Ayer fue un día muy estimulante. De largas e interesantes conversaciones. Como colofón, un amigo me hacía llegar estas palabras de Albert Einstein, cuya lectura da mucho que pensar:
«No pretendamos que las cosas cambien, si siempre hacemos lo mismo. La crisis es la mejor bendición que puede sucederle a personas y países, porque la crisis trae progresos.
La creatividad nace de la angustia como el día nace de la noche oscura. Es en la crisis que nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias. Quien supera la crisis se supera a sí mismo sin quedar «superado».Quien atribuye a la crisis sus fracasos y penurias violenta su propio talento y respeta más a los problemas que a las soluciones.
La verdadera crisis es la crisis de la incompetencia.
El inconveniente de las personas y los países es la pereza para encontrar las salidas y soluciones. Sin crisis no hay desafíos, sin desafíos la vida es una rutina, una lenta agonía. Sin crisis no hay méritos. Es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno, porque sin crisis todo viento es caricia.
Hablar de crisis es promoverla, y callar en la crisis es exaltar el conformismo.
En vez de esto, trabajemos duro. Acabemos de una vez con la única crisis amenazadora, que es la tragedia de no querer luchar por superarla.»
Alguien bastante enterado de lo que se cuece en los vericuetos socio-políticos-económicos me confesaba que algunos hechos acontecidos en los últimos meses le evocaban un espíritu remotamente similar al del Noucentisme (Novecentismo). Un movimiento cultural de alcance político que se inició en Catalunya a principios del siglo XX, logrando materializar la conjunción de política y cultura, que implicó también la vertiente económica, con el objetivo de transformar y superar lo viejo…
Ese espíritu noucentista convirtió a la burguesía catalana en una clase hegemónica, capaz de exportar su programa de mejora al resto de España. Un siglo después las cosas han evolucionado de forma acelerada. Hoy, partir de las mismas premisas es imposible y sería erróneo.
Lo más cercano a esa burguesía sería la tradicional “sociedad civil”, que en mi opinión representan el gastado establishment. A esa “sociedad civil” seguramente no le faltan ganas de liderar un movimiento similar, pero suena poco probable si nos atenemos a la impericia demostrada en los últimos decenios.
Desde luego la situación es de una particular gravedad y trascendencia. Quizás por eso, soy el primero en pensar (o fantasear) que se está gestando un nuevo espíritu –digamos- neo-noucentista (o neonou). Eso sí, marcadamente económico, también social, aunque menos cultural y de menor calado ideológico que el lejano noucentisme.
¿Quiénes son? ¿Cómo identificarlos? Quizás me etiquetes de naïf o de fantasioso, pero creo en un relevo generacional. Confío en personas con una visión emprendedora de la sociedad. Con afán de superación, acostumbrados a convivir con grandes retos y condiciones de “economía de guerra”. Creo en gente normal, sin distinción de origen, raza o ideología. Personas humanas, que no son nativos digitales, pero que por su adaptación lo parecen.
Suelen romper con lo establecido y hasta ahora han esquivado la política. Son generosos y solidarios entre iguales. Son abiertos y el mundo es su tablero de juego. No van lloriqueando todo el día y tampoco vive de la sopa boba. Son gente que se comprometen por un proyecto y que son capaces de contagiar a otros su entusiasmo por las iniciativas en las que creen.
Existir, existen. Aunque a veces tienen que venir de fuera –como Eneko Knör– para abrirnos los ojos (Barcelona mes que mai). Ahora sólo falta ponerle cascabel al gato…