En un mundo donde la geopolítica y la economía global están intrínsecamente entrelazadas, el libro Los hombres de Putin: Cómo el KGB se apoderó de Rusia y se enfrentó a occidente de Catherine Belton ofrece una visión reveladora de cómo Rusia, bajo el liderazgo de Vladimir Putin, ha utilizado estrategias asimétricas para extender su influencia más allá de sus fronteras.
Este enfoque se alinea con las tácticas discutidas en Estrategias asimétricas en el S.XXI: La disuasión rusa y la Guerra de Quinta Generación (5GW), que explora cómo Rusia ha adoptado métodos de guerra y disuasión que desafían los paradigmas tradicionales.
Los hombres de Putin detalla cómo, a través de una combinación de poder político, económico y coerción, el círculo cercano a Putin ha logrado no solo consolidar su poder dentro de Rusia, sino también desestabilizar y manipular eventos en la escena mundial. Este modus operandi resuena con los principios de la Guerra de Quinta Generación, que se centra en la dominación del espectro humano y la manipulación de percepciones para alcanzar objetivos geopolíticos sin recurrir necesariamente al conflicto armado directo.
Al entender estas dinámicas, Los hombres de Putin no solo actúa como una crónica del ascenso de Putin y su entorno, sino también como un análisis crucial de las estrategias contemporáneas de Rusia en el tablero global, ofreciendo una perspectiva esencial para cualquier análisis sobre la seguridad internacional y la estabilidad económica mundial en el siglo XXI.
Los inicios de Vladimir Putin en el KGB y su ascenso al poder
Vladimir Putin, desde su juventud, albergaba el deseo de emular a su padre y unirse al KGB, la temida policía secreta de la Unión Soviética. Su determinación era tal que, aún siendo un estudiante, se acercó a la oficina del KGB en Leningrado para solicitar su ingreso anticipado. Durante su formación académica, Putin se inscribió meticulosamente en los programas y cursos recomendados por la agencia, obedeciendo cada indicación con precisión militar y, paralelamente, descargaba su energía practicando judo.
En 1985, como flamante agente del KGB, Putin fue destinado a Dresde, en la Alemania Oriental de la Guerra Fría. Allí, se sumergió en un mundo de misiones encubiertas, contrabando y operaciones letales. Dresde, por aquel entonces, era una ciudad en declive, con solo seis oficiales del KGB y una Alemania Oriental al borde de la insolvencia y un Partido Comunista tambaleante.
En este contexto, el KGB puso en marcha la Operación Luch, con el fin de tejer una red de agentes infiltrados en la política alemana, asegurando así la influencia soviética incluso ante una posible reunificación alemana. El papel exacto de Putin en esta operación es aún un enigma, pero se sabe que llegó a ser el enlace principal entre el KGB y la Stasi, la policía secreta de Alemania Oriental, contando incluso con una tarjeta de identificación de la Stasi que le facilitaba el reclutamiento de agentes.
La colaboración con la Fracción del Ejército Rojo, un grupo marxista de Alemania Occidental, fue otro aspecto clave de su misión, protegiendo los intereses del KGB incluso a través de actos terroristas, como el asesinato del presidente del Deutsche Bank, un evento que debilitó a la institución financiera y abrió la puerta a un banco vinculado con la Stasi.
Estas operaciones encubiertas en Dresde marcaron el comienzo de la meteórica y calculada trayectoria de Putin hacia el poder supremo.
Ascenso de los oligarcas en los 90: superando al KGB en poder
Durante la Unión Soviética, el Partido Comunista y el KGB eran inseparables, colaborando en numerosos crímenes financieros. Entre sus operaciones, destacaba el contrabando de millones de dólares hacia grupos de izquierda en el extranjero, financiado con dinero que oficialmente provenía de donaciones al Partido Comunista. Este controlaba, a través del KGB, todas las finanzas y la economía del país.
