El universo colaborativo sigue avanzando. Ya he hablado de su potencial y de las razones que lo impulsan (12 razones que impulsan la economía colaborativa). Como todo fenómeno joven, evoluciona más rápido que las etiquetas y las definiciones. Por eso, más que hablar de los límites que marcan definiciones y etiquetas, prefiero atreverme a compartir algunas de las consecuencias que -sospechamos- puede traernos este nuevo universo.
Antes que nada, unas definiciones básicas para no perderse en este ‘universo colaborativo’:
- ‘Economía del compartir’ (sharing ecnonomy) o ‘economía colaborativa’: se refiere a cualquier plataforma donde las cosas se venden directamente entre individuos, o se comparten, intercambian o negocian.
- ‘Consumo colaborativo’: s/Consumo colaborativo “se refiere a la manera tradicional de compartir, intercambiar, prestar, alquilar y regalar, redefinida a través de la tecnología actual, que permite hacer que el servicio sea mucho más eficiente y escalable”. Es una economía de producción neta nula.
- ‘Economías de pares’ (peer economy): se diferencia de la economía del compartir en que permite a los individuos las transacciones (monetarias) entre sí. Servicios administrados por empresas o gobiernos quedarían fuera de esta categoría.
Hay una circunstancia que es común en todas las definiciones: ¿Qué sucede cuando los usuarios de los servicios colaborativos actúan mal? Cuando alguien decide no respetar las normas?
Como afirma Lisa Gansky (‘La malla’), no es un detalle intrascendente ya que la forma en cómo los usuarios utilicen los diferentes servicios de la economía colaborativa, sean un coche, herramientas o una casa, afecta inevitablemente a los otros usuarios.
Probablemente con el tiempo los servicios empezarán a crear un sistema de reputación para identificar a los usuarios de alto riesgo, les cobren más, restrinjan sus opciones o directamente impidan el acceso al servicio. El equilibrio entre los cuatro ingredientes fundamentales (Comunidad, precio, prácticas y normas, y marca personal) parece vital para el devenir de este universo colaborativo.
Comunidad: Todos sabemos que cuando la gente sabe que pertenece a un grupo, los comportamientos inadecuados se restringen. No solo hay que verlo en clave restrictiva, el sentimiento de pertenencia construye vínculos emocionales, mejora la experiencia de uso y aporta valor a la comunidad, retroalimentándola.
Precio: Siempre habrá al que no le importará “gozar” de una etiqueta de “descuidado”, pero donde no llegue la reputación personal, llegará el precio. Como incentivo (bonificando el buen comportamiento, la contribución a la comunidad) o como penalización (subiendo la tarifa a los menos cuidadosos porque incrementan los costes de mantenimiento o bloqueando su acceso)
Prácticas y normas: las normas irán evolucionando. Los usuarios a título individual y la comunidad de forma colectiva, aprenderá lo que resta, y por supuesto, lo que suma. Se fomentarán mejores prácticas.
Marca personal: Un despiste puede tenerlo cualquiera, pero un historial de despistes, no. La reputación de alguien debería irse a pique si es etiquetado de conflictivo o indeseable en el universo colaborativo. Al contrario, el ser un buen miembro se valorizará, dentro y fuera de la comunidad. Como comentan en Consumo Colaborativo: “la capacidad de generar confianza entre extraños, como moneda social, es el ‘nuevo crédito’. Esencial en un mercado de intercambios eficientes entre productor y consumidor, prestador y prestatario, sin intermediarios”.
La trascendencia de la marca personal sigue creciendo.