Leyendo el escrito de Remei Margarit sobre la Inercia me inspiré, aunque en un contexto alejado, para reflexionar en este post. Quiero referirme a ese estado, actitud física o espiritual de las personas, definida como «falta de impulso para emprender algo. Falta de energía o vivacidad, inacción, apatía, pereza«.
La fuerza de lo inerte es muy potente. Las personas tendemos por naturaleza al sedentarismo, a la pasividad, a acomodarnos. Nuestra vida no es otra cosa que la lucha permanente contra la inercia. Y cada cual “debe encontrar el modo de construirse, sabiendo que renunciar a ello significa dejarse llevar por la inercia y perder las riendas de nuestra propia vida”. Que por cierto, es la única que tenemos.
Lo digo por experiencia. Nunca me he escondido a la hora de tomar decisiones. Me he equivocado en numerosas ocasiones, me sigo equivocando y lo seguiré haciendo. Pero prefiero una decisión errónea, que una no-decisión. Hay gente indecisa, perezosa, que se bloquea, o a la que no le gusta asumir responsabilidades. Personalmente, y aunque parezca una contradicción, me siento “más cómodo” haciendo que las cosas sucedan, a pesar de los riesgos que implica. Incluido equivocarse.
Abandonarnos a la inercia nos lleva a reaccionar sólo con los cambios que nos afectan directamente. A veces demasiado tarde. El instinto, la proactividad y la planificación nos lleva a protagonizar activamente esos cambios.
Inercia también suele ser rutina, aburrimiento. Como cuenta María Muñoz, ‘la inercia no es la estrategia’, las consecuencias de dejar a la inercia como principal estrategia de una empresa son bastante evidentes:
- Dificultad para adaptarse a nuevos entornos. Confiando sólo a la reacción, sin planes, sin anticipación, sin recursos para sobrevivir en los nuevos entornos, es muy difícil seguir adelante.
- Indecisión o elevado riesgo de decisiones tomadas. En la gestión por inercia, la empresa se instala en un estado de indecisión, donde todas parecen igual de buenas o igual de malas. Y al final, es el paso del tiempo el que decide.
- La inercia de sólo ideas. Luchar contra la inercia, no es tener ideas brillantes y ya está. Hay que enfocarlas, validarlas, aterrizarlas… !y ejecutarlas!
- La inercia del capricho. Gestionar a base de ideas brillantes (del jefe) acaba convirtiendo al equipo en meros ejecutores – insatisfechos- que no saben donde están, ni hacia donde van.
- La gestión por inercia o aburre a los clientes hasta que te abandonan. O los despista y genera desconfianza si les vas siempre con el “he tenido una gran idea”.
Identificar a la inercia no siempre es evidente. Es más fácil ver la paja en el ojo ajeno, que la viga en el tuyo propio.
- La inercia puede venir cuando menos se la espera, por ejemplo precedida de un gran éxito.
- Es más habitual la inercia en grandes empresas, pero también en las pymes. Al fin y al cabo en toda empresa su equipo directivo está formado por personas, que más pronto o más tarde se relajan en el maremágnum de la cotidianidad.
- No confundir inercia con ser conservador. Se le parecen pero no es lo mismo. Puedo ser conservador para proteger un gran negocio, e intentar retrasar al máximo la alternativa. Inercia sería no ser consciente del cambio. O serlo, pero no tomar la decisión.
- La inercia a nivel personal es peligroso y difícil de gestionar. Romper con la inercia, también es bajarse del carro cuando uno no está de acuerdo, renunciando probablemente a la zona de confort. Las facturas hay que seguir pagándolas cada mes (hipoteca, coles,…). Eso ocurre especialmente en grandes empresas, en la política, en cargos públicos o incluso en determinadas instituciones (p.e. clubs de fútbol, asociaciones,..).
Un rara avis de gran empresa exitosa es Google. Que habiendo cosechado un sonado éxito, ha adoptado una mentalidad empresarial que, lejos de –únicamente- conservar lo alcanzado o ceñirse a adaptarse a la evolución de los demás, insiste en seguir abriendo camino, creándolo. Además, no sólo crea su propio mercado, sino que se atreve a reescribir otros, ya sea en servicios de genómica personal o recientemente en el sector energético. Sin duda el carácter emprendedor e inquieto de sus fundadores tiene mucho que ver con ello.
Hay que dejarse de excusas. Ser proactivo y buscar la fuerza interna o externa para cambiar la rutina. A esa fuerza se la puede llamar de muchas maneras: clientes, competencia, necesidad, estrategia, conocimiento, involucración, ilusión, intuición, innovación,… sean éstas u otras, lo trascendente es superar lo conocido, abandonar el camino pisado y atreverse, moverse rápidamente, establecer nuevas reglas y conquistar mercados.
Vivimos muchos años, pero la vida es demasiado corta para abandonarse. Escribe Alessandro Baricco (‘Esta historia’) que “La gente vive muchos años, pero en realidad está verdaderamente viva sólo cuando consigue hacer aquello para lo que nació”. La inercia no es una opción.