Sin embargo, con la llegada de las reformas liberales de Boris Yeltsin tras suceder a Mijaíl Gorbachov en 1991, la situación comenzó a cambiar. En octubre de 1991, Yeltsin disolvió el KGB, dividiéndolo en cuatro departamentos domésticos. A pesar de ello, los ex agentes del KGB siguieron influyendo como asesores y manteniendo el control sobre el sector petrolero durante la primera mitad de los años 90.
El verdadero cambio llegó con las reformas democráticas de Yeltsin, que incluyeron la privatización de varias industrias. Esto permitió que un grupo de jóvenes magnates empresariales, que más tarde serían conocidos como oligarcas, empezaran a acumular poder. Las arcas del estado se vaciaban, y en respuesta, el banquero Vladimir Potanin ideó la privatización de préstamos por acciones. Este esquema permitió que él y otros magnates recibieran participaciones en grandes empresas a cambio de préstamos al gobierno.
Este método catapultó a los oligarcas a una posición de enorme poder e influencia, superando incluso a los ex oficiales del KGB. Por ejemplo, Potanin obtuvo una participación mayoritaria en Norilsk Nickel, que en 1995 reportó ganancias de 1.200 millones de dólares, simplemente prestando 170 millones de dólares al gobierno, que luego incumplió el pago.
Así, los nuevos oligarcas dominaron diversas industrias rusas, aunque en lugares como San Petersburgo, el KGB aún mantenía algo de control.
Putin y el KGB: Arquitectos del poder económico en San Petersburgo
En el umbral de los años 90, con la Unión Soviética desvaneciéndose, Vladimir Putin fue destinado a Leningrado, la actual San Petersburgo. Su misión: infiltrarse en el naciente movimiento pro-democracia que amenazaba la hegemonía del Partido Comunista en la política local.
Rápidamente, Putin se convirtió en el nexo entre el KGB y Anatoly Sobchak, un influyente profesor de derecho y figura pública pro-democracia, que en privado, podría haber mantenido contactos con el KGB. Con Sobchak como presidente del consejo de la ciudad y luego alcalde, y Putin como su confidente, la ciudad enfrentaba una crisis: las arcas vacías y el crimen organizado en auge.
De este caos, Putin y el KGB tejieron una alianza que les permitió dominar la economía local. Crearon un fondo negro, conocido como obschak, destinado a financiar operaciones encubiertas y enriquecer a los agentes. Bajo la fachada de importaciones alimentarias, empresas pantalla recibieron licencias de exportación por valor de 95 millones de dólares, pero los alimentos prometidos rara vez llegaron; el dinero se desviaba al obschak.
El control se extendió al puerto marítimo de Leningrado, donde tras la detención y posterior liberación de Viktor Kharchenko por malversación, los hombres de Putin colocaron a un aliado en su lugar. Ilya Traber, vinculado al crimen organizado, y Gennady Timchenko, un colega del KGB, obtuvieron el control del puerto y la terminal petrolera, consolidando aún más el poder del KGB en la infraestructura económica.
Estas maniobras no solo solidificaron la influencia del KGB en San Petersburgo, sino que también prepararon el terreno para que Putin y sus asociados asumieran posiciones clave en la economía rusa, sentando las bases para su eventual ascenso a la presidencia.
Ascenso meteórico de Putin en la política tras su traslado a Moscú
Después de que Anatoly Sobchak, alcalde de San Petersburgo, perdiera su campaña de reelección en el verano de 1996, Vladimir Putin, su leal subordinado, renunció inmediatamente a su cargo en la administración de la ciudad. Menos de un mes después, Putin fue convocado a Moscú y se le ofreció el puesto de subdirector de la administración del Kremlin. Aunque inicialmente se le negó este rol, rápidamente se convirtió en el jefe del departamento de propiedades extranjeras del Kremlin, un puesto clave en el manejo de la riqueza imperial rusa.
