La realidad actual, tal como lo esbozaba Todd Gitlin, “es un panorama de sensaciones sin fin, transiciones instantáneas y estímulos continuos que saturan nuestras vidas”.
Aunque aprendamos cómo funciona el proceso de atención humana, cuáles son sus prioridades y cómo se activan, hay un límite irreversible, el tiempo. El tiempo -nuestro tiempo- es finito.
Tanto caudal de información por procesar, sólo incrementa la escasez de atención del consumidor. Ante esto, sólo tendrán alguna posibilidad aquellos mensajes creados específicamente para ellos. Lo demás será ruido de fondo o formará parte del paisaje.
Es inaudito que algunas marcas, conociéndome bien como me conocen, tienen mi email, saben lo que consumo y en qué circunstancias, siguen obstinadas en mandarme absurdos y recurrentes emails sin personalizar su contenido.
Habrá alguna organización o servicio que recogerá los votos y las opiniones negativas, de las marcas que incumplen. También recogerán los votos positivos de aquellas marcas que lo respetan. Los anunciantes y sus agencias se convencerán que esa actitud fortalecerá más los vínculos emocionales. Mucho más los que ingentes recursos destinados a publicidad intrusiva y no consentida.
Necesitamos una especie de RSS vital. De la misma forma que RSS es un formato de datos que avisa a los suscriptores de un sitio web que hay novedades de contenido. Es decir, sindica o redifunde todo tipo de contenido, pero exclusivamente a aquellas persona que explícitamente lo han solicitado. O sea la antítesis de la información intrusiva.
A nadie se le escapa que esto supondría el replanteamiento –que no su desaparición- de la industria publicitaria. Los medios de comunicación deberían replantearse (si ya me llega la información directamente, por qué acudir a un sitio…) y por supuesto el rol y el peso de la publicidad en el propio sentido del producto, servicio o experiencia de marca… Las agencias de publicidad tendrían que reorientar su aportación en el proceso de creación de valor de una marca o de su experiencia…
A todo esto, quizás como sugerían Davenport y Beck, acabaremos “utilizando dispositivos protectores de la atención para desconectar, para pensar, reflexionar y considerar las implicaciones de toda la información que hemos recibido”.
Mientras no llega ese filtro inteligente que nos defiende de ese torrente mediático, tendremos que empezar a apelar a la responsabilidad social corporativa y a esa ecología de la atención que nos aliviará, aunque sólo sea parcialmente, de la infoxicación.
La pregunta no es si llegará, sino ¿crees que tardará mucho?