Afrontaba la Ultra Cavalls del Vent con mejor preparación que el año pasado. De largo. Aun con todo, no quería hacer pronósticos respecto al crono. Siento demasiado respeto por esta ultra de montaña para atreverme. Además, la previsión meteorológica anunciaba lluvia continua durante toda la jornada.
Si con buena meteo, quería empezar tranquilo, con lluvia el planteamiento tenía que ser conservador. Disfrutamos de un gran ambiente en la salida. Música épica y muchas emociones. La salida por las calles de Bagà al trote, con todo el pelotón. En lugar de apretar en las primeras rampas como hice el año pasado, empecé con calma. Siguiendo en fila india, sin tratar de adelantar a otros corredores.
Venía mentalizado que iría a mi ritmo. Sin pretenderlo, a los pocos minutos perdí de vista a mis compañeros de Sant Cugat. Es difícil correr este tipo de carreras acompañado, pero lo prefiero.
La llegada al refugio del Rebost, primer avituallamiento y mucho público animando. Cumpliendo a rajatabla con la obligación de comer y beber en todos los avituallamientos, pero sin perder ni un minuto más de la cuenta. El plátano que me comí subiendo por las primeras rampas hacia Niu de Àliga, entró bien.
La meteorología iba empeorando. La lluvia que hasta se momento había sido tímida, empezó con fuerza y de manera continua. A medida que ascendíamos el Tossa d’Alp a 2.500 metros, las condiciones empeoraban. Viento y una sensación térmica que caía en picado. Me sorprendió la cantidad de público animando. El último tramo el viento azotaba con fuerza. Empezaba a ser desagradable y yo me arrepentía de ir con los manguitos bajados y sin segunda capa. La camiseta compresora de manga corta, un buff y el Goretex hacían su trabajo pero…
La llegada al Niu d’Àlig, punto culminante de la Tossa tras 1.700 metros de desnivel desde Bagà, se me hizo infinitamente menos dura que el año pasado. En el interior del refugio estaba a tope y era caótico. A semioscuras, intentando comer unos frutos secos, beber un par de vasos de caldo, quitarme la chaqueta, ponerme los manguitos y a seguir. Fuera el panorama era de esos que si te haces un poco el remolón, no sales.
Empecé a descender en dirección al Serrat de les Esposes. Bajé ligero, pero sin volverme loco. El año pasado en este tramo empecé a tener rampas. “Voy bien, a mi ritmo”. Seguía lloviendo con intensidad. Estaba embarrado. La consigna no era mejorar el registro del año pasado, es acabar… entero. Algún tramo delicado sobre roca mojada, que no serían ni de lejos los más complicados, pero que sirvieron para probar las zapatillas nuevas. En los tramos de prado, seguir el sendero era tener los pies en el barro, sortearlo provocaba continuos resbalones.
Trotando, enfilé el descenso al refugio de El Serrat. El descenso antes de la pista, sería de lo más esperpéntico que he visto. El sendero –bastante rápido en circunstancias normales- convertido en zona de patinaje, con los corredores tratando de bajar lentamente, agarrándose de rama en rama. A todos los que intentamos bajar normal, íbamos directamente a dar con la espalda en el barro.
Llegada al Serrat. No tenía mucha hambre pero comí como nunca. Todavía tenía reciente la lección aprendida de la Matagalls-Montserrat quince días antes. En ese momento empecé a ser consciente de la debacle de corredores. Otro plátano en la mano y para arriba. Me encontraba bien, subía con ritmo. No paraba de llover, pero por el bosque sin viento, no tenía frío.
El tramo hasta Cortals se me hizo muy corto. Comí un par de galletas resguardado en la pequeña carpa de la organización. La lluvia arreciaba, ahora era diluvio. El siguiente tramo era uno de los más largos, hasta Prat d’Aguiló. Ecuador de la carrera (kilómetro 45) y donde me esperaba ropa seca y avituallamiento completo. El tramo del bosque era un barrizal íntegro. El sendero era un riachuelo. En un par de ocasiones se me quedó un pie atascado en el barro. Intentaba esquivar -de alguna manera- las zonas más embarradas, hasta que entendí que era peor. La salida del bosque, en solitario, con la lluvia, el viento y el frío golpeándome, fue muy dura. Estaba temblando y las manos las tenía insensibles.