Este fue solo el comienzo de su rápido ascenso. Putin fue ascendido a jefe del Departamento de Control, encargado de asegurar la ejecución de las órdenes presidenciales en regiones consideradas «indisciplinadas». Tres meses más tarde, fue nombrado jefe del FSB, la agencia de seguridad sucesora del KGB. El 9 de agosto de 1999, se anunció sorpresivamente que Putin sería el nuevo primer ministro de Rusia.
Este ascenso fulgurante parece haber sido impulsado por exgenerales del KGB que necesitaban a alguien dispuesto a cooperar y seguir órdenes, además de mostrar una imagen fuerte ante los medios. Aunque Putin era un desconocido para el público en ese momento, todo cambió drásticamente en septiembre de 1999. Una serie de atentados devastadores contra complejos de apartamentos en Rusia provocaron un pánico nacional y catapultaron a Putin al centro de la atención como un líder decidido y firme.
Putin se posicionó como el comandante en jefe del país durante la crisis, atribuyendo los ataques a combatientes chechenos y liderando una campaña de ataques aéreos en Chechenia. Prometió represalias y justicia para los rusos inocentes fallecidos, lo que fortaleció enormemente su imagen pública. Aunque hay teorías que sugieren que estos atentados fueron orquestados por el FSB para consolidar su poder, lo cierto es que estos eventos permitieron a Putin ganar un apoyo masivo, preparando el escenario para que Yeltsin finalmente le entregara la presidencia.
Putin consolida su poder: de los medios a la industria petrolera
Con el advenimiento de Vladimir Putin al poder, pocos anticiparon el giro hacia el autoritarismo y la cleptocracia que tomaría Rusia. Boris Berezovsky, propietario del canal de televisión ORT y crítico de Putin, fue uno de los primeros en enfrentar la ira del Kremlin. Tras una campaña mediática en su contra y acusaciones de malversación, Berezovsky se vio forzado al exilio, marcando el inicio de la estrategia de Putin para dominar los medios y neutralizar a los oligarcas.
La mira de Putin se dirigió entonces hacia el lucrativo sector petrolero. Con la desintegración de la Unión Soviética, el monopolio estatal del petróleo se fragmentó en cuatro grandes empresas: Lukoil, Yukos, Surgutneftegaz y Rosneft. La privatización y los esquemas de préstamos por acciones habían dejado la industria en manos de los oligarcas, pero el aumento en los precios del petróleo ofreció a Putin la oportunidad de reclamar el control.
El asalto comenzó con Lukoil. Acusaciones de fraude fiscal y secuestros orquestados por el estado desestabilizaron la empresa, culminando en un acuerdo que, según rumores, otorgaba a Putin una participación oculta en la compañía, aunque Lukoil lo niega.
Yukos, el último bastión petrolero independiente, se convirtió en el objetivo final. Su propietario, el hombre más rico de Rusia en ese momento, se resistió a ceder su imperio sin luchar. La batalla por Yukos no solo simbolizaba la lucha por el poder económico, sino que también era un claro indicativo de la determinación de Putin para reafirmar el control estatal y su propia influencia sobre los recursos clave de Rusia.
La caída de Yukos: Cómo Putin y el KGB dominaron la oligarquía petrolera
Mijaíl Jodorkovski, el audaz oligarca al frente de Yukos, nunca se doblegó fácilmente. Conocido por su afición a la adrenalina y su resistencia incluso en prisión, Jodorkovski desafió abiertamente a Vladimir Putin al intentar fortalecer Yukos en los mercados occidentales y promover la democracia a través de su organización filantrópica, Rusia Abierta. Su osadía incluyó acusar al gobierno ruso de corrupción en presencia de Putin.
Durante los primeros años del 2000, Jodorkovski usó su fortuna para apoyar a los opositores políticos de Putin, incluyendo al Partido Comunista, logrando bloquear legislaciones del Kremlin. Esta influencia política llevó a Putin a exigirle en una cena privada que cesara su financiamiento a los comunistas. La negativa de Jodorkovski desencadenó una serie de represalias severas.
