A mayor número de relaciones e interacciones sociales se dispone de mayor capital social. El capital social es algo positivo, ya sea aplicado al individuo o a las organizaciones.
El cambio tecnológico transforma y acelera con rapidez casi todo. Nuestra experiencia social, aún más. Ya lo dicen los expertos, “esa experiencia social se acerca más a la de una terminal de un aeropuerto y menos a la de un barrio o una aldea”.
A medida que la digitalización avanza, hay un mayor anhelo de conexión personal y también se agudiza la necesidad de dar un sentido real de comunidad, en lugar de relajarse. Curiosamente la edad digital exige de nosotros una competencia social mayor, no menor.
El tiempo dedicado a acceder a las redes sociales crece rápidamente. Emergen conceptos como identidad digital, reputación distribuida, etc. El desafío actual es optimizar y aprovechar los que nos ofrece este fenómeno.
Ya antes de la era 2.0, la inteligencia social era una de las más delicadas habilidades humanas. Según Kart Albrecht esta habilidad sería “la capacidad para llevarse bien con los demás y conseguir que cooperen con nosotros”. Una inteligencia que ha evolucionado notablemente en los últimos dos decenios, desde las diferentes inteligencias acuñadas por Howard Gardner.
Lógicamente, en ese momento, no se preveía la revolución que ha provocado la web 2.0 y los social media, distorsionando -quien sabe si para siempre- las posibilidades de creación de valor y conocimiento distribuido de la inteligencia social, más allá de los lazos familiares o del grupo social.
La web 2.0 con la digitalización y virtualización parcial de las relaciones sociales, afortunadamente no las sustituye, pero las transforma. Aporta capilaridad, amplificación, detalle y –definitivamente- las democratiza. Sí, lo afirmo sin ambages, la “nueva” inteligencia social es más democrática que la anterior.
Cierto es, que el establishment sigue siendo prácticamente el mismo, con web 2.0 ó sin ella. Lo que pasa es que para mantener su statu quo, ahora tienen que esforzarse un poco más.
Algunos proclaman que la inteligencia social provoca desigualdad. Cierto, pero la desigualdad no es un defecto, es una consecuencia y característica inherente de la meritocracia de nuestros tiempos.
También hay quien piensa que la inteligencia social actual supone una mercantilización de las relaciones sociales. No lo sé. Probablemente, estamos llegando a ese hipercapitalismo pronosticado por Jeremy Rifkin, que culmina con la mercantilización del tiempo y de la experiencia humana.
Con mercantilización o sin, sigo siendo un creyente del social media. Su auge es la confirmación del enorme potencial de la interacción y la colaboración entre personas.
Esto alimenta más la necesidad de que hay de cultivar la inteligencia social y las cinco competencias vitales proclamadas por Kart Albrecht (“consciencia situacional, presencia, autenticidad, claridad y empatía”). Sin olvidar que un enfoque renacentista es lo que hará plena a una persona, es decir, cuando guarde una combinación fuerte y equilibrada de todas las inteligencias.
La inteligencia social puede reducir el conflicto, crear colaboración, sustituir la intolerancia con entendimiento, movilizar a la gente para cooperar y apuntar hacia objetivos comunes. Para Albrecth, las personas con alta inteligencia social son las que tienen “comportamientos nutritivos” que hacen que los demás se sientan valorados, capaces, queridos, respetados y apreciados
En cambio, con baja inteligencia social se provocan “comportamientos tóxicos”, haciendo que los demás se sientan devaluados, intimidados, inadecuados, furiosos, frustrados o culpables. Pueden presentarse con diversas pieles y a veces cuesta identificarlos porque con las nuevas aplicaciones sociales se metamorfosean (Cómo detectar un soberbio en Twitter).
Ahora para un momento. Mira a tu alrededor y piensa. Te sorprenderá la facilidad con la que ubicamos, en esa escala mental, en un extremo a las personas que tienen un comportamiento “más nutritivo” y en el otro, a las que tienen un comportamiento “más tóxico” ¿A que ya has identificado unas cuantas?
Las personas de elevada inteligencia social son auténticos faros y nodos para los demás. En la era 2.0 sus “comportamientos nutritivos” benefician a más personas, y son más necesarios y valiosos que nunca.