Releyendo la obra “El declive del capital social” a uno le cuadran más determinados conceptos. Este libro, fruto de un estudio encargado por la fundación Bertelsmann de Alemania para estudiar “las sociedades y el sentido comunitario” en ocho democracias consolidadas (Alemania, España, Australia, EEUU, Francia, Gran Bretaña, Japón y Suecia), pone de manifiesto algunas de las claves del cambio social.
El estudio, llevado a cabo por diversos teóricos sociales, ofrece una buena panorámica del capital social en estas sociedades. Es profundo y altamente interesante. Me quedo con algunos detalles.
Por una lado la evidencia de algunas características comunes que unen a sociedades de sociedades tan heterogéneas. Aunque hay una lista interminable de matices, estas coincidencias se pueden resumir en tres descensos: el de la participación electoral, la afiliación sindical y de la asistencia a la iglesia.
Estos descensos han ido parejos al incremento de las formas personales, flexibles y fluidas de vinculación informal, menos sólida y comprometida y que –como cita el estudio- no deja huella en los registros oficiales…
Se hace hincapié en a los objetivos del nuevo capital social, menos comunes y más personales, algo así como una privatización social. Término que encaja a la perfección con el “valor efectivo” que significa para los que se hallan en ellas. Todavía se habla del clásico ejemplo del valor de nuestra agenda de contactos y que nuestros ingresos están determinados más por el alcance de nuestros relaciones sociales, que por nuestros credenciales educativos. Aunque lejos de convertirse en ley, seguro que todos conocemos ejemplos en nuestro entorno cercano.
Para acabar, sólo destacar un detalle aparentemente anecdótico, la realización del estudio y su publicación, ocurrió hace algo más de cinco años. Todo un anticipo de lo que después ha sublimado la web 2.0.
Esperemos que una vez haya pasado la fiebre 2.0, y después de la génesis de un elevado número de supuestas redes sociales ad-hoc, volveremos otra vez a creer en aquellas redes (formales o informales) que de verdad crean valor de forma natural…
Más allá de atrevidas -o inconscientes- marcas, que en un alarde de falta de creatividad, no tienen nada mejor en que gastar sus presupuestos de marketing, que creando inútiles redes sociales condenadas de antemano, a una especie de respiración asistida el resto de su previsible y corta existencia.
Creo en el futuro del social marketing, pero discrepo profundamente que la fórmula sea la “fabricación” de redes sociales ad-hoc como churros ¿se nota?