La ofensiva comenzó con el arresto del jefe de seguridad de Yukos, Alexei Pichugin, seguido por el de Platon Lebedev, mano derecha de Jodorkovski. Estas detenciones precipitaron la caída de las acciones de Yukos. Poco después, el FSB ejecutó redadas armadas en instalaciones relacionadas con Yukos, culminando con el arresto de Jodorkovski.
Detenido durante ocho meses antes de su juicio, Jodorkovski denunció el abuso de poder y el manejo arbitrario del proceso judicial, que resultó en una condena de ocho años por fraude fiscal. Aunque oficialmente el Kremlin negó que el juicio fuera una maniobra de poder, la desmantelación de Yukos y la apropiación de sus activos por parte del estado sugieren lo contrario. Antes de la intervención, el 80% de la producción petrolera de Rusia estaba en manos privadas; después, solo el 45%.
Este episodio no solo marcó el triunfo de Putin sobre la oligarquía, sino que también consolidó el control estatal sobre los recursos clave, reafirmando la influencia del KGB en la nueva estructura de poder rusa.
Putin y el uso del terrorismo para consolidar su imagen de liderazgo
El 23 de octubre de 2003, el teatro musical Dubrovka en Moscú se convirtió en escenario de un dramático secuestro. Durante una función, 40 combatientes chechenos armados tomaron el lugar, exigiendo el fin de la guerra en Chechenia y amenazando con volar el teatro si Rusia no retiraba sus tropas. El gobierno ruso respondió tres días después con una táctica extrema: liberaron un gas letal, el opioide fentanilo, en el auditorio, que resultó en la muerte de 113 rehenes y la eliminación de los secuestradores por parte del FSB.
Este manejo de la crisis, lejos de ser un simple acto de rescate, ha sido señalado por informantes como una estrategia deliberada del entonces jefe del FSB, Nikolái Pátrushev, para reforzar el apoyo nacional a la guerra en Chechenia y elevar la figura de Vladimir Putin como un líder decidido y heroico. Aunque esta versión es controvertida, el incidente sin duda fortaleció la imagen de Putin tanto a nivel nacional como internacional, permitiendo al FSB recibir más fondos y al ejército intensificar sus operaciones en Chechenia.
Además, este evento sirvió para fomentar una narrativa que beneficiaba al régimen de Putin, ayudando a cimentar una identidad nacional basada en la resistencia y el sacrificio. Putin también aprovechó la situación para avivar el fervor por la religión ortodoxa rusa y para alimentar una retórica antioccidental, culpando a Occidente por otros ataques terroristas sin evidencia concreta. Este enfoque no solo desvió la atención de las críticas internas, sino que también justificó represiones contra movimientos prooccidentales en las fronteras de Rusia, escalando así su discurso contra supuestos enemigos externos.
El Kremlin y su fondo oscuro: enriquecimiento y maniobras internacionales
En 2004, mientras se desmantelaba Yukos y sus activos eran absorbidos por el Kremlin, varias transacciones en la bolsa de Moscú fortalecieron aún más el poder de Putin. Acciones de Sogaz, una aseguradora vinculada a Gazprom y controlada por el estado, se vendieron a precio reducido a tres entidades opacas, todas conectadas con el Banco Rossiya de San Petersburgo, bastión de Yury Kovalchuk, un cercano aliado de Putin. Estas maniobras transformaron al Banco Rossiya en un gigante financiero al servicio del Kremlin.
Este fondo oscuro, o «obschak», no solo enriqueció personalmente a Putin y sus asociados del KGB, permitiéndoles erigir mansiones de lujo como la de Putin, de cuatro mil metros cuadrados con tres helipuertos y una marina, sino que también financió operaciones políticas en el extranjero, especialmente en Ucrania.
En noviembre de 2005, tras la victoria del candidato prooccidental Viktor Yushchenko en Ucrania, Rusia, irritada, amenazó con elevar drásticamente los precios del gas, a menos que Ucrania comprara más gas a través de RosUkrEnergo, una empresa intermediaria. Yushchenko cedió, otorgando a RosUkrEnergo un monopolio sobre los suministros de gas y acceso a la mitad del mercado de distribución doméstico de Ucrania, lo que reportaría enormes ganancias para Dmitriy Firtash, principal accionista y aliado de Putin.
