Winston Churchill es una de las figuras más emblemáticas del siglo XX, especialmente por su papel durante la Segunda Guerra Mundial. Su liderazgo no solo fue decisivo en el ámbito político y militar, sino también en cómo su personalidad y su vida privada influyeron en su capacidad para guiar a Gran Bretaña a través de uno de los períodos más oscuros de su historia. El libro Esplendor y vileza: La historia de Churchill y su entorno familiar durante el período más crítico de la guerra de Erik Larson ofrece una mirada íntima a cómo Churchill, junto con su familia y su círculo más cercano, enfrentó el desafío del Blitz y la amenaza de invasión nazi.

Este enfoque personal es crucial para entender la resiliencia y la estrategia detrás de su liderazgo. Al explorar su vida familiar y su dinámica personal, Larson no solo humaniza a Churchill, sino que también proporciona una comprensión más profunda de las decisiones que tomó en momentos clave.

Conocer estos aspectos íntimos ayuda a apreciar la complejidad de su carácter y cómo sus relaciones personales y su entorno influyeron en su política y en la moral de la nación británica durante la guerra.

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Churchill y su misión decisiva: Asegurar el apoyo de Estados Unidos

Desde su ascenso al poder en mayo de 1940, Winston Churchill tenía un objetivo claro: asegurar la ayuda estadounidense para enfrentar la amenaza nazi. En aquel momento, el ejército de Hitler había invadido Francia, dejando a Gran Bretaña en una posición precaria y aislada frente a un enemigo formidable.

Churchill asumió el liderazgo del Reino Unido en un momento crítico, tras una votación de desconfianza contra Neville Chamberlain, cuya política de apaciguamiento hacia Hitler había fracasado. A diferencia de su predecesor, Churchill poseía una fe inquebrantable en la capacidad de Gran Bretaña para superar la adversidad y estaba decidido a convencer tanto a su nación como al presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt de que la victoria era posible.

Sin embargo, convencer a Estados Unidos no era tarea fácil. La nación americana, marcada por las secuelas de la Primera Guerra Mundial, mostraba resistencia a involucrarse en otro conflicto europeo. Además, existían dudas sobre la fiabilidad de Churchill, especialmente debido a su reputación de beber. A pesar de estos desafíos, Churchill no se dejó disuadir.

Su enfoque no convencional y su estilo de liderazgo eran evidentes, incluso en detalles como su hábito de trabajar desde la bañera y su vestimenta excéntrica en la residencia oficial. Estas peculiaridades, lejos de debilitar su imagen, reforzaban la devoción que el pueblo británico sentía por él, confiando en su liderazgo en tiempos de crisis.

Churchill tomó su papel con la seriedad que el momento exigía. Su primer discurso ante la Cámara de los Comunes, prometiendo «sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor», encapsuló la resolución y el espíritu de sacrificio que definirían su mandato. Bajo su dirección, el gobierno británico se unió con una energía renovada, enfocado unánimemente en la supervivencia y la victoria.

Este período crítico no solo puso a prueba la resiliencia de Churchill y de Gran Bretaña, sino que también sentó las bases para una alianza crucial con Estados Unidos, que eventualmente jugaría un papel decisivo en el desenlace de la Segunda Guerra Mundial.

La Operación Dinamo: Un rescate heroico que fortaleció el espíritu británico

En un contexto ya sombrío, con los nazis enfrentándose a los franceses en su propio suelo, la situación parecía equilibrada. Francia contaba con un ejército robusto y la Línea Maginot, una fortificación considerada impenetrable. Sin embargo, contra todo pronóstico, los alemanes rompieron esta línea, desencadenando una retirada caótica de las fuerzas aliadas. El presidente francés informó a Churchill de la derrota, a lo que este respondió incrédulo: «¿Tan pronto?»

