Las redes sociales y las comunidades virtuales se han incorporado con pleno derecho a nuestro universo de la comunicación.
Es un fenómeno transversal (todas las edades, todos los segmentos,..) que está teniendo una rápida aceptación, con crecimientos espectaculares en todo el mundo. Una progresión no exenta de riesgos, ante determinadas prácticas empresariales de dudosa legalidad o comportamientos individuales directamente delictivos.
Es cierto que hay comunidades que pueden suponer riesgos importantes (cesión de datos, privacidad,…), por eso es importante conocer y entender bien las condiciones de uso. Yo mismo he tenido algunas charlas con mis hijos respecto al uso de MySpace y otros sitios. También eso forma parte de su educación.
Pero considero esencial no demonizar el fenómeno en su globalidad, sea como arma publicitaria o de manipulación política (ver este artículo). Soy más partidario de aprender a convivir con ello, beneficiándonos de lo bueno y evitándolo (y denunciándolo) en lo malo.
Hay muchos referentes en el mercado, tanto en el ámbito personal como en el ámbito profesional. Casos muy relevantes como el antes citado MySpace, que es la segunda web más visitada del mundo (180 millones de visitas) y que la pasada semana lanzó su versión española.
Supongo que todos comprenderemos que si el Sr.Murdoch pagó una fortuna (580 millones de dólares) por la web, es para hacer negocio con ello.
Sería interesante que nos dejáramos de tanta candidez, (“¿si es gratis, cómo se sostiene esto?”) una gran parte de las comunidades participativas nacidas con más o menos acierto bajo el mantra de la web 2.0, son para hacer negocio. Esencialmente buscan desarrollar una base de usuarios-clientes para sacarle jugo comercialmente hablando, bien sea por explotación publicitaria (audiencia casi cautiva y segmentada) o bien sea por la venta de servicios directamente. Y ya está.
En cualquier caso y sin caer en tremendismos, lo que sí cabría exigir es que las prácticas sean legales y honestas. Aspiraría a que el sector fuera capaz de autoregularse y –junto con información de calidad- que el público sepa distinguir entre aquellas empresas en las que se puede confiar y en las que no. Añadiría a esto, que sería interesante que la ley fuera especialmente estricta en el caso de los menores de edad.
Hablando por experiencia personal, desde hace años participo en alguna de las redes sociales de negocios (como LinkedIn o más recientemente en Viadeo.com). El resultado ha sido óptimo hasta la fecha. ¿Para qué sirven? Para reclutar personal, para acceder a posibles clientes, para identificar posibles partners, para mantener el contacto con antiguos colegas, etc….
Es curioso porque a pesar del éxito y de ser transversal, en el entorno profesional todavía no gozan de un pleno reconocimiento. Quizás porque hay mucha gente que lo desconoce o desconfía, o le ve de nula utilidad, o presupone que es sólo una práctica para momentos de ocio o quizás relativo a otra generación.
Hablando con Pedro Sánchez Pernia apuntaba otra razón de peso, las diferencias culturales. A pesar que el networking es una actividad muy antigua y extendida por todo el mundo, cuenta con mayor tradición entre la comunidad anglosajona. Eso les ha llevado a desarrollar una práctica más profesionalizada, más pragmática y más orientada a objetivos. Todavía nos queda mucho por aprender.
Por último, si podéis, echad un vistazo a los “Diez consejos para hacer networking en redes sociales” publicado en Baquía.