RosUkrEnergo, más que una empresa legítima, funcionó como un vehículo para sobornos a Gazprom, comprometiendo al presidente Yushchenko. Poco después, el parlamento ucraniano desaprobó al gobierno, y para agosto de 2006, el ex candidato presidencial pro-Rusia, Viktor Yanukóvich, se convirtió en primer ministro.
Así, la red de entidades sombrías y fondos oscuros de Rusia comenzó su expansión internacional, con Londres como siguiente objetivo.
Infiltración financiera rusa: Londres como epicentro
Con el auge de los precios del petróleo en los años 2000, la prosperidad de Rusia se reflejaba en el estilo de vida de su clase media emergente y en la presencia de productos extranjeros incluso en la lejana Siberia. Este periodo de bonanza económica abrió las puertas para que las empresas rusas cotizaran en bolsas occidentales, con Londres convirtiéndose en un destino privilegiado. En 2005, las firmas rusas recaudaron más de 4 mil millones de dólares en la capital británica, una cifra que superaba con creces lo acumulado en más de una década tras la caída de la Unión Soviética.
La Bolsa de Valores de Londres, con requisitos menos estrictos que su contraparte neoyorquina, atrajo a numerosas empresas rusas. A pesar de las esperanzas occidentales de que la transparencia financiera disuadiera prácticas dudosas, la realidad fue que la influencia rusa comenzó a permeabilizar el sistema financiero británico.
El oligarca Roman Abramovich, quien se había destacado en la era de Yeltsin y mostrado lealtad a Putin, fue un ejemplo clave de esta tendencia. A instancias de Putin, Abramovich adquirió el Chelsea Football Club, un movimiento estratégico para ganar aceptación entre los británicos a través del fútbol.
El gobierno ruso, con una participación mayoritaria en gigantes como Sberbank y VTB, dejó el resto de las acciones a disposición de inversores occidentales. Londres, deslumbrada por el nuevo capital, pasó por alto el declive democrático de Rusia. El dinero ruso, a menudo canalizado a través de empresas pantalla, continuó fluyendo hacia la ciudad, financiando bienes raíces y enriqueciendo a abogados y banqueros locales.
Este despliegue de poder financiero en Londres fue solo el preludio de movimientos políticos más audaces por parte de Rusia, marcando una nueva fase en su estrategia de expansión de influencia.
Ucrania: El tablero de la guerra indirecta de Rusia contra Occidente
Cuando Dmitry Medvedev tomó las riendas de Rusia en 2008, hubo un atisbo de esperanza en Occidente de un retorno a políticas más liberales. Sin embargo, las acciones de Rusia durante su mandato, como la escalada militar en Georgia en 2008, desvanecieron rápidamente esas expectativas y presagiaron el retorno de Putin al poder con ambiciones aún mayores.
Con Putin nuevamente como presidente en 2012, la economía rusa enfrentaba desafíos, pero en lugar de reformas, optó por reavivar su proyecto imperialista. En 2014, la tensión con Ucrania se intensificó cuando Rusia amenazó con acciones militares si Ucrania no abandonaba su orientación prooccidental. La situación culminó con la toma del parlamento de Crimea por tropas sin insignias y un referéndum que resultó en la anexión de la península a Rusia.
La respuesta de Occidente fue imponer sanciones al círculo cercano de Putin, pero el conflicto se extendió al este de Ucrania, donde combatientes rusos y militantes locales prorrusos entraron en acción. Putin eventualmente reconoció la participación de tropas rusas, tras haberlas descrito como «voluntarios». El conflicto ha dejado un saldo de 13,000 muertos, incluyendo civiles.
