Lo mejor que puede decirse de la reciente campaña electoral, es que se ha acabado. Admito que, más que nunca, he pasado de puntillas. Por una cuestión de salud mental no he visto ni un solo espacio electoral. Consumo muy poca televisión (broadcast) y evito a toda costa los informativos. No he asistido a ningún míting, ni he visitado ninguna web de partido. Las pocas consignas políticas que he leído han sido vía twitter. Aunque muchas veces discutibles o en las antípodas a mi forma de pensar, he resistido la tentación del desfolloweado masivo de voceros y palmeros partidistas. Como no es difícil suponer, no me he leído ningún programa electoral -me encantaría saber qué porcentaje de la ciudadanía lo ha hecho- pero he votado.
Una campaña electoral presidida por un escenario grave, amenazador. En el que unos han perdido gracias a su desastrosa gestión de los últimos años. Su puesta en escena era un insulto a la inteligencia, por su falta de credibilidad y un discurso basado obscenamente en lo “anti”. Dicen los expertos, que el triunfo corresponde más al voto refugio que al voto de la ilusión…
Los analistas demoscópicos insisten en el fenómeno del comportamiento del votante de derecha-izquierda. Mientras los de centro y derecha casi siempre quieren ganar, los de centro-izquierda e izquierda, no. Lo cierto es que salvo los votantes incondicionales, nadie quiere asociarse a un Gobierno marcado por el fracaso, la impotencia y a menudo, por el ridículo.
El colmo ha sido la campaña demagógica contra los recortes, como principal argumento ante la falta de ideas (algún partido ha exhibido auténtico mal gusto). A los ciudadanos nos gusta la coherencia, el realismo y la seriedad. Disgusta el griterío, la irresponsabilidad y la ligereza seas gobernante u oposición. Esperamos propuestas y alternativas creíbles. Detectamos la falta de compromiso, por más que la candidatura tenga una imagen “cinematográfica” impecable, tan perfecta que sabe a cartón piedra.
El uso de los medios sociales también daría para escribir varios posts. Se puede decir que su uso ya se ha normalizado, aunque no consiguen disimular que este nuevo territorio, no forma parte de la realidad de su vida. Tan solo es un ecosistema de ‘canales de comunicación’ que ya no pueden evitar. La aproximación de los diferentes candidatos y partidos, deja claro que se rige por una actitud muy unidireccional, muy “broadcaster” (spam en los timelines, consignas artificiales, muchos palmeros oficiales y oficiosos, etc.)
Sinceramente, preferiría menos “pose2.0”a cambio de hacer mejor su trabajo. La mejor campaña que pueden hacer es ejercer su responsabilidad con rigor y seriedad. Tratar de convencer a la ciudadanía que hay que trabajar duro, esforzarse y pregonar (practicar) austeridad.
Si la economía es una “cuestión esencialmente de confianza”, tenemos algunos problemas que gestionar. A pesar de todo no dependen exclusivamente de la Sra.Merkel, del Ibex, del BCE, ni del FMI. Como leía esta mañana, los resultados de los comicios, demuestran varias cosas: un deseo de cambio (a nivel del estado) pero con un 71,69% de participación no demuestran una desafección masiva hacia la política. El ruido mediático es ensordecer y no es extraño que uno de los pocos recursos para salir ileso, sea desconectar. Hay razones de peso. Una encuesta del CIS señala el profundo pesimismo de la opinión pública española como consecuencia de la crisis. El 86% de la población cree, que la situación es “mala o muy mala”, pero –atención- el 70% asegura que “le va bien o regular”.
¿Conclusión? Que no estamos tan mal. Incluso que muchos pensamos en la botella medio llena. Eso sí, no dejes que una campaña electoral estropee tu vida.