Con los nazis afianzados en Francia, la amenaza de una invasión a Gran Bretaña se intensificó. Pero una preocupación más inmediata era el destino de cientos de miles de soldados británicos aún en Francia. La Fuerza Expedicionaria Británica se replegó a Dunkerque, donde las tropas, exhaustas y desmoralizadas, se acumulaban en la playa bajo la mirada de un hogar incierto.

El 24 de mayo de 1940, un error estratégico de Hitler, quien ordenó a sus tanques detener el avance tras sufrir grandes pérdidas, ofreció un respiro inesperado a las tropas británicas. Aprovechando este error, Churchill ordenó la evacuación el 26 de mayo, esperando salvar al menos a 50,000 hombres. El primer día, el rescate parecía sombrío con solo 7,700 evacuados, pero pronto, una flotilla de embarcaciones civiles, desde yates hasta barcos de pesca, comenzó a cruzar el canal. En total, 887 naves participaron en la operación, logrando rescatar a más de 300,000 soldados.

Esta dramática evacuación, conocida como la Operación Dinamo, no solo salvó vidas, sino que también reforzó la determinación británica de no negociar la paz con Hitler. Churchill, conmovido, declaró que la resistencia británica solo terminaría en la última gota de sangre de sus ciudadanos. Al día siguiente, la Luftwaffe inició un nuevo asalto, marcando el inicio de una fase aún más intensa del conflicto.

La batalla de Inglaterra: Un punto de inflexión bajo el asedio aéreo

En mayo de 1940, la amenaza de un bombardeo alemán capaz de doblegar a Inglaterra era una realidad palpable. Hermann Gӧring, mano derecha de Hitler, había transformado la Luftwaffe en una fuerza aérea sin par, con un arsenal que superaba ampliamente al británico tanto en cantidad como en calidad. Los Stukas, con su apariencia de insectos voladores gigantes y cargados con bombas devastadoras, simbolizaban el poderío alemán. Además, la tecnología de radiofaro alemana permitía bombardeos precisos incluso con visibilidad reducida, dejando a Gran Bretaña vulnerable.

Londres, corazón de Gran Bretaña, era el blanco aparente. Churchill, consciente del peligro, impulsó la producción de aviones de combate, creando un Ministerio de Producción de Aeronaves bajo la dirección de Lord Beaverbrook. Contra todo pronóstico, la capacidad de producción británica aumentó de manera sorprendente, desafiando las expectativas alemanas.

A medida que los bombardeos alemanes se intensificaban, la invasión parecía inminente. Sin embargo, la Real Fuerza Aérea (RAF) resistía valientemente. Los combates aéreos, convertidos en espectáculo público, demostraban la determinación británica. A pesar de la superioridad numérica de la Luftwaffe, los pilotos británicos y canadienses lograban mantener a raya al enemigo, infligiendo pérdidas significativas.

Hitler, reacio a comprometer completamente a la Luftwaffe y aún esperanzado en una solución pacífica, subestimó la resiliencia británica. Churchill, lejos de comportarse como un líder convencional, mantuvo firme su postura de resistencia.

La Batalla de Inglaterra no solo marcó el primer fracaso militar de la Alemania nazi, sino que también reafirmó la voluntad británica de luchar. Con la industria aeronáutica acelerando su producción y la RAF defendiendo el cielo, Gran Bretaña demostró que no sería fácilmente sometida, sentando las bases para futuras victorias aliadas.

Churchill y su incansable búsqueda de apoyo naval de Roosevelt

Mientras Francia capitulaba, Churchill enviaba a Roosevelt uno de los mensajes más cruciales de su vida. En juego estaba algo más grande que el destino de Francia o Gran Bretaña: la posibilidad de una Europa dominada por los nazis. Churchill solicitó destructores estadounidenses, describiendo la situación como un asunto de vida o muerte.

Sin embargo, Churchill necesitaba manejar con cuidado su relación con Roosevelt. Era vital comunicar la gravedad del momento sin dar la impresión de que la resistencia británica estaba condenada al fracaso. Al principio, Roosevelt se mostró escéptico y distante, respondiendo a la solicitud inicial de Churchill con un simple deseo de buena suerte y exigiendo la flota británica como garantía en caso de una derrota británica.

