Laura es una joven con poca experiencia profesional. Consiguió entrar de becaria en una compañía. Tuvo suerte (o se la buscó), pero consiguió que le hicieran un contrato y hoy después de un año, renovará. El sueldo es bajo, mileurista, muy poco para alguien que ya se emancipó, pero mejor que esos 400€ que soplan desde Alemania.
Laura no es extraordinariamente brillante, pero tiene buena actitud y trabaja a gusto. Le gusta lo que hace. Está aprendiendo de forma acelerada. Todavía insegura, a menudo siente algo de vértigo porque le van dando oportunidades que en ocasiones escapa a sus conocimientos y experiencia. Su jefe es exigente y mantiene una tensión constante sobre ella, como con el resto del equipo.
Días atrás paso algo relevante. Laura tenía que ausentarse un par de horas, durante la jornada laboral, para resolver unos asuntos personales. Con voz casi temblorosa, le pidió autorización a su jefe para ausentarse ese par de horas. Su promesa fue que recuperaría ese tiempo, en los días siguientes, quedándose media hora más cada día…
A su jefe no le sorprendió la petición de ausentarse, le sorprendió lo de “recuperar” ese tiempo. Le pareció insólito que alguien tan joven y preparado, aún tuviera el chip de la gestión del tiempo tan de la “era industrial”. Su respuesta, más o menos, fue: “no vuelvas a hacerme esa petición. Claro que puedes ausentarse, pero recuerda que tienes una responsabilidad, unas tareas y unos objetivos. Hacerlo tiene que ser tu única obsesión, no cumplir con el horario laboral”.
El jefe de Laura quedó contrariado por ese comportamiento. Preguntándose una y otra vez qué es lo que falla. Hoy leyendo la contra de LaVanguardia lo verbalizaba perfectamente. “En la era del conocimiento puedes escoger entre estar presente ocho horas de tu vida en un despacho aunque que no hagas nada o crear valor en cualquier sitio a cualquier hora. Las ideas fluyen sin horario igual que las oportunidades y los contactos”.
Tengo que reconocer que ese apego por el horario sigue poderosamente instalado en nuestro entorno, en profesionales de experiencia y alta responsabilidad, incluso trabajando en empresas digitales.
Sé que algunos me preguntarán sobre el encaje de esto con la conciliación vida personal-profesional. La respuesta es que en la era de la nueva normalidad, la flexibilidad y adaptabilidad deberían ser una de las virtudes más valoradas. Los patrones de comportamiento convencionales chirrían cada vez con más intensidad y frecuencia. La frontera entre lo personal y profesional es una ficción de la que toca despertar.
Más que construir una línea Maginot virtual entre lo personal-profesional, mejor será aprender a gestionar el 24/7 de una forma más inteligente, aunque resulte radical y atrevida. No debería ser un problema ir a recoger a tus hijos a la escuela a las cinco de la tarde o hacer deporte un miércoles por la mañana. Sabemos que estarás respondiendo correos cerca de la medianoche o preparando un documento el domingo a primera hora de la mañana… y –por supuesto- estarás alcanzado los objetivos.
Y si estás en una empresa u organización que no ven eso con buenos ojos, cambia de jefe o de equipo. Debes ser capaz de evangelizar lo positivo de las nuevas actitudes, si no se dejan es que estás en el sitio equivocado. Aprovecha las oportunidades, la nueva normalidad no espera.