Vivimos una experiencia única, que vale la pena paladearla a fondo. El triplete (o “tripep”) conseguido por el Barça, pasará a la historia por el triunfo en si, pero sobretodo por la belleza y espectacularidad del fútbol entregado. Ese debería ser el premio.
Ahora el alud de “barçalonitis” se filtrará por todos lados. Afortunadamente, esta vez tendrá un efecto interesante, nos protegerá y liberará por unas horas de la insoportable campaña electoral, algo que siempre se agradece.
Pasión y estilo. Una pasión generada desde la autenticidad, compromiso y corazón que sólo los jugadores de la cantera pueden poner. Un estilo atacante, con bellos rondos y jugadas excelsas que enganchan incluso a los no futboleros. Algo que sólo un personaje tan especial como Pep Guardiola ha podido construir en una sola temporada.
Permíteme una hiperbólica exageración, que nadie se me enfade. Entre ganar jugando mal y perder jugando bien -esto es, fiel al estilo de siempre- casi habría preferido perder. Aunque ya puestos, ganar siendo leales al brillante estilo, es un privilegio.
Un premio divino. El momento del tripep tiene algo de irreal. Parece una alucinación, un espejismo. En un contexto gris (o negro) de tremenda mediocridad, de incertidumbre, alguien quiere liquidar una deuda histórica. Definitivamente, es el momento de enterrar miedos atávicos, cagómetro incluido.
Ojalá esta ambición, compromiso, capacidad, pasión, honestidad, humildad y fidelidad a un estilo, trascienda a otros ámbitos y nos contamine. Ahora sólo espero, que nadie ose apoderarse del mérito. Este momento mágico sólo pertenece a los jugadores, al cuadro técnico y a la afición.