Si de algo estoy convencido es que en las próximas elecciones, sean autonómicas, municipales o generales, la actividad del marketing político en la Red se va a disparar.
Veremos proliferar nuevos usuarios en Twitter, hiperactivos. Florecerán vigorosos blogs que nos contarán con pelos y detalles las bondades de los candidatos y la hermosura de sus programas electorales. Facebook estará a petar y los grupos de acólitos surgirán como setas abrasándonos al resto con invitaciones. También veremos a numerosos influenciadores, saliendo del armario ideológico, y apostando por una u otra posición política. Por último también veremos el penúltimo eslabón de la fauna internetera, la proliferación del género de los trolls. Una infra-especie que también habita en la Red y que aprovecha los momentos máxima atención, para salir de la sombra y hacerse notar.
Se trata de una persona cuyo único intención es la de provocar controversia o reacciones de los demás usuarios, con fines diversos… Algunos como hobby, amparándose en el anonimato y dando rienda suelta a alguna forma de transtorno psicológico. Probablemente, si pudieran mantener su anonimato fuera de la red, se dedicarían a quemar contenedores de basura, coches o indigentes.
A medida que el progreso económico de la Red avanza y su capacidad de influencia se convierte en pieza imprescindible del engranaje de cualquier iniciativa con voluntad de influenciar, crece la necesidad de sofisticar el arsenal. Especialmente si se requiere ‘influenciar’ sobre un número importante de ciudadanos y se compita ferozmente con otras propuestas, justo en ese momento surgirán los trolls a sueldo.
La amenaza existe, pero hay peores escenarios. Una evolución sofisticada de troll es el sicario cibernético. El último eslabón de la cadena, cuya razón de ser es el ataque a los ‘enemigos digitales’, vive de eso. Los sicarios cibernéticos, representan la involución de la especie. Son delincuentes. Su único objetivo es infligir daño en las posiciones ‘enemigas’. El problema es que ya no se trata sólo de una forma sofisticada de terrorismo, las marcas empiezan a incorporarlo como última solución.
Leía hace pocos días que la industria del cine contrata a sicarios cibernéticos para lanzar ataques a sitios de torrents. Efectivamente, “una empresa de la India admitió que lleva a cabo ataque DDoS a sitios web de torrents ilegales a nombre de compañías de cine como la 20th Century Fox”.
A su lado, los trolls son angelitos. “El troll puede ser más o menos sofisticado, desde mensajes groseros, ofensivos o fuera de tema, sutiles provocaciones o mentiras difíciles de detectar, con la intención en cualquier caso de confundir o provocar la reacción de los demás”.
Desde luego ninguna formación política, admitiría jamás la contratación de trolls y muchos menos de sicarios cibernéticos. Las formaciones políticas son de guante blanco, tan sólo admitirán contar con influenciadores voluntarios o a sueldo, jamás a trolls y mucho menos a sicarios.
Ojalá me equivoque, pero me temo que estas prácticas evolucionarán y serán adoptadas por algunas mentes perversas. El poder tiene esas cosas, demasiada gente pendiente de que ganen “los suyos” ya sea por ganas a pisar moqueta oficial o simplemente para mantener sus prebendas. Pronto lo comprobaremos.