El descenso hacia Prat d’Aguiló fue difícil. Inicialmente pensé en una parada breve. Intentar comer y beber algo, seguir “rápidamente” y sin cambio de ropa, hacia el Pas dels Gosolans. Temía que una parada más me enfriaría definitivamente. Empecé a desear no estar allí. Soñaba con estar en un sitio cálido. Por primera vez valoré la posibilidad de abandonar. Me avergonzaba solo pensarlo. Después del accidente en Emmona, mi orgullo no encajaba bien eso de dejarlo por «pasar frío».
La lluvia y el frío seguían. Los pies estaban permanentemente mojados, ahora barro, ahora agua. O ambos. Los riachuelos, que a estas horas parecía ríos, los cruzaba por el agua directamente «así me quitaré el barro» pensé. Conforme seguía avanzando cada vez me sentía más torpe. Los temblores eran cada vez más marcados. Hacía rato que no trotaba. “El año pasado por aquí pasé trotando sin problemas” me repetía disgustado. Me estaba espesando y tenía el frío en los huesos. Eso no tenía ningún sentido. “En Prat, abandono” decidí.
Justo al iniciar el último tramo de bajada. Y mientras empezaba a pensar en la logística para regresar a casa con mis compañeros de St.Cugat todavía en carrera, recibo una llamada de Xavi. “¿Dónde estás?” me pregunta. Cuando le respondo que cerca de Prat, me comenta que ellos se han retirado y que ya están en Bagá. Respiro tranquilo. Me esperarán hasta que la organización me evacue.
La llegada a Prat d’Aguiló fue en soledad y andando. Hacía casi 10 horas que había salido de Bagà. No veía a ni un solo corredor, solo a personal de la organización. “¿Dónde está la gente?” Pregunto en el avituallamiento. Estaban todos dentro del refugio. En el interior era un caos. La gente de agolpaba en el piso inferior. Ateridos de frío, con mantas de supervivencia, temblando. Alguno con algo más que una ligera hipotermia. El personal de la organización encantador y atento. Uno de ellos ayudándome a ponerme la ropa seca. Otros organizaban la evacuación, aunque el foco era atender a los que su estado físico preocupaba. Muchas miradas perdidas, corredores incapaces de sostener un vaso de caldo caliente. La evacuación fue bastante rápida. Los que estaban peor primero, el resto, aguardábamos tanda en silencio.
Esta mañana me he despertado a las 7.30. “Todavía deben llegar corredores”. Miro twitter, parece que no hay novedades. Desayuno y pronto me entero de la fatal noticia. Una participante fallece a causa de una hipotermia severa. Siento dolor y tristeza. Pronto aparecen los primeros comentarios. A mí la organización de la Ultra Cavalls del Vent me pareció impecable. Solo bajo dos supuestos se anulaba la prueba: tormenta eléctrica y niebla. Ninguno de las circunstancias se dio. Lo que yo viví en primera persona me pareció perfecto. Desde los avituallamientos, los voluntarios, las evacuaciones,… todo.
Nadie nos obliga a practicar este deporte, ni a inscribirnos en este tipo de ultras. Somos conscientes del riesgo que asumimos. No me gusta apelar a la épica de la montaña, eso lo dejo para otros. Sólo sé que en alta montaña tus límites no son los mismos que en Collserola. La ilusión y las ganas de superar retos te puede llevar a situaciones con poco margen de error. No es sencillo saber dejarlo. Hablo por mí, pero hago esto para divertirme y ser más feliz. No para convertirme ni en super-héroe, ni en atleta de élite. Y sí, todos tenemos nuestro límite. A veces ese afán de ir más allá, solo te lleva a superar un umbral, el del sentido común. Por esto estoy orgulloso de la decisión de abandonar.
Nota: de los 1000 atletas inscritos en la Ultra Cavalls del Vent, 896 tomamos la salida el sábado a las 9:00 horas en Bagà: 223 llegaron a la meta, 673 abandonadonamos y Teresa, a causa de una hipotermia, no regresó a casa (DEP).