Mientras tanto, en los cielos de Inglaterra, la Luftwaffe y la Real Fuerza Aérea (RAF) libraban intensos combates. A pesar de que la RAF aumentaba rápidamente su producción de aviones, los pilotos alemanes, curtidos en batallas anteriores, mantenían una ventaja en experiencia. No obstante, los pilotos de la RAF, apoyados por la tecnología de radar y la ventaja de luchar sobre su territorio, comenzaban a inclinar la balanza a su favor.

La frustración de Hitler crecía al ver que la Luftwaffe perdía más aviones de los que derribaba. En respuesta, planificó la Operación León Marino, un asalto total por mar programado para agosto de 1940, aunque insistió en que la RAF debía ser debilitada antes de iniciarla.

Churchill, por su parte, nunca cesó en su empeño por asegurar el apoyo estadounidense. Finalmente, logró un avance significativo: Roosevelt instruyó a su gabinete para que encontrara la forma de transferir destructores a Gran Bretaña sin violar las leyes de neutralidad. La solución fue el plan Lend-Lease, que ofrecía destructores a cambio de acceso a bases navales británicas en el Atlántico, aunque aún necesitaba la aprobación del Congreso, donde enfrentaba grandes obstáculos.

El error que cambió el curso de la guerra: un bombardeo accidental sobre Londres

En agosto de 1940, un grave error de navegación marcó un punto de inflexión en la Segunda Guerra Mundial. Mientras Hermann Gӧring, comandante de la Luftwaffe, recibía informes erróneos sobre el debilitamiento de la RAF, los pilotos alemanes enfrentaban una realidad diferente. Convencido por su jefe de inteligencia, Beppo Schmid, Hitler autorizó un ataque masivo conocido como Adlertag, o Día del Águila. Sin embargo, el mal tiempo y una feroz resistencia de la RAF frustraron el plan, resultando en pérdidas significativas para los alemanes sin lograr sus objetivos.

La RAF, aprovechando la vulnerabilidad de los Stukas en picado, derribó el doble de aviones alemanes de los que perdió. Este fracaso dejó perplejo a Churchill, quien se preguntaba por qué los nazis no dirigían sus esfuerzos directamente hacia Londres, el núcleo vital de Gran Bretaña.

A pesar del revés inicial, la Operación León Marino, un plan de invasión a gran escala, aún figuraba en los planes alemanes, aunque pospuesta para septiembre. Mientras tanto, la población británica, bajo un clima veraniego irónicamente hermoso, observaba los combates aéreos y la propaganda de Goebbels exacerbaba el miedo de una invasión inminente.

El cambio decisivo llegó el 24 de agosto, cuando un grupo de bombarderos alemanes, desorientados, sobrevoló Londres y, por error, lanzó sus bombas sobre la ciudad, marcando el primer ataque directo contra la capital británica. Este incidente, aunque resultó en pocas bajas, proporcionó a Churchill la justificación necesaria para intensificar la ofensiva contra Alemania, ordenando ataques sobre Berlín al día siguiente.

Este bombardeo accidental no solo alteró la estrategia militar de ambos bandos, sino que también fortaleció la resolución británica de resistir y eventualmente contribuyó a inclinar la balanza del conflicto a favor de los Aliados.

El terror de los bombardeos: Londres bajo el asedio alemán

En represalia por los ataques a Berlín, Hitler ordenó el primer bombardeo intencionado sobre Londres, un evento que Gӧring, entusiasmado, denominó «la Destrucción de Londres». Mientras Goebbels anticipaba que sería la mayor catástrofe en la historia humana, no todos en el alto mando nazi compartían el entusiasmo. Rudolf Hess, por ejemplo, buscaba la paz con Gran Bretaña, considerando a los alemanes y británicos como aliados raciales.

