Por fin acabaron las elecciones. Esa es la buena noticia del día. La mala es que sólo quedan diez meses para las próximas. Esto significa que los expertos sociólogos, politólogos, tertulianos profesionales y agitadores varios, tendrán que apresurarse a interpretar y orientar al resto de los mortales.
De las pocas cosas claras que he sacado de estos últimos días es que el movimiento de #indignados no es una cortina de humo, ni forma parte de ninguna táctica electoral partidista. Es la prueba evidente que crece el desencanto entre el poder y los ciudadanos. También queda claro que a pesar de “solo” ser unos pocos miles los acampados, su alcance es global. No tengo muy claro si eso enturbiará poco o mucho la mirada de la economía española desde el exterior, pero no hay nada peor que pretender esconderlo debajo de la alfombra.
Afortunadamente se ha demostrado que la Red es una excelente herramienta de movilización y que especialmente Twitter se convierte en su sistema nervioso y un excelente barómetro para saber si un movimiento cuaja o no.
Si la #indignación no se ha transformado en votos, es porque no se presentaba a la contienda electoral y porque no queda claro la concreción de sus peticiones. Internet no ha perdido ninguna batalla. No se trata de una lucha de los social media contra los mass media. Para empezar, recordemos que los social media no son exclusivos de los alternativos. Los voceros tradicionales también se han puesto las pilas. Si sumamos la falta del mensaje claro, la hegemonía de los mass media tradicionales y que no participaba en las elecciones, el resultado es el que es.
Las revoluciones tienen que ir más allá de Internet. Para ganar un partido, hay que jugarlo. Los goles no se meten desde fuera del estadio. Protestar en los blogs, Twitter, Facebook, etc está bien, pero no es suficiente. Las acampadas, las caceroladas son demostraciones reales del poder de convocatoria de la Red, pero quedarse sólo ahí, es inocuo y bastante naïf. Esto no va a cambiar en un par de semanas, ni en un par de meses. El sistema se cambia desde dentro. Así de duro. Votando a unas siglas que mejor representen tus intereses, no votando en blanco, en nulo o absteniéndote de acercarte a un colegio electoral.
Aunque los resultados de este domingo han sido bastante claros, los que han vencido harían bien en no ignorar lo que ocurre en la Red y en importantes plazas. Se equivocarán si, armados por la autoridad de su victoria, menosprecian e intentan acabar con ese incipiente movimiento de indignación.
¿Qué creo que le falta al movimiento de los “indignados” para triunfar? Liderazgo claro, simplificación y homogeneidad de las peticiones, un reto casi imposible en un movimiento con un carácter asambleario.
No obstante, la gran fortaleza de ese movimiento es que está recibiendo las simpatías y el apoyo moral entre grupos de población poco sospechosos de sentirse cómodos con estas performances.
Yo también estoy “indignado”, pero no tengo muy claro que los de las #acampadas, ni los de “Democracia real ya” me representen (¿son lo mismo?). Yo sí estoy a favor de los recortes del gasto público, quiero una nueva ley de la propiedad intelectual, que se eliminen los clientelismos, que se apoyen más a los emprendedores, que se haga una apuesta (real) por el I+D+i, que se abra el acceso a la financiación a las pymes, que se recorte el empleo público,…
¿A qué revolución tengo que apuntarme?