No tengo intención de criticar el reciente viaje de Benedicto XVI a Barcelona. Ni lo seguí en directo por TV ni tampoco he estado especialmente interesado en seguir algunos de los especiales que algunos medios de la Ciudad Condal nos han obsequiado estos últimos días.
Que mantenga respeto por el simbolismo y el fervor religioso que levanta entre sus acólitos, no significa que el personaje me genere simpatía, al contrario. No comparto algunas de las obsesiones de Joseph Ratzinger (p.e. el papel secundario de la mujer) y durante este viaje a Barcelona, me han molestado algunas de sus palabras polémicas. Tanto al llegar (¿estamos todavía por reenvangelizar?) como alguna perla al partir, en donde no estuvo muy fino Ratzinger (¿o sí?) al afirmar lo de “una sola familia”.
Palabras afiladas, analizadas desde todos los ángulos posibles, que a pesar de emplear un lenguaje didáctico y nada ofensivo para quienes tienen otros puntos de vista, probablemente habrían provocado un grave incidente diplomático de no ser por la bula que disfruta.
Tampoco es mi intención alimentar la retórica anticlerical agresiva, de la que algunos grupos andan especialmente sedientos. Mal asunto si sólo te reafirmas negando o atacando a los demás.
Vender el episodio como un éxito (o fracaso) es vital para unos y otros. Ponen tanto empeño que chirría. El cardenal arzobispo de Barcelona, Lluís Martínez Sistach, ha asegurado que la asistencia «fue masiva» y que el Papa quedó «muy impresionado«. Algunos medios afirman justamente lo contrario (Gaudí supera al Papa), hasta el punto que afirman que “sólo fue seguido por 250.000 personas, la mitad de los esperados». Quizás esa fuera una de las razones que explicarían la rapidez del papamóvil, a mayor velocidad de la habitual, para decepción de los fieles más entusiastas, que vieron pasar al Papa como una exhalación
Siglos de abusos tampoco justifican que unos sentimientos y un culto, sean objeto permanente de ataques y chanzas. Eso forma parte del pasado. Miremos al futuro y construyamos en positivo. Afortunadamente estamos en un estado laico en el que existe libertad religiosa. La gente debería poder expresarse con libertad, pero con respeto a los demás, aunque algunos -léase p.e. Grupo Intereconomía- les encantaría regresar a mediados del S.XX.
Lo que sí está fuera de toda discusión es la gran promoción de la Sagrada Familia y su insigne arquitecto, Antoni Gaudí. La cobertura mediática realizada por TV3 fue excelente. Una promoción impagable en manos de los mejores en la materia (la Iglesia exhibe su experiencia en el mundo del espectáculo en BCN). Algunos deberían aprender.
Tengo la sensación que el único que ha perdido algo en esta visita relámpago es Zapatero. Su gesto al visitar las tropas en Afganistán, coincidiendo con la llegada del Papa, se me antoja inoportuno. Una pose ridícula para un Jefe de Estado, aunque eso ya no sorprende a nadie.