En un post anterior me refería a la gran oportunidad que tienen las marcas de intentar desarrollar una comunidad a través de unos vínculos emocionales fuertes. Es una gran oportunidad, aunque entraña una gran responsabilidad y compromiso para la empresa.
Hoy quería referirme a los argumentos desde el punto de vista del lado opuesto: el usuario o cliente.
La necesidad de pertenecer es una necesidad antropológica. Como seres humanos queremos pertenecer a algo, para sobrevivir, para dar sentido a la realidad o para ser más uno mismo.
La gente paga para que las cosas tengan significado. Dar un significado, construir su propio sistema de significado estructura y consolida la comunidad.
Hoy buscamos y encontramos respuestas no sólo a través de canales tradicionales (religión o política), sino también a través de la música, las marcas, o las hermandades…
Los nostálgicos iconos comunitarios se van perdiendo y están siendo reemplazados por comunidades de ideas e intereses mutuos.
Desde luego que Internet ha amplificado este fenómeno. Su accesibilidad, difusión e interacción han redondeado una respuesta apropiada al mundo actual.
Seguramente es un compromiso más superfluo, con un menor nivel de exigencia, pero la realidad es que las comunidades de hoy (y las que surgirán) facilitan espacios para la asociación que se ajustan mejor a las condiciones de vida contemporáneas.
Se me ocurren algunos rasgos habituales de estas nuevas comunidades, especialmente online. A saber: menor tiempo de dedicación, virtualidad, compatibilidad con otras comunidades (algo impensable desde la óptica de la fe religiosa o el partidismo político), no imponen condiciones morales, diferentes niveles de anonimato,…
Evidentemente no todas estas características se conjugan simultáneamente, pero nos dan una idea bastante aproximada de cómo se construyen y cuáles son algunos de los ingredientes de éxito. Y da igual hablar de una comunidad de runners, frikis de la meteorología o del open source.