Sabemos que no es altruismo. Pero si hay alguien que puede empujar para que se llegue un consenso global sobre la normativa de privacidad, sólo puede ser un actor mundial como Google.
Sería deseable que otros se sumaran a esta iniciativa…aunque sólo sea para evitar que todo el poder esté en unas solas manos. Veremos.
Adjunto a continuación un artículo de opinión de Eric Schmidt publicado por El Mundo.
“Nuevas reglas para un mundo transparente”
Por Eric Schmidt es consejero delegado y presidente de Google.
Mientras que la era de la información está convirtiéndose en una realidad para cada vez más gente en todo el mundo, las tecnologías en las que se basa se están volviendo más sofisticadas y útiles. Las oportunidades son inmensas. Para las personas, significan un salto adelante espectacular en su capacidad de comunicar y crear, hablar y ser escuchadas; para las economías nacionales, crecimiento e innovación acelerados.
Sin embargo, estos avances tecnológicos a veces nos hacen sentir como si nuestras vidas fuesen un libro abierto. Las tarjetas de crédito registran qué compramos y dónde. Los teléfonos móviles sitúan cada uno de nuestros movimientos. Los correos electrónicos dejan huellas de con quién ‘hablamos’ y qué decimos. La última moda en Internet, los blogs, las redes sociales y los sitios de vídeos, hacen posible compartir casi cualquier cosa —fotos, vídeos y hasta los propios pensamientos— con cualquiera.
Por ello, Google cree que es importante que desarrollemos nuevas reglas de privacidad para gobernar un mundo cada vez más transparente que está emergiendo hoy de Internet. Y al decir nuevas reglas, no quiero decir necesariamente nuevas leyes. Por mi experiencia, la autorregulación funciona con frecuencia mejor que la legislación, especialmente en mercados altamente competitivos en los que la gente puede cambiar de proveedor simplemente tecleando en un ordenador.
Las búsquedas son un buen ejemplo. Los motores de búsqueda como Google han guardado tradicionalmente las búsquedas de sus usuarios indefinidamente —los datos nos ayudan a mejorar los servicios y prevenir el fraude—. Estos archivos registran la búsqueda, la hora y la fecha en que fue hecha, además de la ‘cookie’ y la dirección IP del ordenador que la originó. Para el no iniciado, una dirección IP es el número —a veces permanente y a veces temporal— asignado a su ordenador que nos permite que los resultados correctos de una búsqueda aparecen en el monitor correcto. Y una ‘cookie’ es un pequeño archivo que, entre otras cosas, graba las preferencias de cada persona, como por ejemplo el hecho de que quieran recibir los resultados de sus búsquedas en español.
Aunque estas informaciones no identifiquen realmente a las personas —no nos dicen quiénes son o dónde viven—, sí son, hasta cierto punto, datos personales porque registran sus búsquedas. Por ello Google ha decidido eliminar partes de las direcciones IP y las cookies a los 18 meses, rompiendo el vínculo entre que lo que se tecleó, cuándo se hizo, y el ordenador desde el que se originó la búsqueda. No es muy diferente a lo que las compañías de tarjetas de crédito hacen reemplazando algunos dígitos por asteriscos en los recibos para incrementar la seguridad de los datos de sus usuarios. Otros motores de búsqueda han seguido esta forma de operar demostrando que en una industria en la que la confianza es importante las compañías compiten no sólo en servicios, sino en buenas prácticas. Es un ejemplo de cómo funciona la autorregulación.
Por supuesto, esto no significa que la legislación sobre privacidad no tenga un papel en el establecimiento de unos estándares mínimos. Claro que lo tiene. En la actualidad, la mayoría de los países no cuentan con normas de protección de datos de ningún tipo, y, en aquellos en los que existe suele ser una mezcla confusa de diferentes regímenes legales. En los Estados Unidos, por ejemplo, la privacidad es principalmente responsabilidad de los distintos estados, con lo que nos encontramos con 50 puntos de vista distintos sobre el problema. La Unión Europea, por el contrario, ha desarrollado estándares comunes, pero, como han reconocido algunos reguladores en Europa, estos son frecuentemente demasiado complejos e inflexibles.
En cualquier caso, las normas de privacidad en un país, sin importar lo bien diseñadas que estén, tienen un uso limitado ahora que datos personales pueden dar la vuelta al mundo varias veces en cuestión de segundos. Piense en una rutinaria transacción con una tarjeta de crédito, puede involucrar a seis países diferentes o más si tenemos en cuenta dónde están situados los centros de atención al cliente y gestión de datos.
La falta de acuerdo global sobre estándares de privacidad tiene dos consecuencias potencialmente dañinas. La primera es la pérdida de medios efectivos para proteger la privacidad de las personas. ¿Cómo pueden asegurarse los consumidores de que sus datos están a salvo, dondequiera que éstos se hallen alojados? La segunda es que se crea incertidumbre para los negocios que puede llegar a restringir la actividad económica. ¿Cómo puede una compañía, especialmente una que opere a nivel mundial, saber qué estándares de protección de datos debe aplicar en los distintos mercados en los que está presente?
Por ello, Google realiza un llamamiento a la comunidad internacional para que establezca un nuevo enfoque, más coordinado, sobre la protección de datos. Desarrollar estándares de privacidad globales, basados en la transparencia y en la libertad de elección del usuario de forma que pueda tomar decisiones informadas sobre los servicios que utiliza, aportará importantes ventajas. En primer lugar, dará mayor confianza a los consumidores sobre la seguridad de sus datos, dondequiera que estén almacenados. En segundo lugar, dará más confianza a las empresas, ayudando a estimular la actividad económica y la innovación.
Por supuesto, desarrollar cualquier tipo de estándar global no será fácil, pero no es terreno enteramente desconocido. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) publicó ya en 1980 su ‘Guía sobre la protección de la privacidad y el flujo transfronterizo de datos personales’. Más recientemente, las Naciones Unidas, el Foro de Cooperación Económica de Asia-Pacífico y la Conferencia Internacional de Comisarios sobre Privacidad se han centrado en la necesidad de establecer un enfoque común.
La velocidad y la escala de la revolución digital ha sido tan grande que pocos de nosotros podemos recordar cómo era la vida antes de que tuviésemos la posibilidad de comunicarnos o comerciar 24 horas al día, siete días a la semana. Y los beneficios —en términos de acceso mejorado a la información, mayor libertad y crecimiento económico— han sido tan grandes que la mayoría de la gente que se acuerda de nuestro pasado jamás querría regresar a esos días.
Ahora nos enfrentamos a una doble tarea: construir la confianza de los consumidores impidiendo los abusos y crear unas normas consistentes y predecibles que fomenten la innovación en el futuro. Si estamos decididos a conseguir estos objetivos, debemos estar decididos también a acordar un enfoque global sobre privacidad.