Para funcionar de forma sana, una sociedad necesita de una determinada densidad de personas diversas que piensen de forma independiente y que se expresen con libertad.
Sabemos de las bondades de la multitud inteligente. Su valor agregado supera con creces al mejor de sus miembros. Pero esa multitud puede generar una unanimidad que será desequilibrada si no se cumplen algunas condiciones básicas: que en la multitud exista suficiente diversidad, que las personas puedan pensar de forma independiente sin manipulaciones y que seamos capaces de establecer algún método para recoger sus opiniones (votación democrática).
La independencia de las opiniones es el reto más complicado. Los grupos de personas son sometidos a los efectos de la corriente de opinión principal, cuando individuos que piensan lo mismo, interaccionan. En ocasiones sus opiniones se radicalizan. Esto es algo que he podido comprobar en mi pertenencia a alguna comunidad con excesiva similitud de sus miembros. Comprobarlo es fácil. Sea por apatía o mimetismo, habitualmente las primeras respuestas en una lista de distribución cerrada, acaban determinando la orientación de la opinión y a menudo radicalizan la posición del grupo ante una determinada cuestión.
Nuestra sociedad está plagada de ejemplos. No me refiero a los partidos políticos, dónde hasta cierto punto es obvio encontrar un pastoreo extremo, me refiero a organizaciones empresariales, a las universidades, o incluso barrios o poblaciones enteras.
Estas elevadas concentraciones de personas similares amenazan con desembocar en una clusterización de pensamiento que produce un mimetismo escalofriante, es el conformismo social que amenaza la diversidad humana.
No es fácil mantener una voz discordante de acuerdo a tu criterio personal. El grupo ejerce una fuerte presión sobre el individuo que defiende su independencia de criterio. Ser disidente o seguir a una persona disidente, tiene peaje emocional. No nos engañemos, es más fácil y menos problemático ser un borrego social.
La disidencia y el debate escasean. Los social media son una poderosa herramienta, con un excelente caldo de cultivo, que puede llevarnos a dónde queramos. Facilitarnos elevar el tono de la diversidad o por el contrario, ejercer un pastoreo extremo hacia el pensamiento único.
Ya existen organizaciones que están construyendo tupidas malla de influenciadores que pretenden moldear la opinión pública. Lo que antaño se construía únicamente a través de los medios masivos broadcast, hoy tiene una potente palanca en la Red.
Estemos alerta, incluso organicémonos, para mantener viva la llama de la diversidad y el debate, porque sólo escaparemos a ese conformismo, si aspiramos a construir un entorno apto para producir individuos con criterio propio que nos haga un poco más libres. Quizás deberíamos “obligarnos” a practicarlo más. Reflexionemos sobre la necesidad de estimularlo en las escuelas, empresas y la sociedad en general. Al fin y al cabo, si estas capacidades no se ejercitan y desarrollan, pueden acabar atrofiándose de forma irreversible.