Mientras tanto, Gӧring y sus oficiales, desde un acantilado francés, observaban cómo los aviones se dirigían hacia Londres. Los bombarderos alemanes, en tres oleadas y casi mil aviones, lanzaron una mezcla de explosivos de alto impacto e incendiarios, diseñados para paralizar a los equipos de bomberos y devastar la ciudad.

Las sirenas comenzaron a sonar justo antes de las 5:00 p.m., marcando el inicio de una noche de terror. Cuatrocientas personas murieron y 1,600 resultaron heridas en esa primera noche. Al día siguiente, Churchill, visiblemente emocionado, recorrió los escombros del East End, donde los ciudadanos habían plantado banderas británicas entre las ruinas, reafirmando su resiliencia con gritos de desafío.

La serie de ataques continuó, exacerbando la ansiedad y el insomnio en toda la ciudad. Desde el techo del número 10 de Downing Street, Churchill observaba, cigarro en mano, cómo su capital resistía. Incluso el Palacio de Buckingham no fue ajeno al peligro, sufriendo un ataque que, paradójicamente, alivió a la reina al permitirle compartir el sufrimiento de su pueblo.

A pesar del asedio, la RAF contraatacaba valientemente. El 24 de septiembre, conocido como el Día de la Batalla de Gran Bretaña, derribaron 183 aviones alemanes, perdiendo menos de 40. Aunque la Luftwaffe había infligido dolor, no logró su objetivo de quebrantar el espíritu británico. Hitler y Gӧring, frustrados pero no derrotados, planearon intensificar sus esfuerzos.

El bombardeo intensifica mientras la amenaza de invasión alemana disminuye

A medida que el clima se enfriaba, la posibilidad de una invasión alemana en Gran Bretaña parecía disminuir. Churchill, refiriéndose a Hitler, comentó metafóricamente que «el tipo se quitó la ropa y se puso el traje de baño, pero el agua se está enfriando y hay un aire otoñal». En efecto, Hitler había aplazado la Operación León Marino debido a la formidable resistencia de la RAF, y en su lugar, volcó su atención hacia el este con la esperanza de conquistar Rusia mediante la Operación Barbarroja.

Sin embargo, el asalto aéreo sobre Gran Bretaña no cesó. En noviembre, Gӧring desató un infierno sobre Coventry, un vital centro de manufactura industrial. La Luftwaffe arrojó 500 toneladas de explosivos y 20,000 dispositivos incendiarios, resultando en la muerte de más de 500 personas y la destrucción de más de 2,200 edificios.

Este ataque sumió a Gran Bretaña en una profunda crisis financiera y humanitaria. Churchill, consciente de la interdependencia transatlántica, buscó nuevamente el apoyo de Roosevelt, enfatizando que el destino de Gran Bretaña influiría directamente en el futuro de Estados Unidos. La necesidad de alimentos y material militar era urgente y, según Churchill, representaba la mínima acción necesaria para sostener el esfuerzo de guerra común.

Las condiciones en las ciudades bombardeadas eran desesperadas. En Coventry, Londres y otras ciudades, los británicos desplazados por los bombardeos vivían en refugios superpoblados y en condiciones miserables. Clementine Churchill, tras visitar varios de estos refugios, confirmó que las condiciones eran abismales, con una falta crítica de higiene y espacio, y sin siquiera un lugar para preparar té.

Mientras tanto, la resiliencia de Churchill ante los bombardeos sorprendía a los alemanes, al punto que Goebbels describió su falta de rendición como un crimen de guerra. Hitler, por su parte, trabajaba febrilmente en la Operación Barbarroja, necesitando lanzarla antes de que Rusia pudiera fortalecer sus defensas.

En este contexto de guerra y devastación, Rudolf Hess, preocupado por la falta de respuesta a sus intentos de negociación de paz, decidió actuar por su cuenta. Con habilidades de piloto, voló hacia Escocia con la esperanza de entregar personalmente un mensaje de paz.

