Tuve ocasión de disfrutar relajadamente de la película ‘El hundimiento’ de Oliver Hirschbiegel. Un relato duro y nada complaciente sobre los últimos días de la Alemania nazi.
Basada en la obra Der Untergang del historiador Joachim Fest, que a su vez se basa en parte en las memorias escritas por Albert Speer y por Traudl Junge, secretaria de Adolf Hitler.
Se trata del episodio en el que los rusos asediaron y conquistaron Berlín, mientras un Hitler ‘humanizado’ se negaba a reconocer la derrota, a abandonar la cancillería instalada en un búnker e instaba a los suyos a no rendirse y a morir antes que caer prisioneros.
Un intenso relato del derrumbamiento mental y físico de Hitler. Sobre su decadencia moral e ideológica, y de los que le rodean.
Una historia lejana, pero muy real de la que pueden tomarse interesante referencias que resultan tremendamente vigentes en la actualidad.
Como la decadencia y el fracaso de lo insostenible. Sobre la retirada a tiempo como acto de honestidad versus la lucha –casi siempre sin sentido- hasta el final.
La incapacidad para reconocer los propios errores versus la sinceridad con uno mismo.
La sobrecogedora manipulación de los jóvenes y la sangre fría con la que son sacrificados por sus propios líderes patrióticos.
También va de sentimientos. Y como ninguno de ellos, sea el honor, la patria o el orgullo, son más valiosos que la propia vida. Joseph Goebbels que fue el ministro de propaganda nazi, figura clave del régimen y principal artífice en la persuasión de masas encarna como nadie la obsesión enfermiza y deriva fatal por culpa de esos sentimientos. Su convicción ideológica arrastró a un escalofriante final a toda su familia.
Las escenas finales son impresionantes. Sobre las distintas formas de afrontar el destino dramático. Unos luchan por la vida. Otros se dejan morir disfrutando de sus últimos instantes. Otros a suicidarse apáticamente… y por supuesto, algunos a morir matando.
Contrasta con otros episodios históricos, en otros contextos, aunque quizás en condiciones todavía más severas, como el de Shackleton y su tripulación del Endurance. Que partieron en búsqueda de la conquista del Polo Sur. Cuando quedaron encallados en medio de los hielos, decidió navegar junto con cuatro de sus hombres en una barca a lo largo de mil trescientos kilómetros de mar abierto para pedir ayuda. Cuatro meses después consiguió rescatar -con vida- al resto de sus compañeros.
Es el ejemplo inicial de Héroes cotidianos, de Pilar Jericó. Cuyo mensaje es diametralmente opuesto a la película. Dice Jericó que “El reto no es otro que convertirse en el mejor proyecto de ti mismo. Hacia afuera, no conformándose con lo establecido y emprendiedo nuevos caminos; y hacia dentro, superándote a ti mismo y colaborando al mismo tiempo con otros”. O sea, que todos somos héroes, y que no hace falta tener súper poderes para poder realizar cosas realmente extraordinarias.
La pregunta entonces es, queremos ser ¿mártires ocasionales o héroes cotidianos?
Una película brillante y un libro inspirador. Ambos recomendables, especialmente para los que tienen dudas sobre lo que realmente importa y lo que hay que aspirar.