los demás, trabajar y colaborar en equipo.
Así es, una combinación de cinco ingredientes para dar con el antídoto de futuro. No es casual que ninguna de estas características no pueda ser sustituida ni por un robot, ni por la inteligencia artificial. O en todo caso son competencias que nos ayudarán a convivir mejor con los escenarios de futuro. Todos ellos pueden considerarse activos transformacionales que aumentan nuestras posibilidades para enfrentarnos a la incertidumbre de nuestra adaptación y transición, para convertirnos en profesionales sin fecha de caducidad.