La crisis en Ucrania se convirtió en una guerra indirecta de Rusia contra Occidente, un preludio de la inestabilidad que Rusia estaba dispuesta a generar en otras regiones. Este enfrentamiento no solo desafió la seguridad europea, sino que también evidenció la estrategia de Rusia para expandir su influencia y desafiar el orden global establecido.
Post-Anexión de Crimea: Putin expande influencia cultural y financiera en Occidente
Desde los años 2000 hasta la década de 2010, Vladimir Putin y su círculo cercano han estado inyectando capital oscuro en Occidente mediante complejos esquemas de lavado de dinero. Estos incluyen el uso de compañías offshore y empresas fantasma para firmar acuerdos de préstamo ficticios, así como operaciones de «trades espejo», donde inversores compraban acciones rusas que simultáneamente se vendían en el Deutsche Bank de Londres.
Más allá del flujo de dinero, Putin ha buscado también exportar la cultura rusa. Inspirándose en ONGs occidentales como Open Society, que promueven el liberalismo y la democracia, el Kremlin ha creado sus propias organizaciones no gubernamentales. Sin embargo, estas promueven una ideología basada en la Ortodoxia rusa, la tradición y la sumisión al estado, además de fomentar la intolerancia hacia la homosexualidad.
El dinero ruso, tanto oficial como no oficial, ha financiado una red de agencias que promueven la perspectiva del Kremlin sobre eventos globales y popularizan la cultura rusa. Este mismo capital ha apoyado campamentos paramilitares juveniles cosacos, el grupo de motociclistas paramilitares Lobos Nocturnos, y la Fundación de San Basilio el Grande, que aunque oficialmente promueve valores ortodoxos, en la práctica ha apoyado a separatistas prorrusos en Ucrania.
Además, estos fondos han respaldado partidos antiestablecimiento en Europa, buscando debilitar la Unión Europea y su consenso sobre las sanciones contra Rusia. En el Reino Unido, el dinero del Kremlin ha influido en las arcas del Partido Conservador, y en Estados Unidos, ha comenzado a marcar presencia en la política a través de figuras como Donald Trump. Esta estrategia global no solo refleja un esfuerzo por expandir la influencia rusa, sino también por desestabilizar estructuras políticas en Occidente.
La conexión rusa de Donald Trump: Un aliado inesperado en la Casa Blanca
Desde mucho antes de que Donald Trump anunciara su candidatura presidencial, ya mantenía relaciones con figuras rusas influyentes. Su primer contacto notable fue con Shalva Tchigirinsky, un contrabandista de antigüedades vinculado al grupo criminal Solntsevskaya, quien quedó impresionado por el lujo del casino Taj Mahal de Trump en Atlantic City.
A lo largo de las décadas de 1990 y 2000, Trump forjó lazos con empresarios rusos que frecuentaban su casino. Entre ellos, Felix Sater y su socio Tevfik Arif, quienes propusieron financiar y desarrollar proyectos de lujo para Trump, facilitando así la entrada de capital ruso en Estados Unidos.
Estas relaciones se intensificaron cuando Trump decidió postularse para presidente en 2015. Sater, en particular, colaboró estrechamente con Michael Cohen, abogado de Trump, discutiendo planes para un Trump Tower en Moscú y prometiendo involucrar a Putin para asegurar la elección de Trump.
La implicación de la familia Trump se hizo evidente cuando Donald Trump Jr. mostró interés en información comprometedora sobre Hillary Clinton ofrecida por contactos rusos. Este interés coincidió con el hackeo de los servidores de la Convención Nacional Demócrata por el grupo ruso Guccifer 2.0 y la posterior divulgación de correos por WikiLeaks, eventos que beneficiaron la campaña de Trump.
La victoria de Trump fue celebrada en el parlamento ruso, no necesariamente como el resultado de una estrategia para instalar un agente del Kremlin, sino como un triunfo por su capacidad de sembrar división en Estados Unidos, criticar a la OTAN y apoyar el Brexit, políticas todas que indirectamente beneficiaron a Rusia y su liderazgo.