El pasado domingo tuve una experiencia personal muy intensa. Corrí mi tercera media maratón. En esta ocasión la #lamitjamarató de Granollers. En sí mismo, nada relevante compartir salida con otros 8.500 participantes.
Para ponerlo en el contexto adecuado, decir que el domingo anterior había participado en mi segunda media maratón (Barcelona). Había sido una cita especial. Sin haber podido pegar ojo la noche anterior, con frío y lluvia el día de la prueba, disfruté mucho y saqué un prometedor crono de 1 hora y 49 minutos. Catorce minutos menos que mi primera media maratón meses atrás.
Animado por ese crono, rodeado de amigos mucho más rápidos y sintiéndome especialmente en forma, abordé la ‘media’ de Granollers del pasado domingo, a tope. Gran error. Esto significa que salí muy fuerte desde el primer metro, aún sabiendo que su recorrido es especialmente duro: la primera mitad sube y la segunda mitad baja.
En la primera mitad iba demasiado rápido y excesivamente pendiente del crono. Pasé los primeros diez kilómetros exhausto. En la segunda parte me desentendí totalmente de mi nuevo Garmin. Me importaba un pimiento el tiempo, sólo quería llegar.
Llevo muchos años haciendo deporte y unos cuantos corriendo. Jamás había sufrido tanto. Los últimos kilómetros fueron un calvario. Estuve planteándome seriamente abandonar a falta de cinco kilómetros. Estaba desfondado, agotado y prácticamente bloqueado. Recuerdo que me sorprendí tratando de responder el porqué me estaba martirizando de esa forma. El último kilómetro fue un suplicio. Crucé la meta, más por inercia de una ligera pendiente favorable, que por voluntad propia.
Recuerdo que por instinto paré el cronómetro. Había conseguido un registro de 1 hora y 46 minutos. Tiempo digno y mi mejor marca personal. Sorprendentemente, el crono me dejó algo indiferente. Incluso a pesar de haber rebajado casi 3 minutos en la media de la semana anterior.
Los que saben de esto, dicen que las carreras de larga distancia se “ganan” o se “sufren”. Probablemente sea así. Por si acaso, esta experiencia será inolvidable y me he jurado a mí mismo no volver a repetirla jamás. De hecho, casi me arrepiento de no haberme retirado.
Competir sólo es un complemento que le da un poco de aliciente y una motivación extra a salir a correr. Si no compitiera seguiría saliendo mis cuatro días a la semana. Seguramente entrenaría con menos intensidad y menor duración. Hago running porque me gusta, nada más.
Hoy, 48 horas más tarde, estoy convencido que este episodio me hace más fuerte. Esta experiencia me ayudará a abordar mentalmente mejor la próxima maratón. Eso me da, seguro, muchas más posibilidades de terminarla. Pero por encima de todo, me queda la idea que como en otros aspectos de la vida, aunque el resultado es importante, todavía lo es más cómo lo alcanzas.