La decisiva respuesta de Roosevelt a Churchill: Un giro en la guerra

En un momento crítico, mientras Churchill buscaba desesperadamente el apoyo estadounidense, Roosevelt recibió una carta crucial del Primer Ministro británico durante unas vacaciones en el Caribe. Tras reflexionar, Roosevelt decidió actuar con determinación. En su discurso navideño, marcó un compromiso firme con la causa británica, advirtiendo que la derrota de Gran Bretaña pondría a América en peligro.

Casi simultáneamente, Londres sufría uno de los peores bombardeos, conocido como el Segundo Gran Incendio de Londres, que dejó más de 13,000 muertos hacia finales de 1940. A pesar del horror, Churchill vio en estos eventos una oportunidad para fortalecer la simpatía estadounidense.

En un gesto de solidaridad, Roosevelt envió a Harry Hopkins a Londres. Hopkins, a pesar de su frágil salud, se convirtió en un puente vital entre los dos líderes. Su encuentro con Churchill fue inmediato y significativo, marcando el inicio de una colaboración estrecha.

Churchill, ansioso por mostrar la determinación británica, involucró a Hopkins en diversas actividades, buscando demostrar que el apoyo estadounidense era crucial. Hopkins, profundamente impresionado por el valor británico, prometió a Churchill que llevaría un mensaje urgente de necesidad a Roosevelt.

Mientras tanto, la frustración de Hitler con la persistente resistencia británica lo llevó a ordenar a Gӧring que preparara el camino para la Operación Barbarroja, intentando debilitar aún más a Gran Bretaña. Sin embargo, la intervención de Estados Unidos, impulsada por la comunicación entre Churchill y Roosevelt, comenzaba a cambiar el curso de la guerra, demostrando la importancia de la alianza transatlántica en la lucha contra el nazismo.

La aprobación del plan de préstamo y arriendo: Un rayo de esperanza en medio del asedio

El 11 de marzo de 1941 marcó un momento crucial para Gran Bretaña cuando Hopkins informó a Churchill sobre la aprobación del Plan de Préstamo y Arriendo por parte del Congreso de EE. UU., otorgando a Gran Bretaña acceso a destructores estadounidenses y un vital apoyo simbólico. Este acontecimiento impulsó a Churchill a una breve celebración, caracterizada por su peculiar atuendo y una demostración de destreza militar que habría sorprendido a Hitler.

Sin embargo, la alegría fue efímera. Los ataques aéreos continuaban implacables, y Churchill, consciente de la persistente amenaza, compartió con el emisario estadounidense Harriman la cruda realidad de la guerra aérea, citando a Tennyson para capturar la sombría atmósfera.

La guerra en el aire era solo una parte del desafío. En el norte de África y Medio Oriente, las fuerzas británicas enfrentaban la implacable ofensiva de Rommel, mientras que en los Balcanes, la situación se complicaba con Bulgaria uniéndose al Eje. Estos reveses, sumados a la constante lluvia de bombas sobre Londres, sumían a Churchill en el desánimo, dependiendo cada vez más del apoyo estadounidense representado por Harriman.

En medio de crisis internas y externas, el Parlamento británico debatió la situación de la guerra, llevando a Churchill a solicitar un referéndum sobre su gobierno. A pesar de un comienzo titubeante, su elocuencia y determinación le aseguraron una victoria aplastante en la votación.

Sin embargo, la mayor prueba estaba por venir. El 10 de mayo, en un intento desesperado por quebrantar el espíritu británico, los alemanes lanzaron un devastador ataque sobre Londres, el peor de la guerra hasta ese momento. Más de 500 bombarderos arrojaron miles de bombas, causando incendios catastróficos y dejando un saldo trágico de muertos y desplazados.

Este oscuro episodio, lejos de doblegar a Gran Bretaña, reafirmó la resolución de Churchill y la importancia crítica del apoyo estadounidense en la lucha contra el nazismo.

