Han vivido los últimos diez años disfrutando de buenos sueldos, buen empleo en importantes compañías. Con un imponente currículum, están por encima de los “treintay”… y tienen menos de cincuenta. Al principio de la no-recesión se miraban la situación un poco por encima del hombro. Finalmente han sufrido en sus carnes los rigores económicos. Han sido víctimas de ERES, fusiones, han cerrado su negocio, etc.
La lista de gente a mi alrededor con este perfil es demasiado numerosa. Aumenta, no decrece. Viven en un lento transitar, esperando un nuevo empleo que jamás llegará en la forma imaginada, salvo raras excepciones. La incertidumbre es máxima. A mí se me encoge el corazón. Muchos de ellos son infinitamente mejores que yo, pero siguen perdidos. En una mezcla de un orgullo crecido en la última década que contrasta con el orgullo herido en lo más profundo del mileurismo incierto y galopante.
El tiempo de espera para que alguien de los que nos gobiernan, arreglaran el desaguisado, ha expirado. No ha llegado, ni se le espera. Porque no saben ni tienen capacidad para solucionarlo. Los países emergentes están saliendo con brío de la crisis, mientras que en los países desarrollados la recuperación es todavía débil. Nosotros en la cola.
Sabemos que sólo podemos competir haciendo las cosas mejor y diferentes. Esto sólo se consigue con aprendizaje, adquiriendo nuevas habilidades, conocimientos, innovando -y especialmente- cambiando el chip, la actitud. Hay que concienciarse que la solución empieza por uno mismo.
Pero esto no es una oda a emprender. No se me ocurre peor idea que la de convencer a alguien que emprenda, sino está convencido.
Lo sé, ahora parece que la receta oficial es que “todos a emprender”. Craso error. No todo es blanco o negro. Y no todo el mundo atesora ese punto de locura o audacia. Además, no nos engañemos, la travesía del desierto ha esquilmado todas las reservas económicas. Las entidades financieras siguen con el grifo cerrado y el acceso a las otras fuentes de financiación, las famosas 3F’s, no siempre están abiertas.
Sólo tengo una certeza, hasta que una gran proporción de toda esta gente no esté activa, nuestra economía no levantará cabeza. Necesitamos contagiar un poco más de audacia, de espíritu de iniciativa y reinvención a la gente que nos rodea, pero nos faltan más referentes. Hay que sublimar todos esos casos ejemplarizantes. Da igual que no sean celebrities, ni alcancen éxitos estratosféricos. No estamos en la operación triunfo, estamos en la operación supervivencia.