Hace un par de semanas, paseándome por Plaza Catalunya, comprobaba en qué había degenerado el movimiento de protesta la #acamapadabcn. A los del movimiento de indignados se les había pasado el arroz y ni la desafortunada operación limpieza decretada por Felip Puig insufló suficiente energía a ese conato de revolución.
Creo que hay muchos motivos y razones para que cuaje un movimiento de #indignados, pero no tengo muy claro a favor de qué o de quién. Después de haber convivido con una okupación desmesurada de nuestras plazas, ahora tenemos que soportar columnas de indignados cortando el tráfico, bajo la consigna “Nadie nos representa, únete a nosotros”. ¿Y?
No negaré que hay razones de sobra para la indignación. Me cuesta entender como con 5 millones de parados y un 40% de paro juvenil, no se asaltan sucursales de entidades financieras o se queman autobuses. Supongo que son milagros de la economía sumergida o de estómagos demasiados acomodados. Demasiado lastre para el espejismo inicial, que llevó a algunos expertos y tertulianos, en plena exaltación revolucionaria, a atreverse a conectar el movimiento de los indignados con la “primavera árabe”. Simplemente ridículo.
La obstinación en mantener la ocupación de las plazas ha hecho un flaco favor a la causa. Incomprensiblemente le han rebajado autoridad moral y trascendencia al movimiento de #indignados. De la espontaneidad y simpatías iniciales que este etéreo movimiento había suscitado entre el panorama mediático, hemos pasado a la situación esperpéntica final.
La desesperación social y al hartazgo de una parte muy numerosa de la ciudadanía se merecía un movimiento revolucionario un poco más serio. Ganarse la opinión pública exige algo más que acampar en las plazas. Está bien llamar la atención con eso, pero luego ¿qué?
Algunos confunden argumentos transversales, aptos para la mayoría de la población, con el Libro Rojo de Mao. Esto no es una comuna, por más que insistan los más nostálgicos, o esos nuevos progres informados y sofisticados, iphone en mano. Esta revolución está recalentada, no tiene nada que vender porque no sabe qué vender (el manifiesto de Democracia Real Ya, es delirante).
Con un movimiento asambleario no se conquista la opinión pública. Ese es el primer paso para intentar cambiar las cosas. El comercio justo y el marketing ético no son ideas revolucionarias, no suponen ninguna amenaza para el sistema capitalista, ni para el establishment, pero conectan con la gente y consiguen hacer un mundo algo mejor. Convertir el espacio público en un campamento o cortar las principales calles en hora punta, ni eso.
Vivimos en el año 2011, y aunque la gente no se puede ir de vacaciones, no se muere de hambre. Eso es una limitación. La burbuja revolucionaria se ha pinchado, porque no se puede sustentar con cuatro perroflautas, unos nostálgicos revolucionarios y unos cuantos rebeldes chic, de esos de un tuit, un retuit y alguna foto.
La idea inicial era buena, pero estaba poco madura. Hay potencial de mercado, no hay ninguna duda… pero no había emprendedores, ni un buen plan, ni una buena gestión del proyecto.
No tengo ningún manual del revolucionario, pero diría que en el siglo XXI solo se consiguen buenas causas, conectando con la gente. Y ya sabemos quienes lo saben hacer. A esta revolución le sobran perroflautas, y le faltan emprendedores y marketing.