Acabo de leer el último libro de Jeremy Rifkin (“La Tercera Revolución Industrial”) que compré hace unos días. El resumen es que «vivimos de prestado» en muchos sentidos, pero especialmente desde el punto de vista energético, consumiendo lo que ahorró la Tierra durante millones de años. Las era de los combustibles fósiles, sobre las que se fundamentaron las dos revoluciones industriales anteriores, la del carbón y luego la del petróleo, “está llegando a un final peligroso”.
Rifkin, de hecho, conecta sin ambages el actual colapso económico con la necesidad de un cambio de paradigma, porque nuestra dependencia actual “estrangula cualquier posibilidad de recuperación, ya que cuando la economía se ponga en marcha en todo el planeta se producirá una nueva alza del petróleo que a su vez disparará los precios de todos los productos, colapsándonos de nuevo: estaremos arrancando y deteniéndonos siempre«. Eso sin contar el coste –económico, social y político- asociado al cambio climático con una atmósfera saturada de C02, desequilibrios hídricos, etc.
La bondad de la propuesta de Rifkin es que propugna una nueva revolución industrial basada en producir un cambio en cada persona. El eje de ese cambio es que centenares de millones de personas, pasen de solo consumir energía, a producir y consumir energía renovable. Una evolución parecida a la que sucede con la información en Internet, en la que el rol de productor y consumidor se unen en un solo individuo.
El problema no es solo energético, pero nuestro grado de dependencia es tan evidente que la arquitectura de nuestra sociedad, ha sido construida y desarrollada encima de esos fundamentos. Construimos un sistema educacional –todavía vigente- para proveer de mano de obra trabajadora, acostumbrada a no desafiar nunca a la autoridad, estudiantes amenazados a no compartir información con sus compañeros. Un Taylorismo educacional que se desmorona ante una generación nativa digital que ya es consciente que el “empleo para todos” es imposible, que la información se enriquece cuando se comparte, etc.
Rifkin plantea la urgencia de los problemas sin dejar de proponer soluciones más o menos viables. Los cinco pilares de la Tercera Revolución Industrial son:
1) Transición hacia las energías renovables
2) Transformación del parque de edificios en microcentrales eléctricas que recojan y reaprovechen in situ las energías renovables
3) Despliegue de sistemas de almacenaje energético (p.e. hidrógeno) en todos los edificios y a lo largo de todas las infraestructura para aprovechar la intermitencia de las energías renovables
4) Uso de la tecnología de Internet para la creación de una “Internet energética” compartida, generación local –in situ- de energía (millones de edificios convertidos en microgeneradores), cuyos excedentes se pueden compartir/vender en esa red energética
5) Transición de la actual flota de transporte hacia vehículos de motor eléctrico
El nuevo relato sugerido por Rifkin supone “la creación de nuevos negocios y millones de empleos”. Una descentralización a través de una red de nodos, más equitativa, alejadas de la dictadura de la actual poder jerárquico (léase grandes corporaciones y grandes poderes fácticos). La emergente tercera revolución industrial no solo debe cambiar nuestra forma de hacer negocios, sino también nuestra concepción de la política. Los viejos intereses del poder jerárquico de la segunda revolución industrial que prefieren un modo de pensar vertical, propietario, propenso a poner barreras, chocan con la fuerza descentralizadora y colaborativa de la tercera revolución (mentalidad lateral, transparencia, apertura…). Esto supone evolucionar la forma de dirigir empresas, la educación, la vida pública, etc.
En verdad ya está sucediendo. Actualmente a nuestro alrededor surgen y se consolidan iniciativas de naturaleza distribuida y colaborativa que reconstruyen modelos de negocio, incrementan la capacidad de investigación científica, hacen posibles nuevas y fructíferas relaciones sociales, culturales, etc.
La aproximación de Rifkin es interesante, estimulante e inteligente, aunque los sabios del establishment, puedan tacharla de naïf, izquierdosa o –incluso- pseudoreligiosa. Hay que reconocerlo, por difícil que parezca la propuesta de Rifkin, es verosímil y plausible. Además bienvenido sea, si en tierra yerma, este relato puede servir de inspiración para que otros muchos empujemos desde garajes, universidades o pymes.
No andamos sobrados de tiempo. Hay que acabar con el despilfarro a todos los niveles, pero obcecándonos con el déficit público y hablando solo de austeridad, no saldremos de ésta. Faltan ideas de futuro, y personas con iniciativa y ganas de (r)evolucionar.
Bienvenida seas, Tercera Revolución Industrial.