El movimiento o revolución maker es interesante por muchas razones, pero hay dos aspectos que me llaman poderosamente la atención y que en cierta medida son contradictorios según criterios actuales: la soberanía tecnológica y los modelos de negocio.
La soberanía tecnológica: cada vez más tenemos más dependencia tecnológica, tanto en software con sistemas operativos, ofimática, apps diversas, etc.; como de hardware cerrado de los que ni tan siquiera podemos reemplazar la batería si se estropea con la sospecha que la obsolescencia del dispositivo nunca está cubierta por la garantía del fabricante. Esto aplica a smartphones, tablets, ordenadores, televisores, consolas,….
Este ecosistema de software y hardware hace que siempre estemos sujetos a los intereses de las grandes corporaciones para los que solo somos meros usuarios compradores. Y si son “gratis” significa que el producto somos nosotros. Ya sea como audiencia publicitaria o –peor aún- explotando nuestros datos. Algo que quizás no le damos importancia hasta que nos enteramos –gracias al Sr.Snowden- que la NSA monitoriza tranquilamente nuestra actividad digital gracias a la inestimable complicidad de Google, Facebook, etc.
Por tanto, aunque recuperar la soberanía tecnológica no implica estar a salvo de todos estos inconvenientes, significa tomar consciencia de la situación. De dónde estamos y empezar a tomar decisiones con conocimiento de causa y –probablemente- empezar a gestionar nuestro hardware y software de una manera distinta.
La soberanía tecnológica implica un consumo más consciente y responsable. También implica empezar a apostar por alternativas autogestionables (aplica al sector energético, telecomunicaciones, software, redes sociales, etc.) que crean alternativas a las tecnologías comerciales de las corporaciones gigantes. ¿Qué hace diferentes a estas alternativas? Imperativos de responsabilidad social, transparencia, proximidad… algo que les da más garantías y refuerza los grados de confianza que se pueden depositar en ellas.
El fenómeno maker propone “hazlo tú mismo” en colaboración con otros. Lo que lleva a una duda razonable sobre quién y cómo generan negocio. Quizás hay una reflexión previa que tiene que ver con el modelo económico y con los síntomas de agotamiento que muestra el capitalismo. Con una realidad económica que crece (y bien) aunque no para la mayoría.
La tecnología es problema y solución. No olvidemos que el diseño de la tecnología es un acto político. El capitalismo es esencialmente una tecnología: de producción -de bienes-, de reproducción -de sí mismo. Increíblemente exitosa y desarrollada, logra pasar inadvertida a la vez que resulta fascinantemente mágica: mágica en sus procesos, mágica en sus resultados. Puede que no haya que confiar en que la tecnología disparará la productividad, sino en plantear un nuevo capítulo más ético y sostenible, gracias a la tecnología
La colaboración entre usuarios es la clave para conseguir una economía sostenible a partir de un modelo colaborativo y circular. La premisa es que los recursos son limitados y cada vez creamos más necesitados. El estancamiento de la economía hace pensar que las empresas no alcanzarán los beneficios que han tenido hasta ahora. Hablamos de que las empresas del presente, -y sobre todo- del futuro, tendrán que cambiar el concepto de beneficio. Deberán tener tres cuentas de resultados: los económicos, los sociales y los medioambientales.
Por esta razón, aquellas iniciativas disruptivas que pretenden optimizar el uso de recursos preexistentes, tienen más futuro. Sea un coche, una bicicleta, un smartphone o aprovechar diferentes componentes electrónicos o no. Se trata de apostar por alargar la vida de los productos al máximo a través del reciclaje y la reutilización, e incluso que la propia tecnología (hardware incluido) sea fácilmente replicable.
Ante todo esto, la pregunta es obligada: si lo “mejor” es lo abierto, sea hardware y software, ¿Cuáles son los modelos de negocio que hacen posible la actividad económica?
En mi opinión, no todo es blanco/negro. Es necesario verlo de una forma más holística, en el que el usuario también es productor (prosumer). Productos abiertos en los que el fabricante o desarrollador, no monetiza por la licencia sino por la formación o la configuración en determinados casos. O fabricantes de impresoras 3D que monetizan un precio justo por la impresora… que es modificable e incluso replicable gran parte de las piezas. ¿Condición? Que las mejoras gracias al código abierto sean puestas a disposición de la comunidad. Así hay casos de impresoras profesionales (BCN3D) o de introducción (Formbytes). Fabricantes de software de código abierto como OpenBravo o fabricantes de nuevo cuño que resetean todo su modelo de negocio.
Ahí está el caso del smartphone Fairphone (el smartphone que cambiará el mundo) una empresa social, cuyo modelo de negocio apunta verdaderamente la solución para resolver los problemas de su sector.
El proyecto Fairphone, pivota en cinco ejes: financiación a través de crowdfunding, el uso sustentable de minerales; diseñando una nueva relación entre el teléfono y el usuario (más durabildad, piezas reemplazables con impresión 3D, etc.); manufactura inclusiva (empleos con condiciones laborales dignas); y un ciclo de vida integral (reciclable, reparable por el usuario, etc.)
Solo recuperaremos parte de nuestra libertad si conseguimos recuperar, total o parcialmente, nuestra soberanía tecnológica. Y solo seremos soberanos –tecnológicamente hablando- si somos makers.
Hay una enorme oportunidad para nuevos modelos de negocio. Con nuevas propuestas de valor, con modelos de negocio basados en la colaboración y no en el vasallaje o feudalismo digital. Y que además, no tienen necesidad de maquillar su negocio con responsabilidad social corporativa, porque en su ADN llevan grabado lo ético y social.