El Blitz y la misión improbable de Hess: Un bombardeo y un vuelo que cambiaron la guerra

En el apogeo del Blitz, mientras cientos de aviones alemanes se preparaban para otro devastador ataque sobre Londres, Rudolf Hess, el tercer oficial en rango del régimen nazi, emprendía una misión solitaria hacia Escocia. Convencido de poder negociar la paz, Hess realizó meticulosas preparaciones, incluyendo la consulta de mapas y su horóscopo, antes de despegar hacia el Reino Unido. Tras un vuelo tenso, se lanzó en paracaídas sobre un campo escocés, casi sin combustible y desorientado.

Al aterrizar, Hess fue recibido con escepticismo y cautela. Rechazó la hospitalidad de un granjero local pero aceptó un vaso de agua mientras esperaba ser detenido. Su captura fue gestionada por el Mayor Donald, quien inicialmente dudaba de la identidad y las intenciones del prisionero. Hess reveló que su objetivo era entregar un mensaje crucial al Duque de Hamilton, creyendo que este lord escocés podría estar abierto a discutir la paz.

A pesar de las extraordinarias circunstancias, el mensaje de Hess no encontró terreno fértil. Gran Bretaña, liderada por Churchill, rechazó cualquier negociación, y Hess fue confinado en la Torre de Londres, una prisión con siglos de historia. La noticia de su misión causó un alboroto tanto en Alemania como en Gran Bretaña; Hitler, furioso y avergonzado, calificó a Hess de delirante y purgó su círculo cercano.

El incidente no solo capturó la atención de líderes y ciudadanos a ambos lados del Atlántico, sino que también se convirtió en un tema de fascinación pública. Roosevelt consideró que el interés en el caso podría ser beneficioso para el esfuerzo de guerra aliado. Mientras tanto, en Gran Bretaña, el episodio se envolvió en un aura de misterio y especulación, alimentando titulares y conversaciones en los clubes londinenses.

Este peculiar capítulo de la guerra, marcado por un bombardeo implacable y una misión diplomática fallida, demostró la complejidad y la desesperación de un conflicto que definiría una era.

Operación Barbarroja: El cambio de rumbo que alejó la amenaza de invasión a Gran Bretaña

A pesar del intenso bombardeo que devastó Londres entre septiembre de 1940 y mayo de 1941, causando la muerte de casi 29,000 londinenses y heridas graves a otros 28,000, la ciudad y su gente resistieron con una determinación férrea. A nivel nacional, el conflicto se cobró más de 44,000 vidas, incluyendo 5,000 niños. Sin embargo, después del 11 de mayo, los ataques aéreos comenzaron a disminuir significativamente, y para diciembre, el número mensual de muertos se redujo drásticamente a 37. Esta resistencia inquebrantable convenció a Hitler de que Gran Bretaña no capitularía fácilmente.

En junio de 1941, Hitler lanzó la Operación Barbarroja, invadiendo la Unión Soviética y abriendo un segundo frente, en contradicción directa con sus propias advertencias en «Mein Kampf». Contrario a sus expectativas de una rápida victoria de tres semanas, se encontró con un ejército soviético sorprendentemente resiliente. Durante los juicios de Núremberg en 1945, se reveló que esta operación fue lo que finalmente desvió la atención alemana de una invasión a Gran Bretaña.

Mientras tanto, el ataque a Pearl Harbor en diciembre de 1941 marcó otro punto de inflexión para Churchill y para la guerra en general. Al enterarse del ataque, Churchill, que se encontraba en su residencia campestre, reaccionó de inmediato, preparándose para declarar la guerra a Japón, lo que hizo al día siguiente, siguiendo los pasos de Roosevelt. Este evento solidificó la participación de Estados Unidos en la guerra, transformando el conflicto en una lucha global con un final victorioso para los Aliados a la vista.

Churchill, aliviado y revitalizado por el apoyo estadounidense, mostró su característico humor y franqueza durante una visita a la Casa Blanca, donde, en un encuentro memorable con Roosevelt, proclamó no tener «nada que ocultar», subrayando la fortaleza y la transparencia de su liderazgo en tiempos de guerra.